Padrenuestro: filialidad y
fraternidad
17° Domingo durante el año
– Ciclo C
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la
Palabra hoy nos habla de la oración,
de ese diálogo íntimo y personal entre Dios y el hombre.
Enséñanos a orar
Ante el pedido de su discípulo Jesús responde diciendo:
«Cuando oren,
digan:
Padre, santificado sea tu nombre,
que venga tu Reino,
danos cada día
nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden;
y
no nos dejes caer en tentación» (Lc 11, 2-4).
Nos
equivocaríamos si pensamos que ante la petición del discípulo Jesús responde
con una fórmula o conjunto de palabras que hay repetir. Es cierto que el Señor
responde con una oración concreta que la Iglesia ha recogido en los evangelios
de Mateo (Mt 6, 9-13) y Lucas (Lc 11, 2-4). Oración que ha sido transmitida de generación en
generación como el “Padrenuestro” y
que es venerada como “la oración del
Señor”.
Sin
embargo, el Padrenuestro es más que
una fórmula o conjunto de palabras que hay que memorizar y repetir. El Padrenuestro es ante todo la actitud de
vida del cristiano.[1]
Y lo es, porque en realidad, para el cristiano la oración vivida en Cristo
Jesús no es simplemente un “momento” de su vida: la oración es su vida, y su
vida es oración.
Actitud de vida
Por eso cuando Jesús nos enseña a orar, no nos enseña
solamente palabras; sino que, en cada una de estas palabras nos enseña una
actitud de vida, un estilo de vida.
¿Y qué actitud, qué estilo de vida nos enseña Jesús en la
oración? Si partimos de la versión de san
Mateo de la oración Padrenuestro (Mt 6, 9-13), tomaremos conciencia de que
la actitud cristiana de vida es una actitud filial y fraternal.
Filial en tanto que el cristiano se dirige a Dios
llamándolo «Padre» (Lc 11,2; «Padre nuestro» en Mt
6,9). Es decir, utiliza un apelativo familiar, íntimo y personal para dirigirse
a Dios, para invocarlo, para ponerse en su presencia. Un hermoso Salmo nos invita a orar diciendo: «Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles; porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro» (Salmo
103, 13-14).[2]
Por eso, para el cristiano, la oración no es nunca una
obligación o un compromiso a cumplir. Más bien se trata de una manera en que se
experimenta profundamente como hijo ante Dios. Invocarlo como «Padre» significa hacernos hijos en su
presencia, abrirle el corazón sin temor y con confianza compartir nuestra vida
con Él. Él es nuestro Padre, somos obra de sus manos, Él conoce cada corazón y
comprende todas sus acciones (cf. Salmo
33,15).
Así entonces estamos en condiciones de comprender las
peticiones contenidas en el Padrenuestro,
son peticiones que se le hacen a un Padre, a Aquel de quienes somos y nos
sentimos hijos amados: que su hermoso nombre de Padre sea santificado,
reconocido; que su reinado se haga presente en nuestras vidas; que nos conceda
el sustento diario; que perdone nuestras ofensas y que no nos deje solos en los
momentos de tribulación y tentación.
La intercesión:
fraternidad en la oración
Comprendemos
también ahora la actitud de Abraham en su diálogo con Dios. Abraham sabe que
ante este Dios paternal que ha salido a su encuentro puede rezar por cada uno
de sus hijos de forma insistente.
La
oración de Abraham (cf. Gn 18, 20-21.
32-32) nos muestra también la dimensión profundamente fraterna de la oración
cristiana y de la vida cristiana.
El
diálogo íntimo y personal con Dios nunca es aislamiento intimista, nunca es
indiferencia ante los hermanos. Muy por el contrario, al invocar a Dios como «Padre nuestro» (Mt 6,9) tomamos conciencia de que somos todos hijos del mismo Padre
y por lo tanto hermanos los unos de los otros.
Siguiendo
a Jesús, el cristiano no puede invocar a Dios como Padre de forma privada;
siempre lo hace inmerso en el “nosotros” de la Iglesia, en el “nosotros” de sus
hermanos y hermanas.
Así
la oración alimenta nuestra fraternidad, la cual se expresa bellamente en la
oración de intercesión por los demás. ¿Cuánto rezamos por los demás? ¿Cuán
intensa es nuestra oración por la vida de los demás? En mi oración con Cristo y
Dios Padre, ¿se ensancha mi corazón para dejar entrar la vida de los demás?
Siendo hermano para los demás, santifico el nombre del Padre. Y en la medida en
que soy hermano de mis hermanos, soy hijo para el Padre. Y así, la oración de
Jesús se convierte en vida vivida en mi existencia.
A
María Santísima, quien educó a Jesús desde su más tierna infancia, le pedimos
que nos eduque para vivir según las palabras y actitudes del Padrenuestro siendo hijos y hermanos.
Amén.
[1] Cf. BENEDICTO XVI, La importancia de la
oración: Audiencia general, 11 de mayo de 2011: “Naturalmente, cuando
hablamos de la oración como experiencia del hombre en cuanto tal, del homo orans, es necesario tener presente
que es una actitud interior, antes que una serie de prácticas y fórmulas, un
modo de estar frente a Dios, antes que de realizar actos de culto o pronunciar
palabras.”
[2] En
la Liturgia de las Horas este salmo
es numerado como Salmo 102 II y se
reza en el Oficio de Lectura del
miércoles IV. En la Biblia el mismo
salmo es numerado como Salmo 103,
13-14.