La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 22 de febrero de 2015

¿Cómo vivir el tiempo de Cuaresma?

¿Cómo vivir el tiempo de Cuaresma?
Domingo I de Cuaresma – Ciclo B

Queridos hermanos y hermanas:

Iniciamos nuevamente el tiempo de Cuaresma. En su sabiduría, la Liturgia de la Iglesia nos propone un tiempo fuerte de preparación al misterio central de la fe y de la vida cristiana: la Pascua de Cristo Jesús.

Como bien señala la oración colecta de la misa de este día, vivimos este tiempo cuaresmal y sus expresiones año tras año[1]; la Cuaresma,   forma parte de nuestro año litúrgico. Pero aun así, vale la pena que al inicio de este tiempo nos preguntemos ¿cómo vivir el tiempo de Cuaresma? Pienso que esta no es una simple pregunta retórica, sino una pregunta que debiera cuestionarnos sinceramente.

Todos los cristianos –y dentro del Pueblo de Dios, también los consagrados- estamos expuestos a la “tentación” de la “rutina religiosa y espiritual”. Esa rutina que aparece cuando pensamos: “esto ya lo viví, esto ya lo hice”; esa rutina que hace gris la vida cotidiana y transforma las prácticas religiosas en meros actos hechos por costumbre; esa rutina que hace del tiempo de Cuaresma una mera sucesión de días, tiempo cronológico, tiempo que pasa, pero no tiempo de gracia en el cual se manifiesta el paso del Señor.

Cuaresma e interioridad

            Entonces, ¿cómo vivimos la Cuaresma? Para no caer en esa rutina espiritual que todo lo hace gris, debemos vivir la Cuaresma desde nuestra interioridad. Porque sólo en el corazón humano puede el tiempo cobrar sentido y transformarse en tiempo de gracia.

           
            Sólo desde nuestra interioridad seremos capaces de experimentar aquello que vivió Jesús al inicio de su ministerio: “En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto…” (Mc 1, 12). El Espíritu impulsa a Jesús, lo mueve, lo lleva, lo anima. Y lo anima a adentrarse en el “desierto”, en aquel lugar donde la soledad y el silencio abren al encuentro con Dios y con uno mismo.

            Vale la pena que cada uno de nosotros se pregunte: ¿A qué me impulsa el Espíritu en este inicio de la Cuaresma?

            El Espíritu Santo –que es el alma de nuestra alma- constantemente nos impulsa, pero necesitamos hacernos el espacio y el tiempo para escuchar y percibir aquello que el Espíritu quiere impulsar en nuestro interior y desde nuestro interior.

            Por eso la Iglesia insistentemente nos invita a la oración –especialmente en este tiempo de Cuaresma-, para tomar conciencia de la presencia de Dios en nuestro interior, en nuestra alma y en nuestra vida, para percibir su paso en nuestro día a día y su presencia en nuestros hermanos.

            La oración, que es diálogo íntimo y personal con Dios, nos abre a la escucha de Dios y por eso mismo abre nuestra interioridad; es decir, nuestra capacidad de conocernos a nosotros mismos y percibir las mociones de nuestra alma y los anhelos de nuestro corazón.

“Permaneció cuarenta días y fue tentado…” (Mc 1, 13)

            El desierto, el lugar a veces inhóspito de la soledad y el silencio nos confronta también con nuestras tentaciones, aquellas más sutiles y también las más básicas y bajas. Y justamente las tentaciones tienen que ver con el auto-conocimiento y con el confrontarse con uno mismo.

            A veces, muy rápido moralizamos las tentaciones que experimentamos… Pero miradas con serenidad y en presencia del Señor Jesús, las tentaciones son una fuente de conocimiento de nuestro propio yo, pues revelan nuestras heridas e insatisfacciones; revelan nuestra condición humana siempre necesitada de los otros y nuestra pequeñez. A su vez estas experiencias pueden conducirnos, impulsarnos, hacia la humildad y la filialidad.

            El Espíritu Santo quiere impulsarnos al desierto, animarnos a despojarnos de todo lo que nos distrae en el día a día y así confrontarnos con nuestra propia realidad para despertar en nosotros humildad y filialidad.

            En el fondo, el camino del tiempo cuaresmal se trata de eso: por el camino de la interioridad, la sinceridad y la humildad, llegar a la filialidad, a ser plenamente hijos e hijas de Dios.

            Que en este tiempo de Cuaresma nos animemos a adentrarnos con sinceridad en nuestro corazón para poner en presencia de Cristo y de María nuestra pequeñez, y dejar que con su misericordia ellos despierten en nosotros la filialidad. Amén.



[1] “Concédenos, Dios todopoderoso, que las prácticas anuales de esta celebración cuaresmal nos ayuden a progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y que nos dirijamos, por su medio, a una conducta cada vez más digna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.”