La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

viernes, 24 de febrero de 2012

Cuaresma: conversión y Alianza

Cuaresma: conversión y Alianza
Queridos amigos:

Al inicio de este tiempo de Cuaresma quiero compartir con ustedes una breve reflexión. Al hacerlo espero poder motivarlos -y motivarme- a vivir este tiempo litúrgico como un tiempo de Alianza.

Conviértete y cree en el Evangelio

En la celebración del Miércoles de Ceniza hemos realizado el gesto de la imposición de la ceniza. Cada uno de nosotros fue signado con la cruz de ceniza en la frente, y al recibir este signo cuaresmal el sacerdote nos dijo: “conviértete y cree en el Evangelio”.

Puede ser que no hayamos prestado mucha atención al signo y las palabras que lo acompañan. Puede ser que lo hayamos hecho simplemente por costumbre, o puede ser simplemente, que no sepamos qué significan, a qué nos invitan a vivir.

Más que en el signo mismo -la ceniza- quisiera detenerme ahora en las palabras que acompañan este signo cuaresmal: “conviértete y cree en el Evangelio”.

Conviértete. El convertirse implica un movimiento, implica un moverse desde un lugar a otro, desde una situación vital a otra; implica sobre todo salir de uno mismo; implica sobre todo un convertirse hacia alguien, hacia una persona: hacia Jesucristo.

Muchas veces experimentamos que estamos saturados por nuestras actividades, por nuestras preocupaciones, por nuestras propias inquietudes. Tal es así que muchas veces experimentamos que la oración en lugar de ser un diálogo con Dios es un monólogo sobre uno mismo... En lugar de salir renovado de ella, salimos como más cansados, más preocupados e inquietos. ¿Por qué sucede esto?

Creo que muchas veces sucede esto porque estamos muy centrados en nosotros mismos, en lo que queremos, en lo que necesitamos, en lo que nos preocupa. Al mirarnos sólo a nosotros mismos -y nuestros intereses- nos hacemos ciegos a los demás y al mismo Cristo. Nos hacemos sobre todo ciegos a la belleza de la vida y del cristianismo.

Por eso Jesús nos hace a cada uno esta invitación: “conviértete”; es decir, deja de mirarte sólo a ti mismo, deja de mirar tus propias heridas y a atrévete a “convertir” tu mirada desde tus heridas hacia el rostro de tus hermanos... Haz tuyas las palabras -y la experiencia- del salmista: “Digo para mis adentros: «Busca su rostro». Sí, Señor, tu rostro busco: no me ocultes tu rostro” (Sal 26,8).

Cuando convertimos nuestra mirada hacia el rostro de los que nos rodean y hacia el rostro de Cristo, entonces en nuestro corazón se despierta la fe en el Evangelio; entonces podemos creer en el Evangelio, podemos creer en el amor incondicional de Jesucristo.

Fijémonos los unos en los otros

Por eso el Papa Benedicto XVI en su Mensaje para la Cuaresma 2012[1] nos invita precisamente a “fijarnos” los unos en los otros. Lo hace a partir de una cita bíblica tomada de la Carta a los Hebreos: “Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10,24).

Dice el Papa: “El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. (...) Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos.”[2]

Este tiempo de Cuaresma es la oportunidad para eso queridos amigos. La oportunidad para convertir nuestra mirada desde nosotros mismos hacia los demás y así hacia Cristo Jesús. Donde pongamos nuestros ojos, allí también estará nuestro corazón. Por eso es que una mirada fraterna, una mirada que busca el rostro del otro, puede ser el inicio del amor fraterno en el corazón de cada uno.

Mirar al otro con amor es el camino para el encuentro con Jesucristo, y es el camino para salir de la propia soledad que muchas veces hastía y enreda; mirar al otro con amor, es el camino también para vivir esta Cuaresma como un tiempo de Alianza.

Cuaresma: tiempo de Alianza y tiempo de Esperanza

La Cuaresma así vivida puede entonces, ser para nosotros un tiempo de Alianza, un tiempo donde renovamos nuestro Bautismo y nuestra Alianza de Amor con María, un tiempo donde renovamos -o a veces conquistamos- nuestro amor a los que nos rodean -y experimentamos así lo que significa una cultura de Alianza-. Y sobre todo no olvidemos que la Cuaresma es un tiempo de Esperanza, pues la Cuaresma “se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual”[3]; esperamos la Pascua -esperamos esa gran alegría y la anhelamos-, esperamos la Resurrección de Cristo -y la de cada uno-, y por eso nos atrevemos a vivir este tiempo de conversión como un tiempo de Alianza.



[2] Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2012
[3] Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2012

miércoles, 1 de febrero de 2012

A propósito de la conversión de San Pablo

Queridos amigos:

La Iglesia celebra hoy (25.I.2012) la conversión de San Pablo... Sin duda nos unimos a toda la Iglesia y celebramos a este gran apóstol del cristianismo, a este gran hombre. Pero sobre todo celebramos la gran experiencia de su vida: su conversión.

Desde qué y hacia quién se convirtió Pablo?

La gran experiencia de Pablo nos plantea una primera pregunta para nosotros, cristianos de hoy: desde qué y hacia quién se convirtió Pablo?

Desde qué. Pablo se convierte desde la Ley, la Torá judía, que había sido pensada como un camino pedagógico de encuentro con Dios, había sido pensada como un medio y no como un fin en sí misma. Con el tiempo, para muchos israelitas, La Ley se había convertido en un fin en sí misma, se había convertido en un "ídolo" cuya praxis ya no conducía el encuentro con el Dios vivo sino con el propio orgullo.

No debemos olvidar que Pablo era fariseo, tal como él mismo lo señala en sus escritos (cf. Gal 1,14 y Flp 3, 4-6), y como tal, un celoso cumplidor de la Ley. Sin embargo el problema no es que Pablo haya sido fariseo. Los fariseos eran una corriente dentro del judaísmo del siglo I que propugnaba la celosa observancia de la Ley mosaica, lo cual en sí no tenía nada de malo. El problema se hallaba en creer que por el solo cumplimiento de ritos exteriores, Dios debía otorgar su amor y su salvación al fiel. Entonces el amor de Dios ya no es gratuito, sino más bien debido al hombre que cumple los preceptos de la Ley. El hombre termina pretendiendo salvarse a sí mismo por medio de sus méritos y su autosuficiencia.

Hacia quién. Pablo se convierte entonces desde el mérito, desde la autosuficiencia y desde la Ley -que es un algo-, hacia un alguien: hacia Cristo Jesús. Pablo, en el camino a Damasco, y sobre todo en el proceso vital que vive luego de esa experiencia (cf. Gal 1,15-24), se convierte a Jesús, a su gracia, a su amor. En el fondo Pablo comprende que no es un algo lo que nos puede salvar, no son nuestros propios méritos, sino una persona: Cristo Jesús.

Qué significa la conversión? Qué significa convertirse?

Entonces, qué significa la conversión? Qué significa convertirse? Responder a esta pregunta es esencial para nuestra vida, para nuestro camino cristiano. Creo que el Papa Benedicto XVI, en su carta encíclica Deus caritas est, nos hace un aporte para responder a esta pregunta. Dice el Papa: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".

Convertirse no es en primer lugar algo ético o moral. Convertirse no es en primer lugar una acción intelectual. Sin duda que la conversión involucra las dimensiones ética, moral e intelectual de la persona. Pero no se limita a esas dimensiones. Como bien lo señalan las palabras de Benedicto XVI, la conversión acontece cuando nos encontramos con Cristo, y sobre todo, cuando nos dejamos encontrar por Él. Tal como le sucedió a Pablo camino a Damasco.

Cuando nos encontramos con Jesús, dejamos de lado nuestros méritos, nuestro cumplir y simplemente nos abrimos a su amistad. En el fondo, la conversión consiste en hacerse niños frente a Dios.

Cómo vivimos la conversión?

Si la conversión se trata de un encuentro, un encontrar y un dejarse encontrar; entonces la conversión es un proceso de vida. Y como todo proceso de vida debemos vivirlo una y otra vez, y aprender a hacerlo una y otra vez. En particular cuando se trata de nuestros límites y pecados. Si los vivimos de la manera correcta, éstos nos pueden ayudar en nuestro proceso de conversión.

El P. José Kentenich nos enseña qué es lo que NO debemos hacer frente a nuestras debilidades y pecados, y qué es lo que SI debemos hacer frente a nuestras debilidades y pecados.

En primer lugar frente al pecado no debemos asombrarnos, no debemos confundirnos, no debemos desanimarnos y no debemos acostumbrarnos. A veces ante nuestros propios pecados no solo nos asombramos sino que nos asustamos. Y este susto muchas veces deriva en la confusión -"tal vez este camino no es para mí"- en el desánimo y la tristeza. La tristeza a su vez nos paraliza y hace que las mejores fuerzas de nuestra personalidad se desvanezcan.

Entonces, qué es lo qué si debemos hacer frente a nuestros pecados y debilidades? Debemos llegar a ser un milagro de humildad, de confianza, de paciencia y sobre todo de amorHumildad para reconocer aquello en lo que nos hemos equivocado, aquello en lo cual hemos lastimado a nuestros hermanos y a nosotros mismos... Confianza para volver a acercarnos a Dios con nuestras debilidades en las manos, y para ponerlas en sus manos. Y paciencia y esperanza para saber esperar de Él la salvación. Finalmente el amor es clave, porque se trata del amor que nos saca de nosotros mismos, de ese camino que nos lleva del yo hacia el encuentro con el tu de nuestros hermanos y sus vidas.


En último término queridos amigos, la conversión consiste en convertirnos de nuestro autosuficiencia a la infancia espiritual, al ser niños ante Dios. Pidámosle a María el poder hacer este camino de conversión, este camino de filialidad, este camino de encuentro con Cristo en nuestras propias vidas. Amén.