La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 3 de noviembre de 2020

Conmemoración de todos los fieles difuntos – 2020

 

Conmemoración de todos los fieles difuntos – 2020

Lc 24, 1 – 8

«Recordaron sus palabras»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Luego de haber celebrado la hermosa y gozosa Solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos invita a hacer memoria orante de todos los fieles difuntos.

            Ayer meditábamos con alegría en la comunión de los santos que nace del Bautismo en Cristo, y precisamente hoy recordamos que “la vida nueva, recibida en el Bautismo, no está sometida a la corrupción y al poder de la muerte. Para quien vive en Cristo, la muerte es el paso de la peregrinación terrena a la patria del cielo, donde el Padre acoge a todos sus hijos”[1], donde el Padre «secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó» (Ap 21, 4).

«Estaban desconcertadas»

            Sin embargo experimentamos que la realidad de la muerte nos desconcierta. Sobre todo ante la muerte de las personas que amamos somos como las mujeres del evangelio que «estaban desconcertadas», confundidas, pues, fueron al sepulcro «pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (Lc 24, 2 – 4a).

            Sí, la realidad de la muerte física de los que amamos nos desconcierta, pues, aún cuando experimentamos su partida, anhelamos su presencia. Y así los buscamos en la antigua cotidianeidad pero no los encontramos como antes.

            ¡Cuántas familias han pasado por este desconcierto recientemente como consecuencia de la pandemia del Coronavirus! ¡Cuántas familias pasan por este desconcierto como resultado de la violencia fratricida de la inseguridad, la injustica y la corrupción política! ¡Cuántos siguen aún desconcertados por la partida natural de sus seres queridos!

«Dos hombres con vestiduras deslumbrantes»

            Sin embargo, en medio del desconcierto de las mujeres –y en medio de nuestro propio desconcierto- aparecen «dos hombres con vestiduras deslumbrantes» que preguntan y anuncian: «¿Por qué buscan entre los nuestros al que está vivo? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5 – 6).

            Claramente se trata de ángeles, de mensajeros de Dios que cuestionan el desconcierto humano y así abren camino al anuncio en de la resurrección.

            También hoy Dios sigue enviando mensajeros de esperanza en medio de nuestro desconcierto. Con la celebración de Todos los Santos y con la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, Dios sigue anunciando a través de su Iglesia que Él «hace nuevas todas las cosas» (cf. Ap 21, 5) y que “el amor puede llegar hasta el más allá, que es posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto más allá del confín de la muerte.”[2]

            Y esto es posible gracias a la novedad absoluta de la resurrección de Jesucristo: «en efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 22). Esta es nuestra fe, esta es nuestra esperanza, este es nuestro amor. En Cristo Resucitado seguimos unidos, en Cristo Resucitado “nos ata un estrecho vínculo.”[3] 

«Recordaron sus palabras»

           
Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario de Tupãrenda
2 de Noviembre de 2020


Por ello nuestra presencia hoy aquí no es vana. Con nuestra oración por nuestros difuntos les hacemos llegar “un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón. (…) Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otros a través de múltiples interacciones. (…) [Y por ello] Nunca es demasiado tarde para tocar el corazón del otro y nunca es inútil.”[4]

            Así al hacer memoria de nuestros fieles difuntos seamos como las mujeres del amanecer «del primer día de la semana» (Lc 24, 1) y recordemos las palabras de Jesús: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día» (Lc 24, 7).

            Recordemos estas palabras, que son promesa para nosotros, y renovemos hoy nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.

            A María, “Madre del Verdadero Dios por quien se vive”[5], encomendamos a todos nuestros fieles difuntos por quienes hacemos oración, para que purificados lleguen a la «Ciudad santa, la nueva Jerusalén» de la cual se dice: «Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos» (Ap 21, 2. 3). Amén.


P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda


Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

2 de Noviembre de 2020



[1] BENEDICTO XVI, Ángelus, 1 de noviembre de 2005.

