La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 5 de agosto de 2018

«Trabajen por el alimento que permanece hasta la Vida eterna»


Domingo 18° durante el año – Ciclo B

Jn 6, 24 – 35

«Trabajen por el alimento que permanece hasta la Vida eterna»

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra nos presenta lo que ocurrió luego de que Jesús alimentara a «unos cinco mil hombres» a partir de los «cinco panes de cebada y dos pescados» que un niño ofreció al Señor (cf. Jn 6, 1 – 15).

            Por eso, el relato evangélico de hoy (Jn 6, 24 – 35) inicia diciendo: «Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús» (Jn  6, 24).

            Si bien la multitud busca al Señor, “Jesús llama la atención sobre el hecho de que no han entendido la multiplicación de los panes como un «signo» -como era en realidad-, sino que todo su interés se centraba en lo referente al comer y saciarse (cf. Jn 6, 26). Entendían la salvación desde un punto de vista puramente material, el del bienestar general, y con ello rebajaban al hombre y, en realidad, excluían a Dios.”[1] ¿Cómo comprendemos nosotros la salvación? ¿Desde qué perspectiva comprendemos nuestra relación con Jesús y qué esperamos de ella? ¿Comprendemos a Jesús cuando nos dice «Yo soy el pan de Vida»?

«Trabajen por el alimento que permanece hasta la Vida eterna»

            Luego de que Jesús llama la atención de sus oyentes sobre las motivaciones que tienen para buscarlo con tanto esfuerzo, les señala en qué deben poner todas sus energías y fuerzas: «Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre.”» (Jn 6, 27). Vale la pena que meditemos con cuidado en este versículo.

            Por un lado Jesús nos exhorta a “trabajar” por el alimento que permanece hasta la Vida eterna, y por otro lado, nos dice que ese alimento nos será dado como don por Él mismo. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible trabajar por algo que se nos da como don, como regalo?

            Por propia experiencia sabemos que alimentarnos física y espiritualmente implica trabajo. Los padres y madres trabajan para proporcionar alimento a sus hijos; los campesinos trabajan con esfuerzo la tierra para sacar de ella lo necesario para la subsistencia; los trabajadores hacen lo propio en sus labores esperando obtener una remuneración justa y digna con la cual alimentarse y alimentar a los suyos. Hay un esfuerzo concreto por el alimento. Así mismo, el alimentarnos espiritualmente con el estudio implica un serio y constante trabajo de lectura, investigación y reflexión.

            Jesús conoce y comprende este trabajo. Es por ello que nos invita a que así como ponemos en acción nuestras capacidades para obtener el alimento perecedero, pero necesario para nuestra vida temporal, pongamos el mismo empeño en obtener el alimento que proporciona Vida eterna, Vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).   

«La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado»

            ¿Cómo trabajar por este alimento «que permanece hasta la Vida eterna» y que nos será dado por Él mismo? ¿En qué consiste este “trabajo”? Es lo mismo que le preguntaron sus oyentes a Jesús: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Y el Señor responde: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que él ha enviado» (Jn 6, 29).

            La respuesta de Jesús es importante, ya que nos señala en qué consiste el “trabajo” que debemos realizar para recibir el alimento que permanece hasta la Vida eterna y que Él nos donará. Nuestro trabajo consiste en creer en Él, en mantener viva y despierta la fe en Él.

            Por lo tanto, si bien la fe es un don de Dios, también es una tarea que debemos realizar día a día. Así para el cristiano “la fe es ante todo adhesión personal del hombre a Dios”[2] y a su Hijo, Jesucristo.[3] Y este adherirse personalmente a Jesús es la tarea que debemos realizar día a día.

            Adherirnos a Él, entregarnos a Él con nuestro intelecto, nuestra voluntad y nuestros sentimientos. En una palabra con todo nuestro ser, con todo nuestro corazón. Y esta tarea la realizamos por medio de la lectura del Evangelio, la oración personal y en común, la celebración de los sacramentos, la formación en la doctrina de la Iglesia y el servicio a los hermanos. ¿Vivimos nuestra vida de fe como una hermosa y gozosa tarea cotidiana? ¿O más bien experimentamos nuestra vida de fe como conjunto de costumbres y obligaciones? ¿Ponemos nuestras capacidades y nuestro tiempo al servicio del crecimiento de nuestra fe? ¿Somos conscientes de que cultivar nuestra fe es cultivar nuestra amistad con Jesús y así alimentarnos de su vida y de su amor?

            A veces queremos saciarnos rápidamente con los frutos de la fe pero no la cultivamos ni cuidamos. Queremos que el Señor responda a nuestros pedidos, nos conceda su gracia, que escuche nuestra oración; pero no perseveramos en la “obra de Dios”, en el creer en Aquel que Él envió. Queremos recibir las gracias y dones de Jesús pero no nos esforzamos lo suficiente por entrar en una relación personal con Él, por buscarlo y encontrarlo, o al menos, por dejarnos encontrar por Él.[4]      

«Yo soy el pan de Vida»

           
Milagro de los panes y los peces.
Giovanni Lanfranco. Óleo sobre tela, 1620 - 1623.
Galería Nacional de Irlanda. Wikimedia Commons.
Solamente conociendo a Jesús, encontrándonos con Él y entrando en una relación personal con Él, recibiremos el alimento que Él nos promete y comprenderemos lo que nos dice en el evangelio de hoy: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed» (Jn 6, 35).

            Lo que sacia nuestra hambre y sed de sentido para nuestra vida es la amistad con Jesús. Desde esa relación todo en nuestra vida adquiere sentido y un nuevo significado. Con Él las alegrías son signo del amor providente de Dios y las tristezas y dolores son camino de maduración, liberación y santificación.

            Jesús es el pan de Vida que nos alimenta con su Evangelio y con su Cuerpo Eucarístico. Alimentados de esta forma crecemos, nos desarrollamos y maduramos como cristianos y como personas humanas. Saciados por la amistad con Jesús los bienes temporales adquieren su verdadero lugar y valor en nuestra vida: nos damos cuenta de que son medios que sostienen nuestra vida presente en el camino hacia la Vida eterna.

            También nosotros queremos hacer nuestra la súplica: «Señor, danos siempre de ese pan», y llenos de fe escuchar en nuestro corazón la hermosa respuesta de Jesús: «Yo soy el pan de Vida».

            Por eso, con María, Mater fidei – Madre de la fe, le decimos a Jesús:
            “Eres pan de los hijos de Dios,
            vino del que nacen almas virginales,
            alimento que reverencian los mártires,
            [y] manantial para alegres heraldos de la Redención.”[5] Amén.



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Santiago – Chile, 32007), 315.
[2] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 150.
[3] Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 151.
[4] Cf. PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 3: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. (…) Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.”
[5] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, estrofa 134.

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