La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 29 de diciembre de 2024

La Natividad del Señor - La luz de la esperanza

La Natividad del Señor – Ciclo C – 2024

Misa de la Noche

Is 9, 1 – 6

Lc 2, 1 – 14

La luz de la esperanza

 

Queridos hermanos y hermanas:

Esta santísima noche está iluminada por la claridad de Cristo[1], por la claridad de su nacimiento entre nosotros. Por medio del misterio de su encarnación y de su nacimiento en el tiempo, Cristo se hace para nosotros luz de esperanza que «ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9).

Una luz clara y serena, una luz fuerte y al mismo tiempo frágil; una luz que se ha de recibir, acoger y hacer crecer, como el Niño de Belén, como la luz que hemos recibido en el día de nuestro Bautismo.

«El pueblo ha visto una gran luz»

            El profeta Isaías expresa de forma poética y hermosa cómo el Niño de Belén es esa luz tan esperada y anhelada que tiene la capacidad de iluminar a todo hombre y a toda mujer:

            «El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. (…) Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado» (Is 9, 1. 5).

Sí, la gran luz que ha visto el pueblo, la gran luz, cuya claridad recibimos nosotros, es el Niño que nos ha nacido.

            Lo experimentamos en el ámbito natural, en el ámbito de nuestras comunidades y familias. Cuando un niño nos nace, cuando un niño llega a la vida familiar y comunitaria, trae consigo una luz de alegría, ternura y renovación. Una luz que renueva los corazones y la vida familiar. Una luz cuya claridad vuelve a mostrarnos la ternura y la esperanza presentes en el día a día.

            Si esto experimentamos cuando nacen nuestros niños y niñas; ¡cuánto más lo experimentaremos al celebrar y vivir con fe el nacimiento de Jesús Salvador!

«Has multiplicado la alegría»

            Al dirigirse a Dios, dice el profeta: «Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo» (Is 9, 2). Sí, cuando recibimos el don de un niño, cuando nos abrimos al don del Niño de Belén, se multiplica la alegría, pues la luz de la esperanza es capaz de alumbrar las pequeñas y las grandes alegrías de la vida cotidiana.

            Al recibir en esta santa noche la luz del Niño Jesús dejemos que su claridad multiplique nuestra alegría. Pensemos en todas las pequeñas y grandes alegrías que hemos tenido a lo largo de este año: la vida familiar –con sus gozos y desafíos-, el encuentro con los amigos y seres queridos; los pequeños y grandes logros en el ámbito laboral o académico; el conservar la salud o haberla recuperado; el avanzar en proyectos personales o comunitarios; el reencuentro con una persona significativa; el perdón recibido o donado; la vida de oración y fe en la Iglesia.

            Sí, la luz del Niño Jesús, que es luz de esperanza, alumbra nuestra vida toda, y nos muestra que siempre hay razones para volver a creer, para volver a amar, para volver a esperar.

            Al alumbrar nuestras pequeñas y grandes alegrías del día a día, la luz de Jesús nos permite vivir nuestra vida presente llena de sentido y propósito, «con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús» (Tit 2, 12 - 13).

            Es cierto que “necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar.”[2]

            Sí, nuestras pequeñas y grandes alegrías, nuestras pequeñas y grandes esperanzas, en el fondo son manifestación y preparación a la gran esperanza, la feliz esperanza que no es otra que Cristo mismo, Él es nuestra esperanza.[3]

«La gloria del Señor los envolvió con su luz»

            Y siendo Cristo la gran esperanza de nuestra vida, con su nacimiento en medio de nosotros, Él ha querido alcanzarnos y envolvernos con la luz de su esperanza; tal como lo experimentaron los pastores que recibieron el anuncio del nacimiento del Salvador: «se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz» (Lc 2, 9).

