Domingo 22° durante el año
– Ciclo B
Mc
7, 1-8. 14-15. 21-23
¿Qué es lo que hace puro
el corazón humano?
Queridos hermanos y hermanas:
En
el evangelio que acabamos de escuchar (Mc
7, 1-8. 14-15. 21-23) somos testigos nuevamente de una confrontación entre Jesús
y los fariseos y escribas. Esta confrontación en torno a las “abluciones”; es
decir, en torno a los ritos de purificación religiosa por medio del agua, le da
la oportunidad a Jesús de enseñarnos qué es lo que verdaderamente purifica el
corazón humano.
«¿Por qué tus discípulos
comen con las manos impuras?»
Cuando los fariseos y escribas se acercan a Jesús y ven
que sus discípulos comen con las manos impuras –es decir, sin haberse lavado
antes-, entonces lo confrontan con la pregunta: «¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de
nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?» (Mc 7,5). ¿Por qué no se purifican? ¿Por
qué no siguen esta costumbre, esta enseñanza de nuestros antepasados?
Detrás
de la pregunta y reproche de los fariseos subyace la pregunta por la pureza.
Subyace el anhelo de la pureza. La pureza de la persona, la pureza del alma y
del corazón que permite entrar en relación con Dios. Es lo que se pregunta el Salmo 14,1: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte
santo?». A este anhelo Jesús responde en el Evangelio de Mateo diciendo: «Felices
los que tienen el corazón puro porque verán a Dios» (Mt 5,8).
Las
abluciones rituales querían lograr eso, purificar al hombre, capacitarlo para
vivir en la presencia de Dios, para “habitar en el monte santo”. Pero las
abluciones y otras prácticas rituales sólo pueden purificar el exterior del
hombre y no su interior. Y justamente la relación con Dios se vive desde el
interior, desde nuestra interioridad, desde nuestro corazón: nuestro núcleo
personal y auténtico.
Por
eso no se puede sostener una relación con Dios desde la mera superficialidad;
no se puede sostener una relación con el Dios vivo sólo desde la costumbre sin
sentido, sin alma, sin compromiso personal. No se puede vivir la relación con
Dios desde el mero cumplir exterior.
«Su corazón está lejos de
mí»
La respuesta de Jesús es impresionantemente dura y
tajante: «¡Hipócritas! Bien profetizó de
ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra
con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las
doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres.”» (Mc 7, 6-8).
Jesús denuncia la superficialidad y la mera exterioridad
en la relación con Dios, denuncia el contentarse con el cumplir exterior y el
pensar que la sola práctica exterior –sin alma, sin compromiso personal y
social- nos hace capaces de la amistad con Dios.
Y al hacerlo corrige también nuestra praxis religiosa. Al
citar el pasaje del profeta Isaías (Isaías
29,13), Jesús nos muestra que hay una correspondencia entre el corazón
humano y la palabra de Dios, entre interioridad humana y palabra de Dios. Así,
Jesús responde a la pregunta de fondo: ¿qué es lo que hace puro el corazón
humano? ¿Qué es lo que lo purifica y lo hace pleno?
Lo que purifica nuestro corazón y lo plenifica es el
contacto lleno de fe con la palabra de Dios, con la Sagrada Escritura, con los
Evangelios. En la lectura atenta, buscante y orante de los Evangelios, nos
encontramos con la vida, con los gestos y palabras de Jesús. Se trata del
contacto con Jesús mismo, la palabra de Dios hecha hombre, hecha persona
humana.
Cuando Jesús nos advierte que no son las circunstancias
externas las que nos hacen impuros, sino lo que brota de nuestra propia
interioridad (cf. Mc 7, 20-23), nos
ayuda a comprender que si abandonamos nuestro corazón a sus inclinaciones
egoístas se pierde, nos perdemos. Por eso vale que nos preguntemos, ¿cuido yo
mi corazón? ¿De qué lleno mi corazón, mi interioridad? ¿A quién o a qué entrego
mi corazón?
«¡Oh Dios!, crea en mí un
corazón puro»
Nuestra Señora del Sagrado Corazón |
“La palabra de Jesús no es solamente palabra, sino Él mismo. Y su palabra es la verdad y es el
amor” que nos purifican porque nos regalan “el don del encuentro con Dios”[1].
Sí, lo que purifica nuestro corazón es el encuentro personal con Jesucristo, la
relación con Él, la amistad con Él.
Que María, quien guardaba todas las palabras y gestos de
Jesús en su corazón (cf. Lc 2,19.
51), nos ayude y eduque nuestro interior para acoger con sinceridad y esperanza
la Palabra de Dios que purifica nuestro corazón. Amén.
[1] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro
S.A., Madrid 2011), pág. 76s.