La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 26 de noviembre de 2015

Tengan ánimo y levanten la cabeza

Tengan ánimo y levanten la cabeza

Domingo 1° de Adviento – Ciclo C
Queridos hermanos y hermanas:

            Iniciamos hoy el tiempo de Adviento, y con ello un nuevo año litúrgico. La Liturgia de nuestra fe nos invita a “salir al encuentro de Jesucristo que viene hacia nosotros.”[1]

            Si bien el Adviento es el tiempo litúrgico que nos prepara a la celebración de la Navidad –el recuerdo gozoso de la primera venida del Señor-, también pone ante nuestros ojos y nuestro corazón “la fe en el retorno de Jesús”[2]; la fe en su venida definitiva y plena, “en gloria y majestad”.[3]

Se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube

            El evangelio que hemos escuchado hoy (Lc 21, 25-28. 34-36) hace referencia a esa venida definitiva y plena: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria» (Lc 21, 25-27).

            En el texto evangélico se nos presentan imágenes de acontecimientos cósmicos que señalan la venida definitiva del Hijo del hombre. Imágenes que requieren una correcta interpretación para comprender su sentido. “Antes de que venga el Hijo del hombre, se producirá un trastorno en el universo. Se verán sacudidos sus tres grandes ámbitos, conforme a la idea de la época, que concebía el mundo dividido en tres grandes pisos”[4]: el cielo, la tierra y el mar.

            Cielo, tierra y mar pierden su orden y armonía, por eso «los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo» (Lc 21,26).

            Cuando aquello sobre lo cual nos asentamos –nuestras seguridades e ideas, nuestras propias fuerzas-, cuando nuestra “tierra” se tambalea bajo nuestros pies, y nuestros “astros” se conmueven –nuestro ego que aparentemente ilumina nuestra vida- y las “aguas” del caos y del desorden amenazan nuestra vida; también nosotros nos llenamos de angustia.

            Sin embargo, Jesús nos anuncia algo nuevo en medio de esta “crisis”: «Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» (Lc 21, 27-28).

            Sí, cuando se tambalea el pequeño mundo que construimos con nuestro egoísmo en el centro, entonces se hace patente la venida de Jesús que viene a liberarnos de nosotros mismos, que viene a liberarnos “del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”.[5]

Tengan ánimo y levanten la cabeza

            Por eso en los momentos de crisis personal, familiar y eclesial, los discípulos de Jesús estamos llamados a levantar la cabeza (cf. Lc 21,28), levantar la mirada y el corazón y dirigirlos hacia Jesús que viene a nuestro encuentro.

            Levantar la cabeza significa no dejarnos «aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida» (Lc 21,34).

            Muchas veces vamos por la vida encorvados como si llevásemos sobre nuestros hombros una pesada carga. Caminamos cabizbajos.[6] La mente se nos nubla y el corazón se nos hace pesado. Nos dejamos aturdir por nuestros problemas y por la tristeza… E incluso a veces, por escapar de eso nos entregamos a los excesos, a esa “búsqueda enfermiza de placeres superficiales” que termina en una “tristeza individualista”.[7]

            Levantar la cabeza significa hacer vida lo que rezamos en la Liturgia Eucarística: “Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor”. Levantar nuestra mirada y nuestro corazón hacia Jesús que en medio de nuestras dificultades viene a nuestro encuentro.

            Entendemos entonces la advertencia que nos hace Jesús: «Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir» (Lc 21,36). Solamente la oración incesante nos permite dejar esa postura de “encorvados”, de encerrados en  nosotros mismos, en nuestros problemas y obsesiones. Sólo la oración incesante –el diálogo sincero y confiado con Jesús- nos permite levantar la mirada y descubrir en las dificultades el sentido que la fe da a los acontecimientos. Sólo la oración incesante nos permite levantar la mirada y ver el rostro de Jesús. Como dice el salmista: «Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro» (Salmo 26,8-9).

            Sí, en medio de las dificultades buscamos el rostro de Dios que no es otro que el mismo Jesús; Él “es el rostro de la misericordia del Padre”.[8]

            Jesús con su mirada serena nuestras crisis, con su ternura sana nuestras heridas y con su luz nos muestra el camino en medio de nuestras oscuridades.

            Por eso el creyente –que es siempre orante- no se «angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas» (Lc 21,25) sino que levanta la mirada para encontrar en el rostro de su Señor la paz y la esperanza que orientan su vida.

María, Madre de la Esperanza

           
          Iniciamos hoy el Adviento, tiempo de esperanza, tiempo de levantar la mirada y el corazón hacia Cristo que viene a nuestro encuentro. Y lo hacemos con María, Madre de la Esperanza. A Ella, que supo levantar sus ojos desde la cruz hacia el Resucitado le pedimos:

“Incúlcame más y más el espíritu de oración;

alza continuamente mi corazón

hacia las estrellas del cielo;

haz que en todo momento

mire al Sol de Cristo

y que en Él confíe en cada circunstancia de la vida”.[9] 

Amén.   




[1] MISAL ROMANO, Domingo 1° de Adviento, Oración colecta.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, Madrid 2011), 333.
[3] Ídem, 337.
[4] A. STÖGER, El Evangelio según San Lucas. Tomo segundo (Editorial Herder, Barcelona 1993), 204.
[5] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 1.
[6] Cf. A. STÖGER, El Evangelio según San Lucas…, 207.
[7] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium 2.
[8] PAPA FRANCISCO, Misericordiae vultus 1.
[9] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 204.

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