La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 4 de agosto de 2015

¿Por qué buscamos a Jesús?

¿Por qué buscamos a Jesús?

Domingo XVIII del Tiempo ordinario – Ciclo B

“Ustedes me buscan, no porque vieron signos…”

¿Por qué busco a Jesús? Seamos sinceros con nosotros mismos. A veces buscamos a Jesús porque no nos “sentimos” bien, porque estamos decaídos, desganados o bajoneados, y queremos que Él nos consuele y nos haga sentir mejor.

Otras veces buscamos a Jesús porque queremos que Él “resuelva” un problema nuestro. Queremos que Él nos quite un defecto, que nos ayude en una relación, que sane una enfermedad o que nos ayude a pasar un examen, o a conseguir trabajo o dinero.

Buscamos a Jesús para recibir sus favores, sus consuelos… Para saciar nuestros deseos, los deseos de nuestro propio yo: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido hasta saciarse” (Jn 6,26).

Es cierto que necesitamos que Jesús nos levante el ánimo, necesitamos que nos ayude a resolver nuestros problemas personales, familiares y laborales. Necesitamos que Él nos acompañe. Pero muchas veces sucede que una vez que Jesús ha respondido a nuestras necesidades, tendemos a olvidarnos de Él, y, a pesar de que hemos saciado algunas necesidades básicas, seguimos sintiendo hambre de algo más.

En el texto evangélico que hemos escuchado (Jn 6, 24-35) “se contraponen el «comer pan hasta saciarse» y el «ver signos». Son dos puntos de partida radicalmente distintos para una búsqueda de Jesús, que señalan caminos divergentes, que conducen a muy diversos resultados. «Ver signos» significaría la recta comprensión del milagro del pan, en el que no hay que quedarse sino que, siguiendo su indicación, hay que llegar a la fe en Jesús. Por el contrario, «comer pan hasta saciarse» significa la permanencia superficial en la saciedad inmediata.”[1]

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre…”

            Jesús nos invita a buscarlo –y en ese sentido a trabajar por un alimento que permanece- no para saciarnos con realidades o cosas perecederas… No nos quedemos en los consuelos y sentimientos momentáneos. No nos saciemos con lo superficial, con lo inmediato. El saciarnos, el contentarnos con lo superficial puede apagar nuestra hambre de amor y de sentido para nuestra vida.[2]

           
        Jesús nos invita a buscarlo para recibir de Él el alimento que permanece hasta la Vida eterna.

            ¿Y cómo buscarlo? ¿En qué consiste el “trabajo” de buscarlo, el “trabajo” que debemos realizar? ¿Cuál es la “obra de Dios”? “La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado” (Jn 6,29). Se trata de entrar en relación con Él, en amistad con Jesús; se trata de creer en Él y en su amor incondicionado por cada uno de nosotros.[3]

            Comprendemos entonces por qué Jesús se presenta a sí mismo como “pan de la vida” (Jn 6,35), porque es Él quien nos regala vida verdadera, porque “la vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco por sí mismo: es una relación.”[4]  

            Lo que realmente nos alimenta y permanece hasta la Vida eterna es la relación con Jesús, la amistad con Jesús. Es más, la amistad con Jesús en esta vida es inicio de la Vida eterna. Cuando vivimos con Él y como Él, entonces saciamos nuestra hambre de amor y nuestra sed de sentido; y esta relación sustenta nuestra vida.

            Que María, Madre de la ternura, nos ayude a buscar a Jesús para entrar en una relación viva y cálida con Él, una relación que nos regala vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Amén.



[1] J. BLANK, El Evangelio según San Juan. Tomo 1a (Editorial Herder, Barcelona 1991), 383.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Discurso en el encuentro con los jóvenes en la Costanera, domingo 12 de julio de 2015: “Jesús no dice felices los que lo pasan bien sino que dice felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás.”
[3] Cf. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi sobre la Esperanza cristiana, 26: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. (…) El ser humano necesita un amor incondiciondo. (…) Si existe este amor absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces- el hombre es “redimido”, suceda lo que suceda en su caso particular.”
[4] BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi sobre la Esperanza cristiana, 27.

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