Cuaresma: conversión y Alianza
Queridos amigos:
Al inicio de este
tiempo de Cuaresma quiero compartir con ustedes una breve reflexión. Al hacerlo
espero poder motivarlos -y motivarme- a vivir este tiempo litúrgico como un tiempo
de Alianza.
Conviértete y cree en
el Evangelio
En la celebración del Miércoles
de Ceniza hemos realizado el gesto de la imposición de la ceniza. Cada
uno de nosotros fue signado con la cruz de ceniza en la frente, y al recibir
este signo cuaresmal el sacerdote nos dijo: “conviértete y cree en el
Evangelio”.
Puede ser que no
hayamos prestado mucha atención al signo y las palabras que lo acompañan. Puede
ser que lo hayamos hecho simplemente por costumbre, o puede ser simplemente,
que no sepamos qué significan, a qué nos invitan a vivir.
Más que en el signo
mismo -la ceniza- quisiera detenerme ahora en las palabras que acompañan este
signo cuaresmal: “conviértete y cree en el Evangelio”.
Conviértete. El convertirse implica un movimiento, implica un moverse desde un
lugar a otro, desde una situación vital a otra; implica sobre todo salir de uno
mismo; implica sobre todo un convertirse hacia alguien, hacia una
persona: hacia Jesucristo.
Muchas veces
experimentamos que estamos saturados por nuestras actividades, por nuestras
preocupaciones, por nuestras propias inquietudes. Tal es así que muchas veces
experimentamos que la oración en lugar de ser un diálogo con Dios es un
monólogo sobre uno mismo... En lugar de salir renovado de ella, salimos como
más cansados, más preocupados e inquietos. ¿Por qué sucede esto?
Creo que muchas veces
sucede esto porque estamos muy centrados en nosotros mismos, en lo que
queremos, en lo que necesitamos, en lo que nos preocupa. Al mirarnos sólo a
nosotros mismos -y nuestros intereses- nos hacemos ciegos a los demás y al
mismo Cristo. Nos hacemos sobre todo ciegos a la belleza de la vida y del
cristianismo.
Por eso Jesús nos
hace a cada uno esta invitación: “conviértete”; es decir, deja
de mirarte sólo a ti mismo, deja de mirar tus propias heridas y a atrévete a
“convertir” tu mirada desde tus heridas hacia el rostro de tus hermanos... Haz
tuyas las palabras -y la experiencia- del salmista: “Digo para mis
adentros: «Busca su rostro». Sí, Señor, tu rostro busco: no me ocultes tu
rostro” (Sal 26,8).
Cuando convertimos
nuestra mirada hacia el rostro de los que nos rodean y hacia el rostro de
Cristo, entonces en nuestro corazón se despierta la fe en el Evangelio;
entonces podemos creer en el Evangelio, podemos creer en el amor
incondicional de Jesucristo.
Fijémonos los unos en
los otros
Por eso el Papa
Benedicto XVI en su Mensaje para la Cuaresma 2012[1] nos invita
precisamente a “fijarnos” los unos en los otros. Lo hace a
partir de una cita bíblica tomada de la Carta a los Hebreos: “Fijémonos
los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10,24).
Dice el Papa: “El
primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que
significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de
una realidad. (...) Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación
invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los
unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los
hermanos.”[2]
Este tiempo de
Cuaresma es la oportunidad para eso queridos amigos. La oportunidad para
convertir nuestra mirada desde nosotros mismos hacia los demás y así hacia
Cristo Jesús. Donde pongamos nuestros ojos, allí también estará nuestro
corazón. Por eso es que una mirada fraterna, una mirada que busca el rostro del
otro, puede ser el inicio del amor fraterno en el corazón de cada uno.
Mirar al otro con
amor es el camino para el encuentro con Jesucristo, y es el camino para salir
de la propia soledad que muchas veces hastía y enreda; mirar al otro con amor,
es el camino también para vivir esta Cuaresma como un tiempo de
Alianza.
Cuaresma: tiempo de
Alianza y tiempo de Esperanza
La Cuaresma así
vivida puede entonces, ser para nosotros un tiempo de Alianza, un
tiempo donde renovamos nuestro Bautismo y nuestra Alianza de Amor con María, un
tiempo donde renovamos -o a veces conquistamos- nuestro amor a los que nos
rodean -y experimentamos así lo que significa una cultura de Alianza-.
Y sobre todo no olvidemos que la Cuaresma es un tiempo de Esperanza, pues
la Cuaresma “se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir,
por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual”[3];
esperamos la Pascua -esperamos esa gran alegría y la anhelamos-, esperamos la
Resurrección de Cristo -y la de cada uno-, y por eso nos atrevemos a vivir este
tiempo de conversión como un tiempo de Alianza.
[1] Benedicto XVI, Mensaje
para la Cuaresma 2012, en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/lent/documents/hf_ben-xvi_mes_20111103_lent-2012_sp.html