Tengan ánimo y levanten la
cabeza
Domingo
1° de Adviento – Ciclo C
Queridos hermanos y hermanas:
Iniciamos hoy el tiempo
de Adviento, y con ello un nuevo año
litúrgico. La Liturgia de nuestra fe nos invita a “salir al encuentro de
Jesucristo que viene hacia nosotros.”[1]
Si bien el Adviento
es el tiempo litúrgico que nos prepara a la celebración de la Navidad –el recuerdo gozoso de la
primera venida del Señor-, también pone ante nuestros ojos y nuestro corazón
“la fe en el retorno de Jesús”[2];
la fe en su venida definitiva y plena, “en gloria y majestad”.[3]
Se verá al Hijo del hombre
venir sobre una nube
El evangelio que hemos escuchado hoy (Lc 21, 25-28. 34-36) hace referencia a
esa venida definitiva y plena: «Habrá
señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos
serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.
Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al
mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre
venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria» (Lc 21, 25-27).
En el texto evangélico se nos presentan imágenes de
acontecimientos cósmicos que señalan la venida definitiva del Hijo del hombre.
Imágenes que requieren una correcta interpretación para comprender su sentido. “Antes
de que venga el Hijo del hombre, se producirá un trastorno en el universo. Se
verán sacudidos sus tres grandes ámbitos, conforme a la idea de la época, que
concebía el mundo dividido en tres grandes pisos”[4]:
el cielo, la tierra y el mar.
Cielo, tierra y mar pierden su orden y armonía, por eso «los hombres desfallecerán de miedo ante la
expectativa de lo que sobrevendrá al mundo» (Lc 21,26).
Cuando aquello sobre lo cual nos asentamos –nuestras seguridades
e ideas, nuestras propias fuerzas-, cuando nuestra “tierra” se tambalea bajo
nuestros pies, y nuestros “astros” se conmueven –nuestro ego que aparentemente
ilumina nuestra vida- y las “aguas” del caos y del desorden amenazan nuestra
vida; también nosotros nos llenamos de angustia.
Sin embargo, Jesús nos anuncia algo nuevo en medio de
esta “crisis”: «Entonces se verá al Hijo
del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a
suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la
liberación» (Lc 21, 27-28).
Sí, cuando se tambalea el pequeño mundo que construimos
con nuestro egoísmo en el centro, entonces se hace patente la venida de Jesús
que viene a liberarnos de nosotros mismos, que viene a liberarnos “del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”.[5]
Tengan ánimo y levanten la
cabeza
Por eso en los momentos de crisis personal, familiar y
eclesial, los discípulos de Jesús estamos llamados a levantar la cabeza (cf. Lc 21,28), levantar la mirada y el
corazón y dirigirlos hacia Jesús que viene a nuestro encuentro.
Levantar la cabeza significa no dejarnos «aturdir por los excesos, la embriaguez y
las preocupaciones de la vida» (Lc
21,34).
Muchas veces vamos por la vida encorvados como si
llevásemos sobre nuestros hombros una pesada carga. Caminamos cabizbajos.[6]
La mente se nos nubla y el corazón se nos hace pesado. Nos dejamos aturdir por
nuestros problemas y por la tristeza… E incluso a veces, por escapar de eso nos
entregamos a los excesos, a esa “búsqueda enfermiza de placeres superficiales”
que termina en una “tristeza individualista”.[7]
Levantar la cabeza significa hacer vida lo que rezamos en
la Liturgia Eucarística: “Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el
Señor”. Levantar nuestra mirada y nuestro corazón hacia Jesús que en medio de
nuestras dificultades viene a nuestro encuentro.
Entendemos entonces la advertencia que nos hace Jesús: «Estén prevenidos y oren incesantemente,
para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir» (Lc 21,36). Solamente la oración incesante nos permite dejar esa
postura de “encorvados”, de encerrados en
nosotros mismos, en nuestros problemas y obsesiones. Sólo la oración
incesante –el diálogo sincero y confiado con Jesús- nos permite levantar la
mirada y descubrir en las dificultades el sentido que la fe da a los
acontecimientos. Sólo la oración incesante nos permite levantar la mirada y ver
el rostro de Jesús. Como dice el salmista: «Oigo
en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu
rostro» (Salmo 26,8-9).
Sí, en medio de las dificultades buscamos el rostro de
Dios que no es otro que el mismo Jesús; Él “es el rostro de la misericordia del
Padre”.[8]
Jesús con su mirada serena nuestras crisis, con su
ternura sana nuestras heridas y con su luz nos muestra el camino en medio de
nuestras oscuridades.
Por eso el creyente –que es siempre orante- no se «angustia ante el rugido del mar y la
violencia de las olas» (Lc 21,25)
sino que levanta la mirada para encontrar en el rostro de su Señor la paz y la
esperanza que orientan su vida.
María, Madre de la
Esperanza
Iniciamos hoy el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de levantar la mirada y el corazón hacia Cristo que viene a nuestro encuentro. Y lo hacemos con María, Madre de la Esperanza. A Ella, que supo levantar sus ojos desde la cruz hacia el Resucitado le pedimos:
“Incúlcame más y más el espíritu de oración;
alza continuamente mi corazón
hacia las estrellas del cielo;
haz que en todo momento
mire al Sol de Cristo
[1]
MISAL ROMANO, Domingo 1° de Adviento, Oración colecta.
[2] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 333.
[3]
Ídem, 337.
[4] A.
STÖGER, El Evangelio según San Lucas.
Tomo segundo (Editorial Herder, Barcelona 1993), 204.
[5]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[6]
Cf. A. STÖGER, El Evangelio según San
Lucas…, 207.
[7]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 2.
[8]
PAPA FRANCISCO, Misericordiae vultus
1.
[9] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 204.