El camino de la fe: de la
ceguera a la visión creyente
Queridos hermanos:
La
Liturgia de la Palabra de hoy (Domingo IV de Cuaresma) nos presenta el texto
íntegro del capítulo 9 del Evangelio según San
Juan. Si bien existe una forma corta del texto, vale la pena leer y
escuchar toda la perícopa evangélica (Jn 9,
1-41) para no perdernos la riqueza de este texto que relata el encuentro entre
Jesús y el hombre ciego de nacimiento.
Jesús vio a un hombre
ciego de nacimiento
El inicio del texto es importante: “Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento”. Es Jesús el que ve, el
que mira a este hombre que no puede ver… En su ceguera este hombre no percibe a
Jesús, no es capaz de ver su rostro, su mirada, sus gestos, su presencia… Y sin
embargo, Jesús es quien lo ve, quien le dirige su mirada llena de ternura,
respeto y amor.
¡Qué consuelo para nosotros! Pues también nosotros somos
ciegos a la presencia de Jesús en nuestras vidas… ¡Cuánto nos cuesta ver a Jesús!
Tenemos tantos problemas personales, familiares o laborales que nos cuesta ver
a Jesús en nuestras vidas. Otras veces sucede que nuestros propios pecados y el
de los demás nos impiden ver a Jesús. Y otras veces, simplemente, no sabemos
mirar con fe para ver a Jesús en nuestras vidas… Nadie nos lo ha enseñado… Y
así, somos como ese hombre ciego del evangelio. ¡Pero Jesús nos ve! Jesús me ve
y me mira con amor aunque yo no lo vea a Él.
Para que se manifiesten
las obras de Dios
Y la mirada de Jesús -esa mirada de ternura, respeto y
amor- es una mirada distinta a las demás, una mirada que puede transformar la
realidad porque percibe en ella la acción de Dios.
Mientras sus discípulos preguntan “¿quién ha pecado (…) para que haya nacido ciego?”, Jesús responde:
“ni él ni sus padres han pecado, nació
así para que se manifiesten en él las obras de Dios”.
Donde los discípulos ven pecado, Jesús ve una oportunidad
para que se manifiesten las obras de Dios… Donde nosotros vemos una dificultad,
Jesús ve una puerta abierta; donde vemos un castigo, Jesús ve una oportunidad
para crecer; donde vemos pecado, Jesús ve un camino de conversión y perdón.
Es la mirada del Hijo que siempre nos ve como hermanos.
Es la mirada del Hijo que siempre ve la acción del Padre por medio del Espíritu
en los corazones de los creyentes.
Cuando miramos nuestra propia vida, y la de los demás,
¿miramos como Jesús o como los discípulos?
El camino de la fe: de la
ceguera a la visión creyente
Finalmente queridos hermanos y hermanas, el hermoso y
dramático relato que hemos escuchado nos muestra que hay un “camino de la fe”,
una peregrinación podríamos decir, en la cual peregrinamos desde la ceguera
de estar encerrados en nosotros mismos y
nuestro mundo a la visión creyente que es capaz de percibir con fe y con
esperanza la presencia de Dios en la realidad cotidiana.
Es la peregrinación que ha hecho el hombre ciego de
nacimiento: él fue mirado por Jesús… Jesús lo miró, lo tocó, se hizo cargo de su ceguera, realizó una obra por él y así lo alivió.[1]
Y una vez mirado por Jesús, tocado por su amor, tuvo que aprender a dar testimonio
de su encuentro con el Señor: primero dirá “ese
hombre”, luego lo reconocerá como “un
profeta” y finalmente ante Jesús mismo dirá “creo Señor”…
Cuando el hombre dice: “creo en ti Señor”, deja atrás su ceguera y recibe la plena visión de la fe que lo hace capaz de ver a Jesús, el Señor, en todas las
situaciones de la vida –sean estas de tristeza o alegría- y con ello encuentra
el sentido de su propia existencia, pues, “quien cree ve; ve con una luz que
ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo
resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso”.[2]
Señor Jesús, enséñanos a mirar como tú miras –como Hijo-
, y a ver lo que tú ves: el amor. Amén.