Domingo 32° del tiempo
durante el año – Ciclo B
Mc
12, 38 – 44
«Dio todo lo que poseía,
todo lo que tenía para vivir»
Queridos hermanos y
hermanas:
Si bien es cierto que “la Liturgia de la Palabra de este
domingo nos ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. [Y] Nos las
presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17, 10 – 16), la
otra en el Evangelio de San Marcos (12, 41 – 44)”[1];
quisiera detenerme en primer lugar en el profeta Elías, para luego meditar en
torno a estas dos mujeres y su actitud de fe y todo lo que ella implica.
«Ve a Sarepta»
En la primera
lectura hemos escuchado que: «La
palabra del Señor llegó al profeta Elías en estos términos: “Ve a Sarepta, que
pertenece a Sidón, y establécete allí; ahí yo he ordenado a una viuda que te
provea de alimento”. Él partió y se fue a Sarepta.» (1 Re 17, 8 – 10a).
Analicemos brevemente este versículo del texto bíblico. En
primer lugar el profeta Elías escucha «la
palabra del Señor» que le fue dirigida. La primera actitud de fe, la
primera actitud del auténtico creyente es la escucha. Escuchar significa estar
atento y acoger la palabra que Dios nos dirige. Su palabra viene hoy a nosotros
en la Sagrada Escritura proclamada y
meditada en la Liturgia de la Iglesia;
pero también su palabra llega a nosotros a través de las situaciones del día a
día, de las circunstancias de la vida y de las personas que nos rodean.
Por eso escuchar con actitud de fe significa estar
atentos a las manifestaciones de Dios en el día a día, para poder acogerlas,
comprenderlas en profundidad y actuar según la palabra recibida. Si Dios nos
habla, espera nuestra respuesta.
¿Y qué le dice el Señor al profeta Elías? «Ve a Sarepta»; es decir, sal de los
confines de Israel y dirígete hacia territorio pagano, desconocido.
Seguidamente le dice: «Yo he ordenado a
una viuda que te provea de alimento».
Tal vez no seamos conscientes de lo arriesgado de la
indicación del Señor a Elías. Dios no sólo le pide dejar lo que él conoce –su
tierra, su pueblo y su cultura-, sino que además le dice que será alimentado
–en esa tierra desconocida- por una viuda. “La condición de viuda, en la
antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad.”[2]
Por lo tanto, según los cálculos humanos no hubiese sido razonable ir a
Sarepta.
Sin embargo el profeta escucha la palabra que le dirige
Dios, la acoge en su interior, se deja interpelar por ella y actúa en
consecuencia: «Él partió y se fue a
Sarepta».
«No tengo pan cocido, sino
sólo un puñado de harina y un poco de aceite»
Elías y la viuda de Sarepta. Óleo sobre lienzo. Bernardo Strozzi, c. 1640. Kunsthistorisches Museum, Viena, Austria. Wikimedia Commons. |
No
deja de llamar mi atención lo que ocurre a continuación. A pesar de que la
mujer se declara imposibilitada de alimentarlo, el profeta insiste basado en su
fe en la palabra del Señor: «No temas. Ve
a hacer lo que has dicho, pero antes prepárame con eso una pequeña galleta y
tráemela (…). Porque así habla el Señor, el Dios de Israel: El tarro de harina
no se agotará ni el frasco de aceite se vaciará, hasta el día en que el Señor
haga llover sobre la superficie del suelo.» (1 Re 17, 13 – 14).
Bien
podía el profeta volver a su propia tierra al encontrar primeramente la
aparente oposición de la mujer viuda, al constatar su indigencia. Humanamente
hablando, ¿era posible que esta viuda cumpliera lo que el Señor había
anunciado? Aparentemente no. Sin embargo el profeta insiste. Insiste sostenido
por su fe en el Señor.
Así
comprendemos que la audacia de la fe tiene su origen en una relación personal y
viva con el Dios vivo. Sólo quien se confía en verdad al Señor en una relación
viva puede desprenderse de seguridades humanas y materiales. Se nos muestra una
vez más que la fe es “el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con
plena libertad a Dios.”[4]
« Dio todo lo que poseía,
todo lo que tenía para vivir »
Y así, el acto de fe del mismo profeta Elías suscita la
fe de la viuda de Sarepta, la fe que se manifiesta concretamente en creer en la
palabra del profeta de Dios y por ello actuar con amor aún en medio de su
indigencia.
Me parece que allí radica precisamente la grandeza de
estas dos mujeres bíblicas, ambas viudas. En medio de su pobreza e indigencia
se confían a Dios y actúan concretamente movidas por su fe. Se reconoce no sólo
la pobreza concreta sino la riqueza de la fe de ambas.
En el Evangelio
Jesús distingue precisamente a la «viuda
de condición humilde» que colocó dos pequeñas monedas de cobre en el tesoro
del Templo. Al hacerlo, Jesús la contrapone con los ricos que daban en
abundancia ya que «han dado de lo que les
sobraba».
Interpreto que lo que el Señor quiere señalarnos en este
pasaje evangélico es que los llamados “ricos” –sea en categorías económicas y
sociales, o en el ámbito espiritual- no solamente dan de lo que les sobra, sino
que lo hacen basados en su propia seguridad. Han renunciado a la seguridad de
la fe para aferrarse a la seguridad de sus propias posesiones o capacidades.
Si embargo, «esta
pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de
lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo
lo que tenía para vivir.» (Mc 12,
43 – 44). Pienso que esta mujer es capaz de tal desprendimiento porque sabe y
cree que Dios no la desamparará.
Se nos muestra ahora no sólo la audacia del que cree,
sino su generosidad. El auténtico creyente une a la audacia de su fe la
generosidad del amor. Así “la «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de
acción que cambia toda la vida del hombre.”[5]
También nosotros queremos aprender a creer verdaderamente
y así vivir concretamente desde nuestra fe, vivir día a día desde la Palabra de
Dios. También nosotros queremos aprender a amar con generosidad.
Por eso, nos dirigimos a María, Mater fidei – Madre de la fe y le suplicamos:
“Abre nuestro oído a la Palabra, para que
reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir
sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor,
para que podamos tocarlo en la fe.”[6]
Enséñanos a amar con generosidad y a unir a nuestra pobreza la riqueza de la fe que obra por el amor. Amén.
[1]
BENEDICTO XVI, Ángelus, domingo 11 de
noviembre de 2012 [en línea]. [fecha de consulta: 10 de noviembre de 2018].
Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2012/documents/hf_ben-xvi_ang_20121111.html>
[2]
Ibídem
[3]
Ibídem
[4]
BENEDICTO XVI, Carta Apostólica Porta
fidei sobre el Año de la Fe, 10.
[5]
BENEDICTO XVI, Porta fidei, 6.
[6]
PAPA FRANCISCO, Cara encíclica Lumen
Fidei sobre la Fe, 60.