Un acontecimiento eclesial que ilumina
Hace poco hemos recibido la primera carta encíclica del
Papa Francisco, un acontecimiento eclesial del todo particular, porque se trata
de “una encíclica a cuatro manos”[1]
como el mismo Obispo de Roma ha comentado.
Al leer la Lumen
Fidei no puedo evitar escuchar en mi mente la voz de Benedicto XVI y
percibir sus expresiones y temáticas teológicas en el texto. Los cronistas
vaticanos confirman que se trata de “una encíclica muy ratzingeriana (en cuanto al lenguaje, la
estructura, las citas…) que lleva la firma del primer Papa latinoamericano”[2].
El mismo Papa Francisco dice en la carta que Benedicto XVI “ya había completado prácticamente una
primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de
corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al
texto algunas aportaciones” (LF 7).
Aun teniendo claro que
estamos ya ante un texto del magisterio de Papa Francisco, podríamos decir que
Benedicto XVI habla en las palabras de esta carta encíclica y que Francisco
habla en el gesto humilde de hacer suyo parte importante del trabajo de su
predecesor. Tal vez este gesto de Francisco nos ayude a comprender más
vivamente que “la fe es una porque es
compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu”,
a mi juicio, este gesto ilustra que “en
la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común”
(LF 47). Es la misma lumen fidei –la misma luz de la fe- la que nos entregan tanto
Benedicto XVI como Francisco, porque ambos la han recibido de la Iglesia, Madre
de nuestra fe, de Ella “que nos enseña a
hablar el lenguaje de la fe” (LF 38).
Una mirada a la
dinámica del texto
En la introducción a
la carta encíclica –los primeros siete parágrafos- domina la imagen de la fe
como luz que regala al hombre una nueva visión.
“Quien cree ve; ve con una luz que
ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado,
estrella de la mañana que no conoce ocaso” (LF 1). Así, la imagen de la luz “ilumina” todo el texto y el basto campo semántico asociado a la fe como luz
estará muy presente a lo largo de la encíclica. La riqueza simbólica de la luz
y la visión es fundamental para
comprender lo que Francisco nos ha querido transmitir sobre la fe cristiana.
Por así decirlo, esta carta hay que leerla con los ojos de la mente y de la
imaginación para dejar que el corazón capte su mensaje.
La fe también es
asociada al escuchar y con ello al
sentido auditivo: “Para el cuarto
Evangelio, creer es escuchar (…).La escucha de la fe tiene las mismas
características que el conocimiento propio del amor: es una escucha personal,
que distingue la voz y reconoce la del Buen Pastor” (LF 30). Y dando todavía un paso más la
fe es asociada al tacto, pues, “con su encarnación, con su venida entre
nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos
toca” y “con la fe, nosotros
podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia” (LF 31).
El capítulo primero –Hemos creído en el amor (cf. 1 Jn 4,16)- nos dice que “si queremos
entender lo que es la fe, tenemos que narrar su recorrido, el camino de los
hombres creyentes” (LF 8). Así,
el texto parte desde la fe de Abraham y recorre el camino de la fe de Israel
hasta llegar a la plenitud de la fe cristiana que es “fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de
transformar el mundo e iluminar el tiempo” (LF 15). Pero todavía la encíclica avanza un paso más –un paso
decisivo-, pues “la plenitud a la que
Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es sólo
aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también
aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino
que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación
en su modo de ver” (LF 18). La
vida de fe es también “existencia filial”
que “consiste en reconocer el don
originario y radical, que está a la base de la existencia del hombre” (LF 19).
El segundo capítulo de
la Lumen Fidei –Si no creéis, no comprenderéis (cf. Is 7,9)- aborda una temática eminentemente ratzingeriana: la relación
entre fe y verdad, entre fe y razón (moderna). “Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más
necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos” (LF 25).
A mi juicio, este
segundo capítulo es lo más “sabroso” de la encíclica. En particular el desarrollo
de la relación entre amor y conocimiento de la verdad (parágrafos 26-28). “La fe conoce por estar vinculada al amor,
en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace
cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da
ojos nuevos para ver la realidad” (LF
26). En definitiva amor y verdad se entrelazan porque sólo logramos
comprender –conocer verdaderamente, con el corazón- cuando somos amados. Esto
se hace realidad sobre todo cuando se trata de conocer el sentido de nuestras
vidas. Así, del amor nace la verdad, y por eso la verdad es siempre don y no una
construcción auto-referente. “La verdad
que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor
nos toca” (LF 27).
