Domingo
13° del tiempo durante el año – Ciclo B – 2021
Sab 1, 13-15; 2, 23-24
Mc 5, 21-43
«Dios
no se complace en la perdición de los vivientes»
Queridos
hermanos y hermanas:
Hemos escuchado textos muy hermosos en la Liturgia de la Palabra hoy. Y no
quisiera dejar de insistir en lo que nos dice la primera lectura, tomada del Libro de la Sabiduría: «Dios no se complace en la perdición de los
vivientes» (Sab 1, 13). Ojalá
grabemos esta frase, esta palabra, en nuestra mente y sobre todo en nuestro
corazón.
«Dios no se complace,
no se alegra en la perdición de los vivientes». La palabra que hemos recibido hoy, no solo debemos
guardarla en el corazón, sino que debemos aplicarla a nosotros mismos. La Escritura se refiera a nosotros;
nosotros somos esos vivientes de los cuales Dios se preocupa y se ocupa.
«Dios
no se complace en la perdición de los vivientes»
Qué hermoso que la Liturgia
de la Palabra hoy nos traiga este texto. Dios creó a cada persona humana,
nos hizo a su imagen y semejanza (cf. Sab
2, 23), hemos salido de sus manos y de su corazón.
Así, el Dios creador es un Dios que ama, valora y
cuida todo lo que ha creado; y por ello, tenemos la certeza de que la creación
no es fruto del azar. Ninguno de nosotros es fruto de la casualidad, ninguno de
nosotros está en la vida simplemente porque sí. Cada uno de nosotros ha sido
pensado desde la eternidad. La creación es fruto de la voluntad de Dios, de su
voluntad positiva de llamar a la existencia a toda la realidad, y sobre todo,
de llamar a la vida al hombre -varón y mujer- hecho a su imagen (cf. Sab 2, 23).
Cuando domingo a domingo renovamos nuestra fe en el Credo y decimos: “Creo en Dios, Padre
todopoderoso. Creador del cielo y la tierra”; también estamos renovando la fe, la
confianza, en que cada uno de nosotros ha sido creado por Dios, ha sido querido
por Dios, ha sido pensado por Dios.
El Libro de la Sabiduría
nos dice que toda la creación es saludable (cf. Sab 1, 14), que la realidad humana en sí es buena, lo cual nos
recuerda también el libro del Génesis
donde se nos dice que luego de cada uno de los días de la creación, vio Dios
todo lo que había hecho y vio que era muy bueno (cf. Gn 1, 31).
Por lo tanto, digámoslo claramente, cuánto bien le
hace a nuestra autoestima el renovar la conciencia de haber sido creados por
Dios, de haber sido pensados y queridos por Él, cada uno de nosotros puede decir
en su corazón: “Yo he sido creado por Dios, soy amado por Dios en mi
originalidad y lo que Él ha hecho en mí es bueno.”
Estamos llamados a creer en nuestra propia bondad porque
Dios cree en lo bueno que hay en cada uno de nosotros. A veces, somos nosotros mismos
los que no creemos en nuestra bondad y nos fijamos demasiado en nuestro egoísmo,
en nuestro pecado. Eso está presente, es cierto. La envidia hace también su
entrada en esta creación que es fundamentalmente buena (cf. Sab 2, 24). Pero no queremos quedarnos
pegados en nuestros defectos y pecados, sino que queremos volver a escuchar con
un corazón abierto la buena noticia de que Dios nos ha creado, de que Dios nos
ama y Él ha puesto algo bueno en cada uno de nuestros corazones.
«Con
sólo tocar su manto quedaré sanada»
Él es el Dios creador, el Dios que ama, el Dios que
cuida todo lo creado. Y este Dios que ama y cuida toda vida que ha creado se
manifiesta en Jesús, su Hijo, nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro Señor.
Es lo que vemos en el evangelio de hoy (Mc 5, 21 – 43). En Jesús se manifiesta
este Dios que ama y cuida toda vida. El texto evangélico de hoy es un texto
hermoso, es un texto relativamente largo y con mucha riqueza.
Contiene el relato de dos encuentros. Porque empieza
con el relato del pedido de Jairo en favor de su hija, pero entre medio aparece
también el encuentro entre Jesús y la mujer que padecía hemorragias. En estos dos
encuentros el texto nos presenta por un lado
a Jesús, que manifiesta la presencia del amor de Dios; y por otro lado la vida humana
que es buena, pero débil y frágil.
Quisiera que nos detengamos especialmente en el
encuentro entre Jesús y la hemorroisa (cf. Mc
5, 25 - 34), como la llaman algunos comentaristas bíblicos. Esta mujer
tiene mucho para enseñarnos.Curación de la hemorroísa
Roma, Catacumbas de Marcelino y Pedro
Siglo IV
Wikimedia Commons
Según el evangelio, Jesús estaba rodeado por una
multitud. Eran tantos los que lo necesitaban, los que lo buscaban. Eran tantos
aquellos que pedían alguna sanación, alguna bendición, algún consuelo.
Además, el texto nos dice que esta mujer oyó hablar de
Jesús. Y porque oyó, creyó. Y porque creyó, ella buscó a Jesús. Y porque lo buscó y
encontró, lo tocó. Me parece que hay aquí un proceso que nosotros también
tenemos que realizar. Es el proceso de la fe, es el proceso del encuentro con
Jesús. Nosotros también escuchamos sobre Jesús, pero tenemos que hacer como
esta mujer. Aquello que escuchamos, tenemos que animarnos a creerlo. Por ello,
la fe es audacia. Porque la fe nos mueve a confiar y a creer más allá de
nuestros miedos, más allá de nuestros temores.
