«Háganlos sentar en
grupos…»
Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo C
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo, ocasión en la que ponemos en el centro de nuestra vida de
fe, el sacramento que es “para nosotros el principal y más insigne recuerdo del
gran amor con que Él nos amó.”[1]
En este día
volvemos a tomar conciencia del gran don que hemos recibido en la Iglesia, don
que nos llega desde el mismo Jesús como lo expresa el apóstol san Pablo: «Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les
he transmitido, es lo siguiente: el Señor Jesús, la noche en que fue entregado,
tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega
por ustedes. Hagan esto en memoria mía» (1 Co 11, 23-24).
Denles de comer ustedes mismos
En
este sacramento, en el que “el don y el que da son la misma cosa”[2],
Jesús no solamente se entrega a sí mismo, sino que nos enseña a entregarnos con
Él y como Él. Lo vemos en el evangelio que acabamos de escuchar (Lc 9, 11b-17). Ante el pedido de los
Doce: «Despide a la multitud, para que
vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y
alimento» (cf. Lc 9,12), Él les
responde: «Denles de comer ustedes
mismos» (Lc 9,13a).
Probablemente los
discípulos quedaron desconcertados ante este desafío de Jesús: «Denles de comer ustedes mismos». De
hecho, ante la multitud que ha seguido al Maestro, los discípulos lo único que
pueden hacer es reconocer que no tienen los recursos necesarios para
alimentarlos: «No tenemos más que cinco
panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para
toda esta gente» (Lc 9, 13b). En
un texto paralelo a este evangelio, ante la magnitud del pedido y la pequeñez
de las posibilidades, los discípulos responden: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero
¿qué es esto para tanta gente?» (Jn
6,9).
También nosotros,
muchas veces nos experimentamos sobrepasados por las exigencias de la vida
diaria y por las carencias de las personas que nos rodean. Como los discípulos,
nosotros preferimos que cada cual busque su propio alimento y su propio hogar.
Muchas veces tememos involucrarnos y comprometernos con la vida de los demás, o
simplemente estamos demasiado ocupados con nuestra propia vida, demasiado
encerrados en nosotros mismos. ¡Basta con nuestra propia vida! ¡Basta con
tratar de saciar nuestra propia hambre y la de los nuestros! Y sin embargo,
Jesús nos vuelve a desafiar: «Denles de
comer ustedes mismos».
Si nuestro corazón
está despierto, si está atento y vigilante en la oración, entonces ese desafío
de Jesús nos lleva a mostrarle nuestros «cinco
panes y dos pescados». Lo poco o mucho que tenemos en nuestra vida:
“cuanto llevo conmigo,
lo que soporto,
lo que hablo y lo que arriesgo,
lo que pienso y lo que amo,
los méritos que obtengo,
lo que voy guiando y conquistando,
lo que me hace sufrir,
lo que me alegra,
cuanto soy y cuanto tengo
te lo entrego como un
regalo de amor”.[3]
Así, Jesús toma esos
cinco panes y dos pescados y los bendice (cf. Lc 9, 16). Él bendice nuestra entrega, sea ésta entrega de nuestras
capacidades y tiempo, sea de nuestros bienes y talentos, pero sobre todo
bendice la entrega de nuestro corazón. Jesús bendice nuestra entrega y con ello
posibilita que cumplamos con su pedido: «Denles
de comer ustedes mismos».
Háganlos sentar en grupos
Pero
Jesús todavía nos enseña algo más en este evangelio y en este día de su Santísimo Cuerpo y Sangre. Para que Él
pueda saciar plenamente el hambre de alimento y hogar que hay en el corazón de
cada hombre, nuestra colaboración y entrega debe ir orientada hacia la
formación de comunidades. Por eso el Señor les pide a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos» (cf. Lc 9, 14).
Se
nos muestra entonces plenamente el sentido eclesial de la celebración y de la
vida eucarística. “La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa
solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia”.[4]
Y así como es cierto
que “la Iglesia vive del Cristo
Eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada”[5]
y que “la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la
Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en
el sacrificio de la Cruz”[6];
es cierto también que la Iglesia y la humanidad viven también de la cotidiana
entrega eucarística de los discípulos de Jesús. ¡Cuántos hombres y mujeres se
entregan con Cristo en el apostolado para que otros vean saciada su hambre de
pan y hogar!
En este sentido
interpreto el evangelio que hemos escuchado. Jesús nos llama a “hacer”
Eucaristía, a “hacer” comunidad y por ello Iglesia. Luego de que Jesús dijo a
sus discípulos «Háganlos sentar en grupos»,
«Jesús tomó los cinco panes y los dos
pescados y, levantando los ojos al cielo pronunció sobre ellos la bendición,
los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los sirvieran a la
multitud» (Lc 9, 14b. 16).
Jesús, que se da a sí
mismo como don, ha hecho de sus discípulos distribuidores de su donación para
saciar el hambre de la multitud que lo sigue.[7]
De la misma manera, Jesús toma nuestra colaboración y nuestra entrega, nuestros
dones; los bendice, los parte y nos los entrega nuevamente para que los compartamos
en comunión. Así, el hace de nosotros distribuidores de su donación y realiza
el misterio de la Iglesia.
Al celebrar y vivir
la Eucaristía, saciamos nuestra hambre de Cristo, pero también nos comprometemos con Jesús a saciar el
hambre de pan y hogar de nuestros hermanos y así realizar Iglesia. Nos
alimentamos del sacrificio eucarístico para, con Cristo, saciar a otros y vivir en comunión con ellos.
Por eso, al celebrar
hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre de Cristo, queremos con María, contemplar el “rostro eucarístico”[8]
de Jesús y queremos agradecerle el inmenso don que nos hace en la Eucaristía, renovando
nuestra disponibilidad a colaborar con Él en la realización de su Iglesia. Por
eso en oración le decimos:
“Te adoro con fe
y me ofrezco a ti como instrumento;
nada retengo para mí,
tu honra es mi
felicidad.
Gloria a ti, Dios Hijo,
con el Padre en su trono,
y al Espíritu de Santidad,
ahora y por los siglos. Amén.”[9]
[1]
URBANO IV, Bula Transiturus de hoc mundo
con la que se instituye la fiesta del Corpus Christi (11 agosto 1264) [en
línea]. [fecha de consulta: 24 de mayo de 2016]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/urbanus-iv/es/documents/bulla-transiturus-de-mundo-11-aug-1264.html>
[2] Ibídem
[3] P.
J. KENTENICH, Hacia el Padre, 16.
[4]
JUAN PABLO II, Carta encíclica Ecclesia
de Eucharistia sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 1.
[5] Ibídem, 6.
[6]
BENEDICTO XVI, Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis sobre la Eucaristía, fuente y culmen de la
vida y de la misión de la Iglesia, 14.
[7] Cf.
A. STÖGER, El Evangelio según san Lucas.
Tomo primero (Editorial Herder, Barcelona 1979), 253.
[8]
Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Ecclesia
de Eucharistia…, 7.
[9] P.
J. KENTENICH, Hacia el Padre, 157.
161.