           

Pesebre
Iglesia Santa María de la Trinidad.
En esta Noche Buena, dejémonos envolver por la luz del pequeño Niño de Belén, dejémonos envolver por la luz de la esperanza. Que esa luz ilumine todas las dimensiones de nuestra vida y de nuestro corazón. Que esa luz nos muestre que siempre es posible volver a empezar; que siempre es posible volver a creer en lo bueno que hay en el propio corazón y en el corazón de los demás. Que el bien, por pequeño que aparezca, si lo acogemos, crece, madura y fructifica.

            Que la luz que nos trae el pequeño Niño de Belén encienda en nuestros corazones la esperanza; y que así, cada uno de nosotros, se convierta también en un signo, en una luz de esperanza para los demás. De modo que, iluminados por la claridad de Jesucristo, compartamos esa claridad con aquellos que nos rodean y especialmente con aquellos que más necesitan de la luz de la esperanza.

María, Madre de la esperanza

            “En el pobre y pequeño establo de Belén, María muestra al Niño a postores y reyes”[4]; y en esta noche, también nos lo muestra y entrega a nosotros para que lo acojamos en nuestros corazones y en nuestras vidas.

            Al confiarnos a Jesús, María se muestra como Madre de la esperanza, porque hoy Ella vuelve a creer y a esperar en lo bueno que hay en cada uno de nosotros; Ella vuelve a creer y a esperar en nuestra disponibilidad para llevar la luz de la esperanza, la luz de su hijo Jesús a cuantos la anhelan y la necesitan.

Desde Belén, Ella nos envía como peregrinos de la esperanza, para comunicar a todos la buena notica del nacimiento del Salvador, y con ello, la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), la esperanza que es el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1] Cf. MISAL ROMANO, Natividad del Señor, Misa de la Noche, Oración colecta

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 31

[3] Cf. MISAL ROMANO, Domingo de Pascua, Secuencia

[4] Cf. P. J. KENTENICH, Hacia el Padre, 343

lunes, 23 de diciembre de 2024

«María partió y fue sin demora»

Domingo 4° de Adviento – Ciclo C – 2024

María, peregrina de la esperanza

«María partió y fue sin demora»

Lc 1, 39 – 45

 

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos ya el 4° domingo de Adviento; muy cercanos a la Noche Buena y a la Navidad; muy cercanos a la celebración del Nacimiento del Salvador.

Cercanos también al inicio del Año Santo. En Roma, el Santo Padre dará inicio al Año Santo con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro del Vaticano el 24 de diciembre; en el resto de las diócesis del mundo iniciaremos el año jubilar el domingo 29 de diciembre con una solmene Eucaristía, inspirados por el lema de este jubileo: “Peregrinos de la Esperanza”.

¿Qué significa ser peregrinos de la esperanza? ¿Cómo ser peregrinos de la esperanza en el día a día? Contemplemos a María, para aprender de Ella a caminar por la vida como peregrinos de la esperanza.

Peregrina de la esperanza

            En el evangelio que hemos escuchado hoy (Lc 1, 39 – 45) vemos a María, precisamente, como peregrina de la esperanza: «María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá» (Lc 1, 39).

Recordemos que el pasaje evangélico proclamado hoy es conocido como “la Visitación”; hemos escuchado la primera parte de dicho relato. Este pasaje viene a continuación del relato de “la Anunciación” (Lc 1, 26 – 38). Por lo tanto, María inicia su peregrinación luego de haber escuchado el anuncio del Ángel: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 28. 31).

Por lo tanto, es el anuncio, la Buena Noticia, la que pone en movimiento a María. Se trata de la dinámica de la esperanza. Al recibir esta Buena Noticia el corazón se alegra, la inteligencia se ilumina y la voluntad se pone en movimiento. Porque ese anuncio: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo»; «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 28. 30 - 31), genera esperanza; la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), la esperanza que viene de Dios.

Al contemplar hoy a María, tomamos consciencia de que es la esperanza lo que nos pone en movimiento; es la esperanza la que nos moviliza y tiene la capacidad de ponernos en camino, de sacarnos de nuestras parálisis, encierros y tristezas.

Por lo tanto, para ser peregrinos de la esperanza debemos primero volver a escuchar el anuncio de la salvación, volver a escuchar el Evangelio –la Buena Noticia- de que Dios está con nosotros.

Peregrina de la misericordia

Nuestra Señora de los Milagros,
la Virgen de Caacupé.
Basílica Santuario de Caacupé, Paraguay. 
María, peregrina de la esperanza se convierte en peregrina de la misericordia. Ella se pone en camino con prontitud para acompañar y ayudar a su anciana pariente Isabel (cf. Lc 1,7) que lleva ya seis meses de embarazo. Con ello nos muestra que la misericordia “se identifica con tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad”[1]; pero sobre todo, nos muestra que la misericordia se identifica con la acción concreta en favor de los demás. Sí, la misericordia siempre es concreta, como el amor de una madre.

            Así, con sus obras y palabras, María testimonia la misericordia de Dios que se derrama sobre los hombres «de generación en generación» (Lc 1, 50). Pero al realizar la misericordia con Isabel, María misma recibe a su vez misericordia. María se pone en camino para ayudar y acompañar a Isabel; e Isabel la proclama «bendita entre todas las mujeres» y «feliz por haber creído» en el Señor (Lc 1, 42. 45). Es entonces cuando María entona su cántico de alabanza: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él  miró con bondad la pequeñez de su servidora» (Lc 1, 46b-48).

          Las dos realidades van unidas: realizar misericordia y recibir misericordia. Así lo enseña el mismo Jesús: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). Así lo experimentamos nosotros cuando realizamos la misericordia ayudando con sinceridad: al dar un don, o al dar de nuestro propio tiempo y capacidades, aunque recibamos apenas una sonrisa como muestra de gratitud, experimentamos que como seres humanos necesitamos de esa sonrisa, de esa muestra de cariño y humanidad; y así, también nosotros recibimos misericordia.

            Por ello, a lo largo del Año Santo, queremos ser peregrinos de la esperanza caminando con pasos de misericordia; es decir, realizando concretamente obras de misericordia a favor de nuestros hermanos. Cuando la esperanza cristiana es auténtica, ella se manifiesta en obras de misericordia en favor de los necesitados; obras de misericordia que son signos de esperanza: “Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud.”[2]

Peregrina de la alegría y la alabanza

            Precisamente, es la gratitud de Isabel la que llena de gozo y alegría a María. Isabel proclama: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lc 1, 42. 45).

            En ese momento, María se transforma en peregrina de la alegría y la alabanza, al responder con su propio cántico a la bienaventuranza que Isabel le dedica: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora» (Lc 1, 46 – 48a).

            Así vemos en qué consiste ser peregrinos de la esperanza; vemos que la fe nos lleva a la esperanza; ella a su vez se manifiesta en el amor y la misericordia, y llega a transformarse en cántico de alegría y alabanza «porque el Todopoderoso he hecho grandes cosas» (cf. Lc 1, 49).

            De eso se trata la peregrinación de la esperanza, el camino de la esperanza: fe y esperanza; misericordia y amor; alegría y alabanza. He aquí la síntesis de lo que queremos vivir desde la Navidad durante todo el Jubileo de la Esperanza. Con María queremos ser peregrinos de la esperanza, la misericordia y alegría.

A Ella, la Madre de la Esperanza, le pedimos en oración:

Madre, muéstranos el camino

para que lleguemos a ser auténticos peregrinos de la esperanza;

peregrinos de aquella esperanza que no defrauda,

la de Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1] PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA  NUEVA EVANGELIZACIÓN, Las obras de misericordia corporales y espirituales (San Pablo, Buenos Aires 2015), 17

[2] FRANCISCO, Spes non confundit. Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, 11