Dedicación de la basílica
de san Juan de Letrán – 2018
Quinto
aniversario de mi ordenación sacerdotal
Jn
2, 13 – 22
«El templo de Dios es
sagrado, y ustedes son ese templo»
Queridos hermanos y
hermanas:
El día de hoy, unidos a toda la Iglesia, celebramos la fiesta litúrgica de la Dedicación de la basílica de san Juan de
Letrán en Roma. Tal vez alguno se
pregunte: ¿Por qué celebramos la dedicación de una iglesia que se encuentra en
Roma? ¿Cuál es el sentido de esta celebración? ¿Qué relación tiene con nosotros
esta fiesta?
Para comprender el alcance universal de esta fiesta es importante saber que la basílica de san Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, por lo
tanto, la misma es la sede episcopal del Obispo de Roma, sucesor del Apóstol
san Pedro y Papa de la Iglesia Católica.
Como
sabemos, “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud
de los fieles.”[1]
Por ello esta fiesta es signo de amor
y de unidad para con la cátedra de Pedro y para con aquel que hoy ejerce el ministerio petrino. Por
esta razón, la basílica de Letrán es considerada como “madre y cabeza de todas
las iglesias de la Urbe y del Orbe”.
«El templo de Dios es
sagrado, y ustedes son ese templo»
Además de esta dimensión eclesial y petrina, la fiesta de hoy llama nuestra atención
sobre una profunda verdad de nuestra fe cristiana: «Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios.» (1 Cor 3, 9). El apóstol san Pablo al
dirigirse a los corintios –y a nosotros- insiste en que cada uno de los fieles,
y el conjunto de ellos, es decir, la Iglesia, son campo donde Dios siembra su
Palabra y son edificio que alberga la presencia y la gloria de Dios.
¡Cuánto bien nos haría cada día saborear esta verdad de
nuestra fe! Saborearla hasta que se convierta en profunda convicción y en
sentimiento de vida. En mi corazón, en mi alma, en mí mismo, habita y actúa
Dios; en mí mismo Él manifiesta su misericordia que es su gloria.
Cada uno de nosotros, desde el Bautismo, es ese «edificio de
Dios», es esa «casa de mi Padre»
(Jn 2, 16) a la cual se refiere Jesús
en el texto evangélico de hoy (Jn 2,
13 – 22). San Pablo lo dice con claridad: «¿No
saben que ustedes son templo de Dios y
que el Espíritu de Dios habita en ustedes? El templo de Dios es sagrado, y
ustedes son ese templo.» (1 Cor 3, 16.
17).
Por
eso, en relación con esta consciencia y alegría que debiéramos tener, dice san Cesáreo
de Arlés: “debemos disponer nuestras almas del mismo modo como deseamos
encontrar dispuesta la Iglesia cuando venimos a ella. ¿Deseas encontrar limpia
la basílica? Pues no ensucies tu alma con el pecado. Si deseas que la basílica
esté bien iluminada, Dios desea también que tu alma no esté en tinieblas, sino
que sea verdad lo que dice el Señor: que brille en nosotros la luz de las
buenas obras y sea glorificado aquel que está en los cielos. Del mismo modo que
tú entras en esta iglesia, así quiere Dios entrar en tu alma, como tiene prometido: Habitaré en medio de ellos y
andaré entre ellos.”[2]
Aniversario de mi
ordenación sacerdotal
Detalle de la estola que utilicé en mi ordenación sacerdotal. Tuparenda, 9 de noviembre de 2013. Fotografía de Javier Rugel. |
Como saben, hoy celebro cinco años de ordenación
sacerdotal. Por eso, las palabras de la Liturgia
y de esta homilía las recibo de forma especial en mi interior. Yo mismo
experimento lo hermoso, noble y exigente de la vocación cristiana y de la
vocación sacerdotal. Yo mismo experimento que muchas veces el corazón se deja
invadir por el egoísmo y el pecado. Yo mismo experimento que siempre de nuevo
necesito que Jesús arda de celo por la Casa del Padre y que Él mismo la
purifique con su misericordia (cf. Jn
2, 17).
Recordando el rito de la ordenación sacerdotal vienen a
mi mente dos imágenes, dos momentos: la postración y la recepción de la casulla
y la estola sacerdotal.
La postración que significa la total disponibilidad del
ordenando para con la voluntad de Dios, la viví como un momento de
reconocimiento de mi pequeñez ante Dios y de entrega confiada a Él. Postrarme
en el suelo era reconocerme pequeño, frágil y pecador. Pero también era
confiarme al Dios que en su misericordia me llamó a seguir a su Hijo Jesús. La
fragilidad conocida, reconocida y entregada se torna así filialidad. Sí, el
Señor puede edificar siempre de nuevo su templo en nuestros corazones frágiles.
Recuerdo vivamente el momento en que por primera vez me
revestí con la casulla. Me invadió un sentimiento de paz y de gozo. Como si por
un momento yo fuese plenamente aquello que estoy llamado a ser. La casulla
significa el amor de Dios que envuelve al sacerdote y por lo tanto simboliza también
la tierna caridad con la cual debe ejercer el ministerio y la potestad
sacerdotal que se le ha confiado por medio de la Iglesia. Por eso,
habitualmente, el sacerdote viste primero la estola sobre el alba, y luego se
reviste con la casulla. El amor envuelve la autoridad ministerial y la potestad
sacramental.
Hoy, al recordar ese día intuyo que en realidad, para ser
fieles al Señor, para que yo sea fiel a Jesús, siempre de nuevo he de
“postrarme”; siempre de nuevo he de reconocer mi pobreza y desvalimiento para
entregárselas al Señor como un niño. Y siempre de nuevo he de dejarme revestir
por el amor misericordioso de Dios.
Que hoy el Señor renueve en todos nosotros su presencia y
acción; que Él nos renueve como templo suyo; y que, con confianza nos postremos
ante Él para dejarnos alzar y revestir por su amor.
A
la Santísima Virgen María, Domus Aurea –
Casa de oro[3],
nos encomendamos y le pedimos que Ella transforme nuestro ser “en tabernáculo predilecto de la Trinidad,
donde siempre arde una lámpara perpetua y nunca se apaga el fuego del amor.”[4]
Amén.
P.
Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
Tupãrenda,
9 de noviembre de 2018
[1]
CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 23.
[2]
SAN CESÁREO DE ARLÉS, Sermones
(Sermón 229, 1-3: CCL 104, 905-908).
[3] LETANÍAS
DE LA VIRGEN. [en línea]. [fecha de consulta: 9 de noviembre de 2018]. Disponible
en: <http://www.vatican.va/special/rosary/documents/litanie-lauretane_sp.html>
[4] P.
JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 640.
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