La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 19 de septiembre de 2023

Nuestra Señora de los dolores - 2023

 

Celebración en honor a san Pio de Pietrelcina

Capilla Conventual San Pio – Surubi´í

2° día del Novenario

María, Virgen hecha Iglesia

Nuestra Señora de los dolores

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Iglesia hoy nos invita a hacer memoria de la Bienaventurada Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los dolores. Hemos escuchado juntos el pasaje del Evangelio según san Juan en el cual se nos relata que «junto a la cruz de Jesús, estaba su madre» (Jn 19, 25 – 27). Así mismo, conocemos la secuencia que se entona en este día: Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa – Estaba la Madre Dolorosa, de pie junto a la Cruz, llorosa.

            En la mente podemos visualizar el momento, y en el corazón tratar de unirnos íntimamente a Jesús y a su Madre; esa Madre que precisamente nos fue confiada al pie de la Cruz: «Aquí tienes a tu madre».

Nuestra Señora de los dolores

            ¿Qué sabiduría de vida se esconde detrás de esta advocación mariana y su memoria litúrgica?

            La presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala en primer lugar la íntima unión entre Cristo y María. María está al pie de la cruz de su hijo porque estuvo a su lado a lo largo de toda su vida.

Si recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo María ha estado íntimamente unida a Jesús durante toda su vida, desde la misma concepción virginal y nacimiento de Jesús (cf. Lc1, 35. 2 ,6-7), pasando por sus primeros signos en Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11) hasta la cruz (cf. Jn 19, 25-27) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (cf. Hch1, 14). Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la vida”[1]. Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.

¿Y qué nos dice este constante caminar de la Madre con el Hijo? Este constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella es la Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.

Sí, María colabora con Jesús en toda su obra de redención, y por ello, lo acompaña en la hora de la Cruz. Ella se ofrece también con el Hijo al Padre, y todavía, en la hora de la Cruz, acepta una nueva tarea, una nueva misión de parte del Hijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo».

La colaboración de María continua, su misión se extiende ahora a todos los discípulos de su Hijo. Así como acompaña al Hijo en la Cruz, nos acompañará a todos nosotros en nuestros grandes y pequeños dolores.

María de la Trinidad, en la advocación de 
Nuestra Señora de los dolores.
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Y es por ello, que la presencia de Nuestra Señora de los dolores nos señala todavía algo más. Nos señala la presencia del dolor y del sufrimiento en la vida humana, en la vida de los creyentes.

A veces quisiéramos evitar el dolor y el sufrimiento, a veces quisiéramos evitar el sacrificio. Y sin embargo: Cristo «aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer» (Heb 5, 8). A veces quisiéramos que nuestra fe en Cristo Jesús nos dispense de dificultades y sufrimientos. Pero esa sería una fe muy inmadura y que no nos ayudaría a enfrentar los desafíos de la vida humana.

María, como Madre Dolorosa, nos recuerda que el dolor y el sufrimiento son parte del camino humano y del camino de fe. “Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo vemos- es una fuente continua de sufrimiento.”[2]

Digámoslo con toda claridad, contemplando a la Madre Dolorosa y al llagado san Pio de Pitrelcina, “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.”[3]

La Madre Dolorosa en realidad es por ello también Madre de la Esperanza; porque aceptando el dolor y uniéndolo al dolor redentor de Cristo sabe, cree y espera que todo ese sufrimiento se transformará en gozo: «Felices los afligidos, porque serán consolados» (Mt 5, 5).

La Dolorosa llena de esperanza nos eduque y nos enseña a aceptar con madurez el dolor que no podemos cambiar, la dificultad ante la cual no debemos huir. Nos enseñe que asumiendo ese dolor, esa dificultad, maduramos en la vida humana y en la fe cristiana. Y así nos preparamos ya desde ahora para participar del gozo de aquellos que serán consolados por el mismo Señor Jesús.

María, Virgen hecha Iglesia

            Así es como María se ha hecho Iglesia: acompañando al Señor a lo largo de toda su vida; incluso hasta la Cruz y el sufrimiento. Asumiendo el dolor llena de esperanza para así participar plenamente de la Resurrección.

            Así es como Ella nos hace Iglesia: enseñándonos a acompañar al Señor y a nuestros hermanos. Enseñándonos a no huir del propio sufrimiento ni del sufrimiento de los demás. Sino a asumirlo y hacer lo posible por aliviarlo, por consolar. Y lo que no podamos aliviar, entregarlo en oración y unirlo a la Cruz redentora de Jesús, sabiendo que misteriosamente colaboramos en la obra de redención del Señor y así nuestros sufrimientos encuentran un sentido y nos ayudan a madurar en la vida, en la fe y en el amor. Allí se esconde un gozo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

            En este día, llenos de fe, y también unidos a san Pio de Pietrelcina, decimos:

            “Concédeme entregar a los pueblos,

            como el signo de redención,

            tu cruz, Jesucristo,

            y tu imagen María.

            ¡Que jamás nadie separe

            lo uno de lo otro,

            pues en su plan de amor

            el Padre los concibió como unidad!”[4] Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario Tupãrenda - Schoenstatt



[1] Cf. P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 354

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 36

[3] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 37

[4] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 332