Conmemoración
de todos los fieles difuntos – 2020
Lc 24, 1 – 8
«Recordaron
sus palabras»
Queridos
hermanos y hermanas:
Luego de haber celebrado la hermosa
y gozosa Solemnidad de Todos los Santos,
la Iglesia nos invita a hacer memoria orante de todos los fieles difuntos.
Ayer meditábamos con alegría en la comunión de los santos que nace del Bautismo en Cristo, y precisamente hoy
recordamos que “la vida nueva, recibida en el Bautismo, no está sometida a la
corrupción y al poder de la muerte. Para quien vive en Cristo, la muerte es el
paso de la peregrinación terrena a la patria del cielo, donde el Padre acoge a
todos sus hijos”[1],
donde el Padre «secará todas sus
lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de
antes pasó» (Ap 21, 4).
«Estaban desconcertadas»
Sin embargo experimentamos que la
realidad de la muerte nos desconcierta. Sobre todo ante la muerte de las
personas que amamos somos como las mujeres del evangelio que «estaban desconcertadas», confundidas,
pues, fueron al sepulcro «pero no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc
24, 2 – 4a).
Sí, la realidad de la muerte física
de los que amamos nos desconcierta, pues, aún cuando experimentamos su partida,
anhelamos su presencia. Y así los buscamos en la antigua cotidianeidad pero no
los encontramos como antes.
¡Cuántas familias han pasado por
este desconcierto recientemente como consecuencia de la pandemia del
Coronavirus! ¡Cuántas familias pasan por este desconcierto como resultado de la
violencia fratricida de la inseguridad, la injustica y la corrupción política!
¡Cuántos siguen aún desconcertados por la partida natural de sus seres
queridos!
«Dos hombres con vestiduras deslumbrantes»
Sin embargo, en medio del desconcierto de las mujeres
–y en medio de nuestro propio desconcierto- aparecen «dos hombres con vestiduras deslumbrantes» que preguntan y
anuncian: «¿Por qué buscan entre los
nuestros al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5 – 6).
Claramente se trata de ángeles, de
mensajeros de Dios que cuestionan el desconcierto humano y así abren camino al
anuncio en de la resurrección.
También hoy Dios sigue enviando
mensajeros de esperanza en medio de nuestro desconcierto. Con la celebración de
Todos los Santos y con la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos,
Dios sigue anunciando a través de su Iglesia que Él «hace nuevas todas las cosas» (cf. Ap 21, 5) y que “el amor puede llegar hasta el más allá, que es
posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con
vínculos de afecto más allá del confín de la muerte.”[2]
Y esto es posible gracias a la
novedad absoluta de la resurrección de Jesucristo: «en efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán
en Cristo» (1 Co 15, 22). Esta es
nuestra fe, esta es nuestra esperanza, este es nuestro amor. En Cristo
Resucitado seguimos unidos, en Cristo Resucitado “nos ata un estrecho vínculo.”[3]
«Recordaron sus palabras»
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos Iglesia Santa María de la Trinidad Santuario de Tupãrenda 2 de Noviembre de 2020 |
Así al hacer memoria de nuestros
fieles difuntos seamos como las mujeres del amanecer «del primer día de la semana» (Lc
24, 1) y recordemos las palabras de Jesús: «Es
necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que
sea crucificado y que resucite al tercer día» (Lc 24, 7).
Recordemos estas palabras, que son
promesa para nosotros, y renovemos hoy nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro
amor.
A María, “Madre del Verdadero Dios por quien se vive”[5],
encomendamos a todos nuestros fieles difuntos por quienes hacemos oración, para
que purificados lleguen a la «Ciudad
santa, la nueva Jerusalén» de la cual se dice: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos,
ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos» (Ap 21, 2. 3). Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
2 de Noviembre de 2020
[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, 1 de
noviembre de 2005.
[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi 48.
[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre
487.
[4] BENEDICTO XVI, Spe Salvi 48.
[5] Nican Mopohua