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi 48.

[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 487.

[4] BENEDICTO XVI, Spe Salvi 48.

[5] Nican Mopohua

domingo, 1 de noviembre de 2020

Solemnidad de Todos los Santos - 2020

 

Solemnidad de Todos los Santos - 2020

Ap 7, 2 - 4. 9 - 14

Mt 4,25 - 5,12

Extendernos las manos los unos a los otros

en la comunión de los santos

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La providencia de Dios nos ha regalado un hermoso día domingo en el cual confluyen varias celebraciones de la Liturgia nuestra fe: el domingo mismo, como día del Señor Resucitado; la Solemnidad de Todos los Santos, con la cual nos alegramos por el don de encaminarnos hacia la “Ciudad santa, la Jerusalén celestial”[1]; y, la visita al Santuario Tupãrenda de la imagen sagrada de Nuestra Señora de los milagros de Caacupé.

            Verdaderamente razones no nos faltan para alegrarnos en el Señor y en nuestra fe cristiana.    

Bautismo: puerta abierta a la comunión de los santos

            Iniciemos nuestra reflexión a partir de la primera lectura tomada del Libro del Apocalipsis (Ap  7, 2 – 4. 9 – 14). El vidente del Apocalipsis testimonia que vio «un Ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo» (Ap 7, 2); este mismo Ángel hace referencia a que debe «marcar con el sello la frente de los servidores de Dios» (cf. Ap 7, 3).

            El sello del Dios vivo puede ser interpretado como el sello del Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo. Sí, todos los cristianos estamos marcados interiormente con el sello indeleble del Espíritu Santo. Todos los bautizados llevamos ese sello interior que nos dignifica, pues nos otorga la dignidad de hijos de Dios; que nos identifica como morada y pertenencia de Dios, y que nos arraiga en la familia de Dios.

            Precisamente la solemnidad de Todos los Santos nos hace gustar “la alegría de formar parte de la gran familia de los hijos de Dios.”[2]

            Esta familia de Dios se trata de «una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas» (Ap 7, 9); se trata de la “Iglesia extendida por toda la tierra”[3], la Iglesia celestial que ya alaba eternamente a Dios y la Iglesia peregrina que sigue avanzando en la fe por los caminos de la historia humana.[4]

            Se trata de la comunión de los santos, la misma que profesamos en el Credo y la cual “es una realidad que se construye aquí en la tierra pero que se manifestará plenamente cuando veamos a Dios «tal cual es» (1 Jn 3, 2)[5], en el Cielo.

            Esta comunión de los santos es un vínculo que une a todos los creyentes, de todo tiempo y de todo lugar. “Un vínculo misterioso pero real, alimentado por la oración y la participación en el sacramento de la Eucaristía. En el Cuerpo místico de Cristo las almas de los fieles se encuentran, superando la barrera de la muerte, oran unas por otras y realizan en la caridad un íntimo intercambio de dones.”[6]

            Sí, formamos parte de la familia de Dios, de la Iglesia, de la comunión de los santos que es unión de los creyentes en Cristo e intercambio mutuo de corazones y dones espirituales.  ¡Qué gran don!

La comunión de los santos: don y tarea

            Vamos tomando conciencia de que la comunión de los santos se trata de un gran don que se nos da por medio del Bautismo. Sí, el Bautismo nos injerta en el Cuerpo viviente de Cristo que es la Iglesia y así entramos en la comunión de los santos, en la solidaridad del amor.

            Por ello, el Bautismo y la fe viva nos regalan la alegría de ser Pueblo de Dios y así hacemos la consoladora y esperanzadora experiencia de que “el que cree nunca está solo.”[7] ¡Qué gran don!

            Pero también, qué gran tarea. Sí, la comunión de los santos es también una tarea cotidiana para nosotros. Al menos en dos sentidos.