Así, si el amor que
percibimos en la fe es fuente de conocimiento (cf. LF 28) entonces podemos comprender que “la fe lleva a una visión más profunda” (LF 30). La fe es entonces mirada profunda de la realidad y así se
convierte en interpretación de la propia realidad personal que nos lleva a
decisiones de vida.
El don de la fe (capítulo
I) que es verdadero (capítulo II), es don que se ha de transmitir –capítulo tercero:
Transmito lo que he recibido (cf. 1 Co 15,3)-. Y “la fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona,
como una llama enciende otra llama” (LF
37). En este acto de transmisión de la fe, “mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el
rostro de Jesús” (LF 38). Y así
comprendemos que “la Iglesia es una Madre
que nos enseña a hablar el lenguaje de la fe” (LF 38) y que por lo tanto la fe no es sólo “opción individual” sino que “se
da siempre dentro de la comunión de la Iglesia” (LF 39) y “por eso, quien cree
nunca está solo, porque la fe tiende a difundirse, a compartir su alegría con
otros” (LF 39).
Los parágrafos 40 al
46 al hablar de “los cuatro elementos que
contienen el tesoro de memoria que la Iglesia transmite: la confesión de fe, la
celebración de los sacramentos, el camino del decálogo [y] la oración” (LF 46) nos señalan que “lo
que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la
luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo” (LF 40).
Finalmente el don de
la luz de fe que se transmite en la Iglesia está llamado a servir al bien común
–capítulo cuarto: Dios prepara una ciudad
para ellos (cf. Hb 11,16)-: “La fe no sólo se presenta como un camino,
sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el
hombre pueda convivir con los demás” (LF
50), pues “la fe revela hasta qué
punto pueden ser sólidos los vínculos humanos cuando Dios se hace presente en
medio de ellos” (LF 50). “Precisamente por su conexión con el amor
(cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del
derecho y de la paz” y así “nos ayuda
a edificar nuestras sociedades” pues “las
manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una
ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios”
(LF 51).
La luz de la fe además
ilumina la vida en sociedad al mostrarnos “la
verdadera raíz de la fraternidad” (LF
54) y al afirmar “la posibilidad del
perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso” (LF 55).
En las líneas que más
iluminan muchos de los gestos de Papa Francisco –pensemos en su reciente visita
a los inmigrantes en la isla de Lampedusa[3]-, Lumen Fidei dice: “La luz de
la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres
y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de
Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado
el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado
todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que
los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como
una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al
hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le
responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une
a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz” (LF 57).
María, Madre de
nuestra fe
Papa Francisco termina
su primera encíclica con un hermoso colofón mariano –Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)-, colofón que en cuatro
párrafos ilustra magistralmente por qué “la
Madre del Señor es ícono perfecto de la fe”. En Ella “la fe ha dado su mejor fruto, y cuando nuestra vida espiritual da
fruto, nos llenamos de alegría, que es el signo más evidente de la grandeza de
la fe” (LF 58).
Luego de leer esta
encíclica –de leerla y releerla, de reflexionarla y meditarla- vale la pena
mirar nuestra vida a la luz de la fe y en un sincero momento de oración hacer
nuestra la súplica confiada que Francisco le dirige a María, madre de la
Iglesia y madre de nuestra fe:
“¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz
de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de
nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos
tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor,
sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es
llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz
en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros,
hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro
Señor.”[4] Amén.
Oscar Iván Saldivar, I.Sch.P.
[1] ANDREA TORNIELLI, El Papa: «Saldrá una encíclica a cuatro
manos» [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/papa-el-papa-pope-vaticano-vatican-25611/˃
[2] ANDREA TORNIELLI, La humildad de Francisco [en línea]. [fecha
de consulta: 9 de julio de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/papa-el-papa-pope-bergoglio-ratzinger-enciclica-26229/˃
[3] ANDREA TORNIELLI, Un viaje emblemático
a la extrema periferia de Europa [en línea]. [fecha de consulta: 9 de julio
de 2013]. Disponible en: ˂http://vaticaninsider.lastampa.it/es/noticias/dettagliospain/articolo/lampedusa-papa-el-papa-pope-26313/˃
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