La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 23 de septiembre de 2019

«Dame cuenta de tu administración»


25° Domingo del tiempo durante el año – Ciclo C- 2019

Lc 16, 1 – 13

«Dame cuenta de tu administración»

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra nos presenta la parábola del “administrador deshonesto” (Lc 16, 1 – 8). Una parábola que tal vez nos sorprenda un poco, ya que en ella se alaba al administrador deshonesto «por haber obrado tan hábilmente» (Lc 16, 8a) ante una situación límite.

            Comprendámoslo bien: no se alaba la deshonestidad sino la habilidad. Ante la certeza de perder su puesto de trabajo –y con ello su sustento-, el administrador de la parábola no duda en congraciarse con los deudores de su señor, de modo que luego pueda recibir alguna ayuda de parte de ellos.

«Y el señor alabó a este administrador deshonesto»

            Se alaba la habilidad, la inteligencia, la rapidez para actuar. Sin embargo se reprueba clara y decididamente la deshonestidad y la corrupción que dañan especialmente al pobre y necesitado. Así lo hemos escuchado en la primera lectura tomada de la  Profecía de Amós (Am 8, 4 – 7): «Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al indigente para hacer desaparecer a los pobres del país. (…) El Señor lo ha jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones.»

            Tanto en el caso del administrador deshonesto como en el caso de los comerciantes deshonestos –a quienes denuncia el profeta Amós-, se utilizan la habilidad y las capacidades personales para beneficio propio pero de forma deshonesta y dañina para los demás.

            Y nosotros, ¿para qué utilizamos nuestras capacidades y habilidades personales? ¿Cómo las utilizamos? ¿De forma honesta o deshonesta? ¿Para el bien común o sólo para nuestro beneficio exclusivo dañando a los demás?

«Dame cuenta de tu administración»

           
Los cambistas.
Marinus Van Reymerswaele.
Óleo sobre panel, circa 1548.
Museo de Bellas Artes de Bilbao, País Vasco, España.
Wikimedia Commons.
Queridos amigos, también nosotros somos administradores a quienes su Señor pedirá cuentas.

            Administradores no solamente de bienes materiales –pocos o muchos-, que aún cuando sean nuestros no son sólo para nuestro uso y goce exclusivo, sino que tienen una finalidad comunitaria, una orientación hacia el bien común. “Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario.”[1]

            También somos administradores de bienes inmateriales o espirituales –acaso más valiosos incluso que los anteriores-, como por ejemplo, nuestro tiempo, nuestras capacidades personales, nuestros conocimientos, nuestras habilidades manuales o técnicas y nuestra capacidad de amar.

            Bienes materiales; tiempo, capacidades personales, conocimientos, habilidades técnicas y amor. Todos ellos son bienes que Dios, nuestro Padre, nos ha confiado y los ha puesto en nuestros corazones y en nuestras manos como don y misión. Cada una de estas realidades es un regalo para disfrutar y también una misión para descubrir, asumir y realizar.

            Sí, cada uno de nosotros debe descubrir en sus capacidades un don y una misión. Cada vida humana es un don para alegrarse y una misión para superarse y compartirse.

«El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho»

            Queridos hermanos, durante nuestro tiempo de vida, durante nuestro hoy, todos tenemos la responsabilidad y la capacidad de descubrir nuestra existencia como don y misión. Es más, “para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.”[2]

            Por ello, todos tenemos la responsabilidad y la capacidad de decidir cómo administrar nuestros bienes materiales y espirituales. Todos tenemos que decidirnos día a día por el bien común, el amor y la fecundidad; o, por el egoísmo y la avaricia que nos hacen estériles. Pues, “la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal.”[3]

            Por ello, nosotros queremos educarnos a nosotros mismos –con la ayuda de la gracia de Dios- y comprender nuestra vida como don y misión recibidos de Dios Padre. Comprendiendo así nuestra vida, podremos decidirnos libremente por el plan de Dios para nosotros y para nuestros hermanos, podremos decidirnos por el amor y la honestidad para llegar a ser fieles administradores de todo lo que el Padre nos ha confiado.

            Porque “la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).”[4]

            Y si somos fieles en lo poco, entonces se nos concederá el auténtico bien que es Jesucristo mismo y la vida nueva en Él y con Él.

           
A María, Virgo fidelis – Virgen fiel, que supo hacerse servidora de Dios, le pedimos que nos eduque y nos enseñe a ser fieles servidores de Dios y de nuestros hermanos, para recibir el gran bien que todos anhelamos Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


[1] PABLO VI, Carta Encíclica Populorum Progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, 23 [en línea]. [fecha de consulta: 22 de septiembre de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html>
[2] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 19.
[3] BENEDICTO XVI, Homilía, 23 de septiembre de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 22 de septiembre de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070923_velletri.html>
[4] BENEDICTO XVI, Ibídem