Cuaresma,
camino y tiempo de conversión
Queridos hermanos y
hermanas:
Nuevamente
como pueblo de Dios, como Iglesia, nos ponemos en camino y queremos vivir un
tiempo especial, un tiempo fuerte: un tiempo de conversión, de gracia y del
Espíritu. La Cuaresma es ese tiempo y ese camino de conversión que anhelamos.
Camino de conversión,
camino al corazón
Cuando
en nuestro peregrinar cristiano olvidamos la meta, dejamos de ser peregrinos y
nos convertimos en errantes y así quedamos “existencialmente huérfanos,
desamparados, sin un hogar donde retornar siempre” y terminamos girando en
torno a nosotros mismos sin llegar a ninguna parte.[1]
Por
eso, al inicio de nuestro camino cuaresmal conviene que recordemos que la
Cuaresma tiene como meta la Pascua, el “revivir los misterios máximos de la fe
en el Triduo Pascual”.[2]
Queremos participar de la muerte y resurrección de Cristo, queremos participar
de la nueva vida del Hijo Resucitado… Queremos morir a nuestros pecados, a
nuestros egoísmos, a nuestra indiferencia y a nuestros dolores… Y queremos
resucitar al amor, a la plenitud, al compartir, a la felicidad. Pero, ¿cómo lo
hacemos?
Necesitamos
hacer este camino de conversión que es la Cuaresma. Y todo camino de conversión
es siempre un encaminarse hacia el propio corazón, hacia nuestra interioridad,
hacia el núcleo de nuestra personalidad: allí donde somos auténticos y no caben
ya las apariencias y las máscaras, las excusas y las justificaciones.
La
palabra de Dios nos pide que peregrinemos a nuestro propio corazón cuando nos
reclama: “desgarren su corazón y no sus
vestiduras” (Jl 2,13). Desgarrar
el corazón… La imagen es fuerte, incluso dolorosa. Si desgarramos nuestras
vestiduras queda al desnudo nuestro cuerpo. Si desgarramos nuestros corazones
quedan al desnudo nuestros pensamientos, deseos, sentimientos e intenciones.
Queda al desnudo la fuente misma de donde brotan nuestras acciones. Quedan al
desnudo nuestros egoísmos, nuestros pecados: nuestro encerrarnos en nosotros
mismos despreciando a los demás y a Dios.
Personalmente
pienso que debemos tomar muy en serio las palabras de Jesús en el Evangelio
cuando nos dice que “de dentro, del
corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,21). A veces quisiéramos excusarnos y responsabilizar a otros
por nuestros dolores y pecados, o tal vez minimizarlos. Quisiéramos no responsabilizarnos por nuestras
propias acciones y sus consecuencias, o no tomar conciencia de las huellas que dejan en nosotros. Pero eso sería inmaduro, y a la larga nos
privaría de ser ayudados, de ser perdonados y sanados.
El
inicio de nuestra conversión radica en reconocer sinceramente que somos
pecadores -que muchas veces hemos elegido libre y conscientemente el hacernos
daño a nosotros mismos y a los demás-, que tenemos un corazón pecador y por ello
necesitado del amor de Jesús, de su misericordia, de su perdón, de su sanación.
Sin
duda este reconocimiento puede ser doloroso, puede “desgarrar el corazón”, pero
el encuentro sincero con Jesús es salvación, “ante su mirada, toda falsedad se
deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos
libera para llegar a ser nosotros mismos. (…) Pero en el dolor de este
encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con
toda claridad está nuestra salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos
cura a través de una transformación”.[3]
Peregrinar
a nuestro corazón y reconocerlo con sinceridad como un corazón pecador, nos
debe llevar a hacer nuestra la súplica del salmista: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro” (Sal 50,12). Sólo Dios, nuestro Padre bueno y misericordioso, puede
obrar el gran milagro de nuestra transformación. Sólo Él puede tocarnos allí
donde nadie más tiene acceso, sólo Él puede regalarnos un corazón nuevo.
Y
así, de nuestro corazón reconciliado y renovado, podrán brotar el ayuno, la limosna y la oración como
expresión externa de un corazón amante.
Si
con confianza y sinceridad nos acercamos a Dios, nuestro Padre del cielo que “ve en
lo secreto” (Mt 6,4) –que ve en el
corazón- sabrá darnos aquello que anhelamos: un corazón nuevo, un corazón de
hijos y hermanos, un corazón semejante al de Jesús.
Queridos
hermanos y hermanas, “éste es el tiempo
favorable, éste es el día de la salvación” (2 Co 6,2), aprovechemos esta Cuaresma y transformemos, desde nuestro interior, este tiempo que estamos iniciando en tiempo del corazón, en tiempo de
conversión. Que así sea.
[1]
PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii
Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, N° 170.
[2] CONFERENCIA
EPISCOPAL ARGENTINA, Misal Romano Cotidiano. Versión castellana de la 3ª
edición típica latina y los Leccionarios I-IV, página 230.
[3] BENEDICTO
XVI, Carta Encíclica Spe Salvi sobre la esperanza cristiana, N° 47.
Que importante es recordar siempre el sentido de nuestro peregrinar, si no es una constante autorreferencia que nos impide ver el «hacia quien» peregrinamos. Gracias por el impulso.
ResponderEliminarQuerido P. Victor, gracias por siempre alentarme a caminar hermano, una abrazo!
ResponderEliminarExcelentes palabras Padre Oscar!!! Éxitos y siempre adelante...
ResponderEliminarQue así sea!
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