25° Domingo del tiempo
durante el año – Ciclo C- 2019
Lc
16, 1 – 13
«Dame cuenta de tu
administración»
Queridos hermanos y
hermanas:
La Liturgia de la
Palabra nos presenta la parábola del “administrador deshonesto” (Lc 16, 1 – 8). Una parábola que tal vez
nos sorprenda un poco, ya que en ella se alaba al administrador deshonesto «por haber obrado tan hábilmente» (Lc 16, 8a) ante una situación límite.
Comprendámoslo bien: no se alaba la deshonestidad sino la
habilidad. Ante la certeza de perder su puesto de trabajo –y con ello su
sustento-, el administrador de la parábola no duda en congraciarse con los
deudores de su señor, de modo que luego pueda recibir alguna ayuda de parte de
ellos.
«Y el señor alabó a este
administrador deshonesto»
Se alaba la habilidad, la inteligencia, la rapidez para
actuar. Sin embargo se reprueba clara y decididamente la deshonestidad y la
corrupción que dañan especialmente al pobre y necesitado. Así lo hemos
escuchado en la primera lectura tomada de la Profecía
de Amós (Am 8, 4 – 7): «Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al
indigente para hacer desaparecer a los pobres del país. (…) El Señor lo ha
jurado por el orgullo de Jacob: Jamás olvidaré ninguna de sus acciones.»
Tanto en el caso del administrador deshonesto como en el
caso de los comerciantes deshonestos –a quienes denuncia el profeta Amós-, se
utilizan la habilidad y las capacidades personales para beneficio propio pero
de forma deshonesta y dañina para los demás.
Y nosotros, ¿para qué utilizamos nuestras capacidades y
habilidades personales? ¿Cómo las utilizamos? ¿De forma honesta o deshonesta?
¿Para el bien común o sólo para nuestro beneficio exclusivo dañando a los
demás?
«Dame cuenta de tu
administración»
Los cambistas. Marinus Van Reymerswaele. Óleo sobre panel, circa 1548. Museo de Bellas Artes de Bilbao, País Vasco, España. Wikimedia Commons. |
Administradores no solamente de bienes materiales –pocos o
muchos-, que aún cuando sean nuestros no son sólo para nuestro uso y goce
exclusivo, sino que tienen una finalidad comunitaria, una orientación hacia el
bien común. “Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un
derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso
exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo
necesario.”[1]
También somos administradores de bienes inmateriales o
espirituales –acaso más valiosos incluso que los anteriores-, como por ejemplo,
nuestro tiempo, nuestras capacidades personales, nuestros conocimientos, nuestras habilidades manuales o técnicas y
nuestra capacidad de amar.
Bienes materiales; tiempo, capacidades personales,
conocimientos, habilidades técnicas y amor. Todos ellos son bienes que Dios,
nuestro Padre, nos ha confiado y los ha puesto en nuestros corazones y en
nuestras manos como don y misión. Cada una de estas realidades es un regalo
para disfrutar y también una misión para descubrir, asumir y realizar.
Sí, cada uno de nosotros debe descubrir en sus capacidades
un don y una misión. Cada vida humana es un don para alegrarse y una misión para
superarse y compartirse.
«El que es fiel en lo poco,
también es fiel en lo mucho»
Queridos hermanos, durante nuestro tiempo de vida, durante
nuestro hoy, todos tenemos la responsabilidad y la capacidad de descubrir nuestra
existencia como don y misión. Es más, “para un cristiano no es posible pensar en
la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque
«esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar
y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.”[2]
Por ello, todos tenemos la responsabilidad y la capacidad
de decidir cómo administrar nuestros bienes materiales y espirituales. Todos tenemos
que decidirnos día a día por el bien común, el amor y la fecundidad; o, por el egoísmo
y la avaricia que nos hacen estériles. Pues, “la vida es siempre una opción: entre
honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y
altruismo, entre bien y mal.”[3]
Por ello, nosotros queremos educarnos a nosotros mismos –con
la ayuda de la gracia de Dios- y comprender nuestra vida como don y misión recibidos
de Dios Padre. Comprendiendo así nuestra vida, podremos decidirnos libremente por
el plan de Dios para nosotros y para nuestros hermanos, podremos decidirnos por
el amor y la honestidad para llegar a ser fieles administradores de todo lo que
el Padre nos ha confiado.
Porque “la única manera de hacer que fructifiquen para la
eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas
que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos
administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es
injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).”[4]
Y si somos fieles en lo poco, entonces se nos concederá el
auténtico bien que es Jesucristo mismo y la vida nueva en Él y con Él.
A María, Virgo fidelis – Virgen fiel, que supo hacerse servidora de Dios, le pedimos que nos eduque y nos enseñe a ser fieles servidores de Dios y de nuestros hermanos, para recibir el gran bien que todos anhelamos Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
[1]
PABLO VI, Carta Encíclica Populorum
Progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, 23 [en línea].
[fecha de consulta: 22 de septiembre de 2019]. Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html>
[2] PAPA
FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 19.
[3] BENEDICTO
XVI, Homilía, 23 de septiembre de
2007 [en línea]. [fecha de consulta: 22 de septiembre de 2019]. Disponible en:
<http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070923_velletri.html>
[4] BENEDICTO
XVI, Ibídem
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