LA GRATITUD FILIAL
Queridos hermanos y
hermanas,
querida Familia:
El Evangelio que hemos
escuchado hoy[1]
(Mt 19,30 - 20,16) nos invita
reflexionar sobre nuestra actitud ante la vida y nuestra vivencia de la fe. Una
vez más, Jesús utiliza una parábola para explicarnos la dinámica del Reino de
los Cielos.
El texto evangélico que
hemos escuchado llama nuestra atención sobre tres puntos: 1. La actitud del dueño de la viña –Jesús-: “Quiero dar a este que llegó último lo mismo que a ti. (…) ¿Por qué
tomas a mal que yo sea bueno?”. 2.
La actitud de los primeros trabajadores que protestan, que reclaman. 3. Y la situación de los últimos
trabajadores que han sido convocados a la viña.
Adentrarnos en la parábola
Toda parábola tiene como
intención no sólo darnos información, sino entregarnos una enseñanza de vida. Y
para darnos esa enseñanza de vida nos invita a involucrarnos en el relato, adentrarnos en la historia narrada e incluso
identificarnos con alguno de los personajes, con sus sentimientos y
experiencias.
Así las cosas, está claro
quién es el dueño de la viña, del campo: Jesús, que no se cansa de salir a
nuestro encuentro para convocarnos a vivir y trabajar con él. A nosotros
entonces nos quedan dos personajes con los cuales podríamos identificarnos: los
trabajadores de la primera hora o los de la última hora.
Dos actitudes ante la vida
Pienso que estos dos
grupos de trabajadores pueden representar dos actitudes ante la vida. ¿A qué me
refiero?
Cuando los trabajadores de
la primera hora recibieron su pago, probablemente pensaron: “¡qué injusto!”; y
de hecho se lo reclamaron al dueño (cf. Mt
20, 10-12). A pesar de que habían quedado de acuerdo en un denario al día,
al compararse con los otros esperaron recibir algo más.
En cambio los trabajadores
de la última hora habrán pensado: “¡qué generoso!”; pues ya con sorpresa
aceptaron el trabajo casi al final del día. Probablemente la gratitud llena de
asombro haya sido el sentimiento dominante en su interior.
¿Y cuál es nuestro
sentimiento vital? ¿Nuestra actitud ante la vida? ¿Vivimos reclamando
constantemente aquello que pensamos que se nos debe o nos abrimos al don de la
vida con gratitud? ¿Reclamo o gratitud?
Muchas veces sucede que
con sinceridad nos esforzamos por vivir nuestros compromisos y nuestra vida; ya
sea en la familia, el matrimonio, la comunidad o el trabajo y la vida
espiritual. Ponemos de nuestra parte –trabajamos desde la primera hora-, pero
al final del día terminamos no sólo cansados, sino también algo frustrados
porque no todas las cosas salieron como esperábamos o porque no obtuvimos el
reconocimiento que esperábamos obtener… Y entonces allí empezamos a reclamar, a
demandar. Y el constante reclamo, el constante ver lo que no salió bien, nos
quita la alegría y la frescura de la vida.
Si constantemente nos
estamos fijando en el detalle que no salió bien o reclamando que no se nos
agradeció lo suficiente por nuestro esfuerzo, nos estaremos perdiendo de
disfrutar y vivir cada experiencia de vida. Y con ello nos estaremos haciendo
ciegos a la presencia del Reino de los Cielos en medio nuestro.
Una actitud de vida
evangélica
El Evangelio –no sólo este
texto sino todo el Evangelio de Jesús- nos invita a otra actitud ante la vida:
la del asombro y la gratitud. Asombrarnos ante cada experiencia de vida y ante
cada persona. Asombrarme de la vida que he recibido, de las personas que están
a mi lado, de cada experiencia que voy viviendo… Y no tomar todo esto como algo
obvio o evidente, sino agradecer y disfrutar. ¡Vivir!
Aprender a disfrutar de
las pequeñas cosas de la vida también con sus imperfecciones. Aprender a
aceptar y disfrutar nuestra propia imperfecta vida. Y agradecer por ella en
lugar de reclamar y exigir.
Por eso el Salmo de hoy nos invita a hacer nuestras
sus palabras: “Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre sin cesar” (Salmo
144, 2-3). Día tras día te bendeciré… ¿Cuántas veces al día bendigo a Dios, agradezco
a Dios? ¿Cuántas veces al día reconozco positivamente a la persona que está a
mi lado, o sólo le reclamo y exijo?
La gratitud a la que nos
invita Jesús es la gratitud de los hijos de Dios. Aquel que es hijo amado tiene
su gran alegría –y recompensa- en esa relación viva con Dios. Por eso los
trabajos y sacrificios cotidianos no son ya obligación que requieren una recompensa,
sino respuesta de amor a Aquel que nos amó primero.[2]
Que María nos eduque e implore para nosotros esta nueva actitud de vida, esta
actitud de gratitud filial. Que así sea. Amén.
[1] 21
de septiembre de 2014, DOMINGO 25° DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO, CICLO A.
[2]
Cf. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus
caritas est sobre el amor cristiano, 1: “Y, puesto que es Dios quien nos ha
amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora
el amor ya no es sólo un «mandamiento», sino la respuesta al don del amor, con
el cual viene a nuestro encuentro.
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