El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo B –
2021
Admirable Sacramento
Mc 14, 12 – 16. 22 – 26
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
una celebración que pone en el centro de nuestra vida, de nuestra
experiencia y de nuestra reflexión de fe
el “sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía [que] es el don que
Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada
hombre.”[1]
Lo
hacemos en el contexto eclesial del Año
de la Eucaristía en el Paraguay, y en el contexto exigente de la situación
sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19.
Por
ello, con más fuerza queremos centrar nuestra mirada y nuestro corazón en la
presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, porque “en el Sacramento
Eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo
y de su sangre.”[2]
Y si así somos amados, «hasta el extremo» (Jn
13, 1) y de forma incondicional, entonces somos redimidos, pues “si existe este amor absoluto con su certeza absoluta,
entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido», suceda lo que suceda en su
caso particular.”[3]
Admirable
sacramento
La oración colecta de la Misa del
día de hoy nos dice que la Eucaristía es un “admirable sacramento”[4],
ya que el mismo es memorial de la Pasión salvadora de Jesús y actualización de
la misma para nosotros.
Esta
Pasión salvadora se trata de un verdadero sacrificio de comunión (cf. Ex 24, 5). Jesús está dispuesto a darse
por nosotros para entrar en comunión con nosotros. Se da a sí mismo para que
consumiéndolo nos alimentemos de Él, y así
seamos transformados por el don que recibimos.
En esto consiste la comunión eucarística:
reconocer el sacrificio de amor que Jesús ha hecho por nosotros; venerarlo,
admirarlo; y, recibiéndolo, dejarnos transformar por Él, para que nuestra
propia vida se transforme en comunión con Dios y con los demás.
Verdaderamente se trata de una
Alianza, una Alianza de Amor; Alianza nueva y eterna. Nada puede romperla de
parte del Señor, de nuestra parte, estamos llamados a renovarla cada día, con la
actitud que expresa el salmista al decir: «Cumpliré
mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo» (Salmo 115, 14).
«Obteniéndonos una redención eterna»
Por su sacrificio de comunión, por
su sacrificio de amor, Jesús nos redime, es decir, nos libera “del pecado, de la
tristeza, del vació interior, del aislamiento”[5]
y de la muerte eterna.
Digámoslo con toda claridad: “el
hombre es redimido por el amor. Eso es válido incluso en el ámbito puramente
intramundano. Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un
momento de «redención» que da un nuevo sentido a su existencia. Pero muy pronto
se da cuenta también de que el amor que se le ha dado, por sí solo, no
soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la
muerte. El ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que
le hace decir: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni
futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá
apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,38-39). Si existe este amor
absoluto con su certeza absoluta, entonces –sólo entonces– el hombre es «redimido»,
suceda lo que suceda en su caso particular. Esto es lo que se ha de entender
cuando decimos que Jesucristo nos ha «redimido». Por medio de Él estamos seguros
de Dios, de un Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo, porque su
Hijo unigénito se ha hecho hombre y cada uno puede decir de Él: «Vivo de la fe
en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Ga 2,20).”[6]
Esta redención, esta liberación, Jesucristo
la realizó en su entrega en la cruz y en su resurrección. Y en cada Eucaristía
se hace presente para nosotros esa gracia, ese amor, esa redención. Por ello, se
trata de un admirable sacramento, por ello, se trata de un sacramento de la
caridad.
Recibir esta redención consiste en
dejarnos redimir por el Señor; dejar que su amor hasta el extremo nos libere de
nuestros pecados y egoísmos, que Él sane nuestras heridas y carencias; y así nos dé un nuevo horizonte
de sentido. Con ello incluso la enfermedad y la muerte son transformadas; porque
al unirlas a la Eucaristía de Jesús, a la entrega de Jesús, la enfermedad y la
muerte pueden encontrar un sentido de entrega por amor. Enfermedad y muerte adquieren
sentido al unirlas a la cruz del Señor, y así adquieren un valor redentor en Cristo
Resucitado.
«Jesús
tomó el pan»
En cada Misa Jesús realiza la obra de
redención, en cada Misa Jesús realiza lo que nos relata el Evangelio según san Marcos: «Jesús tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y lo dio a sus discípulos» (Mc
14, 22).
En cada Misa se actualiza, se hace
presente para nosotros, su entrega de amor: «Tomen,
esto es mi cuerpo»; «Esta es mi
Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos» (Mc 14, 22. 24). Y cada Misa, verdaderamente
Él bebe con nosotros el «vino nuevo en el
Reino de Dios» (Mc 14, 25).
Y así, alimentados con su Cuerpo y su Sangre,
sabemos que no estamos solos, ni en la alegría, ni en la tristeza; ni en la salud,
ni en la enfermedad; ni en la vida, ni en la muerte. No estamos solos; Él está
“enteramente con su ser en el santuario del corazón, así como reina en el Cielo
y habita glorioso junto al Padre”.[7]
Con ello tomamos conciencia de que “la
verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros,
compañero fiel de nuestro camino.”[8].
Corpus Christi -2021 Iglesia Santa María de la Trinidad |
Con María, Mujer eucarística, volvemos suplicarle hoy al Señor Jesús:
“concédenos venerar de tal manera los
sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que podamos experimentar
siempre en nosotros los frutos de tu redención.” Que vives y reinas por los
siglos de los siglos. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.P.
Rector del Santuario Tupãrenda- Schoenstatt
[1] BENEDICTO
XVI, Sacramentum Caritatis, 1.
[2] Ibídem
[3] BENEDICTO
XVI, Spe Salvi, 26.
[4] MISAL ROMANO, El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Solemnidad, Oración colecta.
[5] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.
[6] BENEDICTO XVI,
Spe Salvi, 26.
[7] J. KENTENICH, Hacia el Padre, 143.
[8] BENEDICTO XVI,
Sacramentum Caritatis, 97.
El ser humano NECESITA un amor "incondicionado" y ese amor sooloo Dios en Jesús lo puede dar!! Que hermosisima reflexión padre Oscar ; Lo atesoramos
ResponderEliminarDurante la misa pusiste énfasis Padre en que el recibir a Jesús como alimento hace que nuestro ser se impregne de Él... me llevó a pensar en el impacto de las vitaminas, de un veneno o de las ansiadas vacunas... Cristo Eucaristía se hace carne en nosotros en una dosis poderosa, salvífica y eterna... qué grande es la gracia de poder recibirlo siempre.
ResponderEliminarGracias Pater!
ResponderEliminarAmor hasta las entrañas.. Eso Jesús me enseña.