¿Cómo vivir el tiempo de
Cuaresma?
Domingo I de Cuaresma –
Ciclo B
Queridos hermanos y hermanas:
Iniciamos
nuevamente el tiempo de Cuaresma. En
su sabiduría, la Liturgia de la Iglesia nos propone un tiempo fuerte de
preparación al misterio central de la fe y de la vida cristiana: la Pascua de
Cristo Jesús.
Como
bien señala la oración colecta de la
misa de este día, vivimos este tiempo cuaresmal y sus expresiones año tras año[1];
la Cuaresma, forma parte de nuestro año litúrgico. Pero aun así, vale la pena que al inicio de este
tiempo nos preguntemos ¿cómo vivir el tiempo de Cuaresma? Pienso
que esta no es una simple pregunta retórica, sino una pregunta que debiera
cuestionarnos sinceramente.
Todos
los cristianos –y dentro del Pueblo de Dios, también los consagrados- estamos
expuestos a la “tentación” de la “rutina religiosa y espiritual”. Esa rutina
que aparece cuando pensamos: “esto ya lo viví, esto ya lo hice”; esa rutina que
hace gris la vida cotidiana y transforma las prácticas religiosas en meros
actos hechos por costumbre; esa rutina que hace del tiempo de Cuaresma una mera
sucesión de días, tiempo cronológico, tiempo que pasa, pero no tiempo de gracia
en el cual se manifiesta el paso del Señor.
Cuaresma e interioridad
Entonces, ¿cómo vivimos la Cuaresma? Para no caer en esa
rutina espiritual que todo lo hace gris, debemos vivir la Cuaresma desde
nuestra interioridad. Porque sólo en
el corazón humano puede el tiempo cobrar sentido y transformarse en tiempo de
gracia.
Vale la pena que cada uno de nosotros se pregunte: ¿A
qué me impulsa el Espíritu en este inicio de la Cuaresma?
El Espíritu Santo –que es el alma de nuestra alma-
constantemente nos impulsa, pero necesitamos hacernos el espacio y el tiempo para escuchar y percibir aquello que el Espíritu quiere impulsar en nuestro
interior y desde nuestro interior.
Por eso la Iglesia insistentemente nos invita a la
oración –especialmente en este tiempo de Cuaresma-, para tomar conciencia de la
presencia de Dios en nuestro interior, en nuestra alma y en nuestra vida, para
percibir su paso en nuestro día a día y su presencia en nuestros hermanos.
La oración, que es diálogo íntimo y personal con Dios,
nos abre a la escucha de Dios y por eso mismo abre nuestra interioridad; es
decir, nuestra capacidad de conocernos a nosotros mismos y percibir las
mociones de nuestra alma y los anhelos de nuestro corazón.
“Permaneció cuarenta días
y fue tentado…” (Mc 1, 13)
El desierto, el lugar a veces inhóspito de la soledad y
el silencio nos confronta también con nuestras tentaciones, aquellas más
sutiles y también las más básicas y bajas. Y justamente las tentaciones tienen
que ver con el auto-conocimiento y
con el confrontarse con uno mismo.
A veces, muy rápido moralizamos las tentaciones que
experimentamos… Pero miradas con serenidad y en presencia del Señor Jesús, las
tentaciones son una fuente de conocimiento de nuestro propio yo, pues revelan
nuestras heridas e insatisfacciones; revelan nuestra condición humana siempre
necesitada de los otros y nuestra pequeñez. A su vez estas experiencias pueden
conducirnos, impulsarnos, hacia la humildad y la filialidad.
El Espíritu Santo quiere impulsarnos al desierto,
animarnos a despojarnos de todo lo que nos distrae en el día a día y así
confrontarnos con nuestra propia realidad para despertar en nosotros humildad
y filialidad.
En el fondo, el camino del tiempo cuaresmal se trata de
eso: por el camino de la interioridad, la sinceridad y la humildad, llegar a la
filialidad, a ser plenamente hijos e hijas de Dios.
Que en este tiempo de Cuaresma nos animemos a adentrarnos
con sinceridad en nuestro corazón para poner en presencia de Cristo y de María
nuestra pequeñez, y dejar que con su misericordia ellos despierten en nosotros
la filialidad. Amén.
[1] “Concédenos,
Dios todopoderoso, que las prácticas anuales de esta celebración cuaresmal nos
ayuden a progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y que nos
dirijamos, por su medio, a una conducta cada vez más digna. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo.”
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