Celebración en honor a san Pio de Pietrelcina
Capilla Conventual San Pio – Surubi´í
2° día del Novenario
María, Virgen hecha Iglesia
Nuestra
Señora de los dolores
Queridos
hermanos y hermanas:
La Liturgia de la Iglesia hoy nos
invita a hacer memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los dolores. Hemos
escuchado juntos el pasaje del Evangelio
según san Juan en el cual se nos relata que «junto a la cruz de Jesús, estaba su madre» (Jn 19, 25 – 27). Así mismo, conocemos la secuencia que se entona en
este día: Stabat Mater dolorosa iuxta
crucem lacrimosa – Estaba la Madre Dolorosa, de pie junto a la Cruz, llorosa.
En la mente podemos visualizar el
momento, y en el corazón tratar de unirnos íntimamente a Jesús y a su Madre;
esa Madre que precisamente nos fue confiada al pie de la Cruz: «Aquí tienes a tu madre».
Nuestra
Señora de los dolores
¿Qué sabiduría de vida se esconde
detrás de esta advocación mariana y su memoria litúrgica?
La presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala en primer lugar la íntima
unión entre Cristo y María. María está al pie de la cruz de su hijo porque
estuvo a su lado a lo largo de toda su vida.
Si recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo
María ha estado íntimamente unida a Jesús durante toda su vida, desde la misma
concepción virginal y nacimiento de Jesús (cf.
Lc1, 35. 2 ,6-7), pasando por sus primeros signos en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11) hasta la cruz (cf. Jn 19, 25-27) y el nacimiento de la
Iglesia en Pentecostés (cf. Hch1, 14).
Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la vida”[1].
Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.
¿Y qué nos dice este constante caminar de la Madre con
el Hijo? Este constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella
es la Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.
Sí, María colabora con Jesús en toda su obra de
redención, y por ello, lo acompaña en la hora de la Cruz. Ella se ofrece
también con el Hijo al Padre, y todavía, en la hora de la Cruz, acepta una
nueva tarea, una nueva misión de parte del Hijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
La colaboración de María continua, su misión se
extiende ahora a todos los discípulos de su Hijo. Así como acompaña al Hijo en
la Cruz, nos acompañará a todos nosotros en nuestros grandes y pequeños
dolores.
María de la Trinidad, en la advocación de Nuestra Señora de los dolores. Iglesia Santa María de la Trinidad. |
A veces quisiéramos evitar el dolor y el sufrimiento,
a veces quisiéramos evitar el sacrificio. Y sin embargo: Cristo «aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio
de sus propios sufrimientos qué significa obedecer» (Heb 5, 8). A veces
quisiéramos que nuestra fe en Cristo Jesús nos dispense de dificultades y
sufrimientos. Pero esa sería una fe muy inmadura y que no nos ayudaría a
enfrentar los desafíos de la vida humana.
María, como Madre
Dolorosa, nos recuerda que el dolor y el sufrimiento son parte del camino
humano y del camino de fe. “Es cierto que debemos hacer todo lo posible para
superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en
nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra
limitación y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal,
de la culpa, que –lo vemos- es una fuente continua de sufrimiento.”[2]
Digámoslo con toda claridad, contemplando a la Madre Dolorosa y al llagado san Pio de
Pitrelcina, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el
dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar
en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor
infinito.”[3]
La Madre
Dolorosa en realidad es por ello también Madre de la Esperanza; porque aceptando el dolor y uniéndolo al
dolor redentor de Cristo sabe, cree y espera que todo ese sufrimiento se
transformará en gozo: «Felices los
afligidos, porque serán consolados» (Mt
5, 5).
La Dolorosa llena de esperanza nos eduque y nos enseña a aceptar
con madurez el dolor que no podemos cambiar, la dificultad ante la cual no
debemos huir. Nos enseñe que asumiendo ese dolor, esa dificultad, maduramos en
la vida humana y en la fe cristiana. Y así nos preparamos ya desde ahora para
participar del gozo de aquellos que serán consolados por el mismo Señor Jesús.
María,
Virgen hecha Iglesia
Así es como María se ha hecho
Iglesia: acompañando al Señor a lo largo de toda su vida; incluso hasta la Cruz
y el sufrimiento. Asumiendo el dolor llena de esperanza para así participar
plenamente de la Resurrección.
Así es como Ella nos hace Iglesia:
enseñándonos a acompañar al Señor y a nuestros hermanos. Enseñándonos a no huir
del propio sufrimiento ni del sufrimiento de los demás. Sino a asumirlo y hacer
lo posible por aliviarlo, por consolar. Y lo que no podamos aliviar, entregarlo
en oración y unirlo a la Cruz redentora de Jesús, sabiendo que misteriosamente
colaboramos en la obra de redención del Señor y así nuestros sufrimientos
encuentran un sentido y nos ayudan a madurar en la vida, en la fe y en el amor.
Allí se esconde un gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.
En este día, llenos de fe, y también
unidos a san Pio de Pietrelcina, decimos:
“Concédeme
entregar a los pueblos,
como
el signo de redención,
tu
cruz, Jesucristo,
y tu
imagen María.
¡Que
jamás nadie separe
lo
uno de lo otro,
pues
en su plan de amor
el
Padre los concibió como unidad!”[4]
Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt