Domingo 4° de Adviento –
Ciclo B - 2023
Lucas
1, 26 – 38
«El ángel entró en su
casa»
Este
4° domingo del tiempo de Adviento es del todo particular. Durante la mañana de
este día, con la Iglesia, vivimos y celebramos todavía el Adviento, el tiempo
del anhelo y de la espera de Cristo Señor que viene a nuestro encuentro.
Por
la tarde, y sobre todo “en la noche santa”,
nos introduciremos en el misterio del nacimiento del Salvador: "el niño será Santo y será llamado Hijo
de Dios." El evangelio del Domingo
4° de Adviento nos introduce ya en esta particular expectación al poner
ante nuestros ojos el relato de la Anunciación.
El nombre de la virgen era
María
Así mismo, el relato evangélico nos muestra a los
protagonistas, por decirlo así, del tiempo de Adviento, conforme este se acerca a la Navidad: José y María.
Si la figura de Juan el Bautista se destaca durante las
primeras dos semanas del Adviento,
invitándonos a preparar el camino del Señor y señalando al mismo tiempo su
venida escatológica; en la segunda parte del Adviento, aparecen con claridad ante nosotros las figuras de san
José y la Viren María. Ellos nos ayudan a hacer memoria de la primera venida
del Salvador, esa venida que celebramos al contemplar y anhelar su nacimiento.
San José y la Virgen María, cada uno según su propia
originalidad y carácter –tal cual nos lo muestran los evangelios- nos hablan no
sólo de la ternura y el anhelo del nacimiento del Salvador; también nos hablan,
con mucha sencillez pero profundidad, que ese anhelo por el Salvador, ese
anhelo por Dios, se cultiva y experimenta en lo cotidiano de nuestra vida.
El ángel entró en su casa
Por eso la conocida escena de la Anunciación del Señor ocurre en casa de María. Así lo señala el
texto desde su inicio: “El ángel Gabriel
fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que
estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado
José. (…) El ángel entró en su casa.”
No debemos dejar de
considerar y meditar una y otra vez en el hecho que el ángel de Dios entra en
la casa de María. Es decir, llega a la cotidianeidad de la santísima Virgen. El
texto evangélico no nos da detalles sobre lo que realizaba en ese momento
María. Simplemente nos dice que el ángel entra en su presencia y al saluda: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está
contigo”.
- María en el Pesebre -
Iglesia Santa María de la Trinidad
Podemos imaginar toda una serie de situaciones: tal vez
María se encontraba en medio de sus tareas domésticas, o tal vez estaba en
oración. No lo sabemos con certeza. Lo que sí nos transmite el Evangelio es que
Ella se encontraba en su día a día, y aún así, en medio de lo cotidiano, se
encontraba abierta a la presencia y a la palabra de Dios.
De eso se trata. De tomar conciencia de que Dios viene a
nuestro encuentro en lo cotidiano; se trata de tomar conciencia del Adviento cotidiano de Dios en nuestras
vidas.
María nos señala eso: Dios viene a nuestro encuentro en
lo cotidiano, el Adviento ocurre día
a día, y así ha de ser, para que también el Nacimiento
del Salvador en nuestros corazones, ocurra día a día.
¿Cuán abiertos y disponibles estamos en el día a día para
percibir la presencia de Dios en nuestras vidas, sus saludos y palabras?
¿Estamos serenamente atentos y disponibles o inquietamente dispersos?
Alégrate – No temas -
Hágase
Esa disponibilidad de María, esa su apertura a Dios en lo
cotidiano, le permite entrar en un diálogo de fe con Dios, a través de su
ángel. Conocemos el diálogo, lo hemos escuchado. Tratemos de contemplarlo y de
adentrarnos en el mismo.
En primer lugar, María es capaz de escuchar el saludo de
Dios: Alégrate. La presencia de Dios
en nuestras vidas siempre trae una sincera alegría, un gozo sereno y profundo
que nada ni nadie nos puede arrebatar. La raíz de esa alegría es la certeza de
que no estamos solos, Dios nos acompaña. “El que cree nunca está solo”
(Benedicto XVI).
Junto con la alegría por la presencia de Dios en nuestra
historia de vida, se nos confía también una misión de vida, un ideal por el
cual y para el cual vivir. Si bien esto puede desconcertarnos, Dios vuelve a
decirnos una y otra vez: no temas. Es
el momento de la oración constante, sincera y confiada. Donde se le presenta a
Dios nuestras capacidades, pero también nuestros límites, preguntas e
inseguridades. Si nuestra oración es sincera, Él no dejará de responder a
nuestras preguntas y necesidades con el don y la acción de su Espíritu Santo.
Y precisamente, movidos por ese Espíritu Santo, es que
finalmente logramos decir con los labios y el corazón: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra.”
Lo que María vivió en el momento de la Anunciación, y lo cual fue siempre fiel,
debemos nosotros vivirlo cada día, para llegar también a decir como Ella: que se haga en mí según tu Palabra.
En este Domingo 4°
de Adviento, tan cercanos a la Noche
Buena, pidámosle a María, Mujer del
Adviento, que haga de cada uno de nosotros hombres y mujeres del adviento cotidiano, hombres y mujeres
que en medio de las preocupaciones y ocupaciones del día a día, sepan escuchar
el saludo del ángel de Dios y así responder a la llamada que nos hace el Señor
de acoger su Palabra en nuestros corazones. Que así sea. Amén.
P. Oscar Iván
Saldívar, P.Sch.
Rector
del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
Misa
matutina del 24 de diciembre de 2023