En esta mujer vemos que la fe no es pasiva, sino activa,
porque está constantemente buscando ese encuentro con Jesús, anhelando ese encuentro,
y, cuando de alguna forma percibe que el Señor está cerca, la fe nos anima a tocarlo y a dejarnos tocar
por Él.
La mujer del evangelio lo toca, pero claramente -y esto
es lo que más llama mi atención- no se trata de un contacto meramente exterior,
sino que, de alguna forma, ese contacto exterior es un tocar interior. La mujer
toca a Jesús no solamente con sus manos, sino sobre todo con su corazón, con su
vida, con su fragilidad. Y porque ella toca al Señor con su corazón, ella
permite que Jesús la toque. Y cuando se da ese contacto, ese encuentro, se
produce en ella la sanación, la transformación. De eso se trata nuestra vida:
de animarnos a buscar a Jesús, de animarnos a tocarlo a Él con el corazón y
dejar qué Él toque nuestro interior.
¿Dónde podemos tocar a Jesús y dejar que Él nos toque
a nosotros? En la celebración de los sacramentos.
Si vivimos con sinceridad y con fe los sacramentos,
podemos dejar que Él nos toque interiormente, que Él toque nuestra vida,
que Él toque nuestra fragilidad.
Debemos notar también que la mujer del evangelio no
escondió su miseria y su desvalimiento ante Jesús. El texto dice que hace doce
años sufría de hemorragias. Esta mujer es muy consciente de eso, sabe que está
necesitada; y porque está necesitaba se acerca Jesús, y porque le muestra a Jesús
esa necesidad, ella comienza a ser sanada. También nosotros necesitamos
mostrarle a Jesús nuestra fragilidad y nuestro desvalimiento.
También nosotros necesitamos mostrarle nuestra
pequeñez a Jesús. Dejar que el toque nuestra pequeñez, porque Él siempre toca nuestra
fragilidad con respeto y con ternura.
El Papa Francisco, cuando nos habla de San José, en su
carta Patris Corde, nos dice: “Muchas
veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros,
cuando en realidad la mayoría de sus designios se realiza a través y a pesar de
nuestra debilidad. (…) Debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con inmensa
ternura. (…) La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en
nosotros.”[1]
“La ternura es el mejor modo para tocar lo que es
frágil en nosotros”. Todos tenemos fragilidades, todos tenemos heridas en
nuestra historia de vida, en nuestro corazón, todos tenemos dolores por los
pecados cometidos. Por ello todos necesitamos aprender a tratarnos a nosotros
mismos y a los demás con ternura.
Porque ternura significa respeto y cuidado frente a
nuestra fragilidad y la de los demás. El Señor Jesús tiene esa ternura y ese
respeto. Él sabe como tocar y acoger nuestra fragilidad. Y eso lo vemos también
en el evangelio que hemos escuchado. Hagamos una referencia al otro encuentro, al
encuentro entre Jesús y Jairo. En determinado momento le avisan a Jairo que su
hija ha muerto. La gente se reúne para hacer el duelo, pero les falta
precisamente esa ternura, esa delicadeza.
Y a pesar de esta falta de delicadeza, de ternura, de
las personas hacia Jairo, Jesús le dice: «No
temas, basta que creas» (Mc 5, 36).
Jesús no hace caso a los gritos, a los llantos, a las dudas y burlas. Él se acerca con los padres y sus
discípulos a esa niña frágil y le devuelve la vida. Esto nos enseña que no
tenemos que prestar atención a las burlas, a los prejuicios y a la
recriminación; sino que debemos escuchar esa voz de Jesús que nos dice: “No
temas, basta que creas en mí, que creas en mi amor, que creas que yo estoy
contigo.”
«Vete
en paz, y queda sanada de tu enfermedad»
No sabemos qué sucedió después con la mujer hemorroisa
del evangelio. El texto no nos dice cómo siguió su vida. Pero creo que es
lícito pensar que luego de este encuentro con Jesús su vida fue transformada y
cambiada. No volvió a la cotidianeidad de la misma manera. Ella volvió llena de
paz y capacitada para transmitir esa paz que proviene de Jesús.
Algo similar puede ocurrir con nosotros. Cuando dejamos
descansar en el corazón de Jesús nuestra pequeñez y fragilidad, podemos estar serenos
y podemos sumarnos a Él para regalar esa paz, esa ternura, a los que nos rodean.
En el fondo, se trata de la dinámica de la Alianza
de Amor con María.
Ella, al igual que Jesús, o más bien con Jesús, nos da
cobijamiento en su corazón y acoge
toda nuestra historia de vida; y así, nos transforma, o más bien nos va transformando y nos
va sanando, para enviarnos a compartir eso que hemos recibido: el envío y la fecundidad apostólica.
¿Y cuál es el
envío que hoy nos hace Jesús? Nos envía también a tratar con ternura a los
demás, así como hemos sido tratados con ternura por Jesús con María. Nuestra
misión es tratar con ternura a las personas que nos rodean, especialmente a los
tristes, a los necesitados, a los enfermos, incluso a aquellas personas que a
veces se nos hacen muy difíciles en el trato cotidiano. Allí hay una
oportunidad de ser tiernos, de practicar la ternura, es decir, de ser
respetuosos y delicados como Jesús lo ha sido y lo es con nosotros.
A María de la
Alianza, la Madre de la ternura,
le pedimos que Ella nos eduque a semejanza de su Hijo y que también nos enseñe
a tratar con ternura nuestra propia fragilidad, para tratar con la ternura de
Dios, la fragilidad de los demás. Que así sea. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.
Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
27 de junio de 2021