            Por un lado se trata de la comunión espiritual. Aquella que se realiza en la vida de oración, en la celebración de los sacramentos y en el ofrecimiento de nuestros actos de amor por otros: vivos y difuntos.

            Cada oración, cada acto de amor, es como una caricia con la cual podemos llegar en Cristo hasta nuestros seres queridos.

            Por otro lado se trata de la comunión fraterna. Aquella que se realiza cultivando la comunidad con el amor fraterno concreto día a día. Viviendo el “estar el uno en el otro, con el otro y para el otro”.[8]

            Ambas dimensiones de la comunión de los santos realizan las Bienaventuranzas del Evangelio (Mt 5, 1 – 12), aquellas que declaran «felices» a los que viven con Jesús y como Jesús.

            Es por ello que “si en el ser y en la vida nos asemejamos a Cristo, podremos extendernos las manos los unos a los otros: la santidad de uno favorece a todos a través de la sangre del Señor.”[9]   

Cultivar la comunión cuidando la comunidad

            Hoy más que nunca debemos hacer vida esta verdad de fe.

            Hoy más que nunca debemos cultivar el espíritu de la comunión de los santos, el espíritu comunitario, cuidándonos concretamente los unos a los otros. Cuidándonos los unos a los otros por medio de la oración por los demás, por medio de los sacrificios espirituales ofrecidos por los otros, por medio de la aplicación responsable de las medidas de protección sanitaria, y, sobre todo, renunciando a encontrarnos físicamente para así encontrarnos en la comunión espiritual.

            A veces el no estar el uno con el otro nos permite estar más intensamente el uno en el otro, y juntos, en el  corazón de Dios.

           

Imagen de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé.
Atrio de la Iglesia Santa María de la Trinidad,
Santuario de Tup
ãrenda.
1 de Noviembre de 2020.

       Así como la imagen de María, Tupãsy Caacupé, nos visita hoy en Tupãrenda; Ella y su Hijo visitarán los corazones anhelantes de aquellos que renuncien este año a la peregrinación presencial a Caacupé, para iniciar un profundo camino espiritual que los unirá a todos los creyentes, más allá de las distancias físicas, porque el que cree nunca está solo.

            Siempre está con Cristo y con María; siempre está inmerso en la comunión de los santos en la cual recibe amor, compañía, fortaleza y consuelo.

            A María, Tupãsy Caacupé, Reina de los Santos, encomendamos una vez más a la Iglesia que peregrina en el Paraguay, y  en esta hora exigente para la salud, la vida y la familia, le pedimos que nos enseñe a “extendernos las manos los unos a los otros” en la comunión de los santos que es íntima cercanía espiritual aún en tiempos de distanciamiento social. Que así sea. Amén.

 


P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda

 

Solemnidad de Todos los Santos

y visita de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé

1 de Noviembre de 2020

[1] MISAL ROMANO, Prefacio de todos los santos, La gloria de la Iglesia, nuestra Madre.

[2] BENEDICTO XVI, Ángelus, 1 de noviembre de 2005, Solemnidad de Todos los Santos [en línea]. [fecha de consulta: 1 de noviembre de 2020]. Disponible en: <http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/angelus/2005/documents/hf_ben-xvi_ang_20051101_all-saints.html>

[3] MISAL ROMANO, Plegaria Eucarística II

[4] MISAL ROMANO, Prefacio de todos los santos, La gloria de la Iglesia, nuestra Madre.

[5] BENEDICTO XVI, Ángelus, 1 de noviembre de 2005, Solemnidad de Todos los Santos…

[6] Ídem

[7] BENEDICTOXVI, Homilía, 12 de septiembre de 2006 [en línea]. [fecha de consulta: 1 de noviembre de 2020]. Disponible en: <http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2006/documents/hf_ben-xvi_hom_20060912_regensburg.html >

[8] P. JOSÉ KENTENICH, Clave para comprender Schoenstatt (Editorial Patris Argentina, Córdoba 2017), 16.

[9] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre 489.