¿Por qué buscamos a Jesús?
Domingo XVIII del Tiempo
ordinario – Ciclo B
“Ustedes me buscan, no
porque vieron signos…”
¿Por
qué busco a Jesús? Seamos sinceros con nosotros mismos. A veces buscamos a
Jesús porque no nos “sentimos” bien, porque estamos decaídos, desganados o
bajoneados, y queremos que Él nos consuele y nos haga sentir mejor.
Otras
veces buscamos a Jesús porque queremos que Él “resuelva” un problema nuestro.
Queremos que Él nos quite un defecto, que nos ayude en una relación, que sane
una enfermedad o que nos ayude a pasar un examen, o a conseguir trabajo o
dinero.
Buscamos
a Jesús para recibir sus favores, sus consuelos… Para saciar nuestros deseos,
los deseos de nuestro propio yo: “Les
aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido
hasta saciarse” (Jn 6,26).
Es
cierto que necesitamos que Jesús nos levante el ánimo, necesitamos que nos
ayude a resolver nuestros problemas personales, familiares y laborales.
Necesitamos que Él nos acompañe. Pero muchas veces sucede que una vez que Jesús
ha respondido a nuestras necesidades, tendemos a olvidarnos de Él, y, a pesar
de que hemos saciado algunas necesidades básicas, seguimos sintiendo hambre de
algo más.
En
el texto evangélico que hemos escuchado (Jn
6, 24-35) “se contraponen el «comer pan hasta saciarse» y el «ver signos». Son
dos puntos de partida radicalmente distintos para una búsqueda de Jesús, que
señalan caminos divergentes, que conducen a muy diversos resultados. «Ver signos»
significaría la recta comprensión del milagro del pan, en el que no hay que
quedarse sino que, siguiendo su indicación, hay que llegar a la fe en Jesús.
Por el contrario, «comer pan hasta saciarse» significa la permanencia
superficial en la saciedad inmediata.”[1]
“Trabajen, no por el
alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les
dará el Hijo del hombre…”
Jesús nos invita a buscarlo –y en ese sentido a trabajar
por un alimento que permanece- no para saciarnos con realidades o cosas
perecederas… No nos quedemos en los consuelos y sentimientos momentáneos. No
nos saciemos con lo superficial, con lo inmediato. El saciarnos, el
contentarnos con lo superficial puede apagar nuestra hambre de amor y de
sentido para nuestra vida.[2]
¿Y cómo buscarlo? ¿En qué consiste el “trabajo” de
buscarlo, el “trabajo” que debemos realizar? ¿Cuál es la “obra de Dios”? “La obra de Dios es que ustedes crean en
Aquél que Él ha enviado” (Jn
6,29). Se trata de entrar en relación con Él, en amistad con Jesús; se trata de
creer en Él y en su amor incondicionado por cada uno de nosotros.[3]
Comprendemos entonces por qué Jesús se presenta a sí
mismo como “pan de la vida” (Jn 6,35), porque es Él quien nos regala
vida verdadera, porque “la vida en su verdadero sentido no la tiene uno
solamente para sí, ni tampoco por sí mismo: es una relación.”[4]
Lo que realmente nos alimenta y permanece hasta la Vida
eterna es la relación con Jesús, la amistad con Jesús. Es más, la amistad con
Jesús en esta vida es inicio de la Vida eterna. Cuando vivimos con Él y como
Él, entonces saciamos nuestra hambre de amor y nuestra sed de sentido; y esta
relación sustenta nuestra vida.
Que María, Madre de la ternura, nos ayude a buscar a
Jesús para entrar en una relación viva y cálida con Él, una relación que nos
regala vida en abundancia (cf. Jn
10,10). Amén.
[1] J.
BLANK, El Evangelio según San Juan. Tomo
1a (Editorial Herder, Barcelona 1991), 383.
[2] Cf.
PAPA FRANCISCO, Discurso en el encuentro
con los jóvenes en la Costanera, domingo 12 de julio de 2015: “Jesús no
dice felices los que lo pasan bien sino que dice felices los que tienen
capacidad de afligirse por el dolor de los demás.”
[3] Cf.
BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi sobre
la Esperanza cristiana, 26: “No es la
ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. (…) El ser
humano necesita un amor incondiciondo. (…) Si existe este amor absoluto con su
certeza absoluta, entonces –sólo entonces- el hombre es “redimido”, suceda lo
que suceda en su caso particular.”
[4] BENEDICTO
XVI, Carta encíclica Spe Salvi sobre
la Esperanza cristiana, 27.
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