Domingo 4° de Cuaresma – Ciclo C – 2022
Lc 15, 1-3. 11-32
«Es
justo que haya fiesta y alegría»
Queridos
hermanos y hermanas:
Estamos
viviendo todavía el tiempo litúrgico de la Cuaresma,
tiempo que quiere prepararnos, que quiere disponernos, para vivir intensamente
la celebración de la Pascua del Señor:
su muerte y resurrección. En ese sentido la Cuaresma
es un camino que quiere ayudar al corazón a participar de la Pascua de
resurrección de Jesús, de la alegría de la resurrección.
Por
ello este tiempo cuaresmal tiene un domingo especialmente dedicado a la
alegría. Hoy el sacerdote no usa la vestimenta litúrgica de color morado, sino una
vestimenta de tono más claro, rosado;
porque si bien estamos todavía en este tiempo de preparación, en este
tiempo penitencial, queremos ya pregustar la alegría de la resurrección del
Señor.
El
nombre litúrgico de este: Domingo Laetare,
proviene de la antífona de entrada de la Misa, formulada en latín: Laetare Ierusalem – Alégrese Jerusalem.
Dicha antífona está tomada del Profeta Isaías (cf. Is 66, 10-11). Esta invitación profética a la alegría es una
invitación dirigida también a nosotros hoy.
Y
por eso creo que precisamente hoy estamos llamados a meditar en la alegría, a
meditar en torno a este bien más tan preciado para el tiempo actual, este bien
de tan difícil acceso. ¿Cuáles son las fuentes de nuestra alegría?
Al
iniciar esta meditación les invito a que contemplemos la hermosa parábola del
hijo pródigo o del Padre misericordioso (Lc
15,11-32) a la luz de esta búsqueda tan humana, tan nuestra de la alegría.
«Padre,
dame la parte de herencia que me corresponde»
Al adentrarnos en la parábola, notamos con cierta
sorpresa tal vez la actitud del hijo menor. Pareciera ser que casi de la nada le
reclama a su padre los bienes que él espera recibir luego de la muerte del
padre. En la cultura judía de ese entonces y en nuestra cultura y tiempo actual,
se trata no sólo de una falta de respeto, sino también de una falta de amor. Ya
que en realidad el hijo menor está matando en vida a su padre, y así reclama los bienes que él espera recibir
cuando su padre muera. El texto no nos trasmite la reacción del padre, y simplemente
nos dice que efectivamente el mismo dividió sus bienes entre ambos hijos y
entregó al hijo menor lo que le correspondía, lo que le pedía.
¿Por qué el hijo menor hace este
pedido? ¿Por qué esta actitud y esta acción de este hijo para con su padre? A
la luz del tema de la alegría, creo que este joven buscaba fuentes de alegría,
fuentes de felicidad, fuentes de realización. Y en su inmadurez llegó a pensar
que la felicidad, la alegría y la realización que él buscaba, las lograría
apropiándose de los bienes de su padre y alejándose de él y de su familia. En
efecto, el texto evangélico nos dice que el hijo menor recogió todo lo que
tenía y se fue a un país lejano.
La actitud del hijo menor, si bien
nos sorprende y tal vez incluso nos escandaliza, no es muy distinta muchas
veces de nuestra propia actitud para con
nuestros padres, nuestros mayores, nuestros hijos, nuestros hermanos y
hermanas, o para con nuestra comunidad. A veces, también nosotros tenemos esos
momentos no solamente de egoísmo, sino de egocentrismo, donde pensamos
solamente en nuestra propia felicidad, sola y exclusivamente en nuestra propia
realización, sola y exclusivamente en nuestra propia alegría. Buscamos la
realización y la alegría cortando vínculos con nuestro hogar, cortando vínculos
con nuestros ideales, con los anhelos del corazón; y todo por una equivocada búsqueda
de alegría.Domingo 4° de Cuaresma
Domingo Laetare
Iglesia Santa María de la Trinidad
Estoy convencido de que cuando nosotros tenemos este
tipo de actitudes, o incluso cuando pecamos, lo hacemos por buscar
equivocadamente fuentes de alegría. Ninguno peca por el pecado mismo, sino que
muchas veces, pecamos pensando que haciendo eso u omitiendo esto otro, vamos a
encontrar alegría, vamos a encontrar felicidad. En ese sentido, el pecado
siempre es la búsqueda equivocada de la alegría o dicho de otra manera, es una
alegría parcial y pasajera, que luego se revela en el fondo como tristeza y vacío
interior.
«Comenzó
a sufrir privaciones»
Precisamente esa es la experiencia que va a hacer el
hijo menor. Tal vez encontró una alegría parcial en los bienes, en el dinero,
en el prestigio; tal vez encontró alegrías pasajeras en este país lejano del
cual habla el evangelio. Así mismo, encontró una alegría pasajera en el placer
superficial. Pero el placer superficial y sin compromiso es siempre alegría
pasajera. En el momento nos proporciona un contento y casi que nos llena de
energía; pero al pasar, vuelve a demostrarse como algo vacío y sin sentido.
Las alegrías pasajeras y superficiales en el fondo no
llenan el alma, no sacian el corazón, y por eso este hijo menor vuelve a
experimentar, no solamente el hambre física -es lo que nos dice el texto cuando
señala que deseaba llenarse con el alimento que recibían los cerdos- sino que
experimenta el hambre existencial y el hambre espiritual. Allí recapacita y
piensa en volver a casa de su padre y
pedirle que lo trate ya no como hijo, sino simplemente como un jornalero, como
un funcionario de su campo.
Lo que nos enseña hoy este hijo pródigo, este hijo
menor hoy es que en el fondo también nosotros muchas veces buscamos alegrías y
la felicidad en lugares equivocados, y
por eso esa alegrías detrás de las cuales nos afanamos no sacian nuestro
corazón, sino que nos dejan en soledad y vacíos por dentro.
Por eso, la primera pregunta de esta mañana tal vez
nos pueda ayudar a tomar conciencia ¿de dónde he buscado yo equivocadamente la alegría que no ha saciado mi corazón? ¿En
qué situaciones, en qué acciones u omisiones he buscado esa alegría que se ha
mostrado como pasajera? Y que no ha saciado mi corazón, sino que me ha dejado
vacío interiormente.
Los pecados y las faltas son esas alegrías aparentes y
pasajeras. Y por eso nos hace bien, en este tiempo de Cuaresma, reconocer que sí, que
hemos pecado -como dice el texto- contra el Cielo; es decir, contra
Dios, y también contra nuestros hermanos e incluso contra nosotros mismos,
cuando nos hemos conformado con esas alegrías pasajeras que no llenan el
corazón y el alma.
¿Qué
es lo que hace el hijo menor? Por un lado tiene la valentía, y también la
gracia, de volver a la Casa del Padre. Sin embargo el desea volver no como hijo, sino que pide ser
admitido como jornalero, como funcionario. Sin embargo, el padre de la parábola, que es imagen del Padre
bueno y misericordioso, lo sorprende. Porque en primer lugar lo estaba esperando,
en segundo lugar sale a su encuentro, y En tercer lugar, le devuelve la
dignidad de hijo entregándole nuevamente un anillo, calzado y vestimenta. Y ahí
se da esa alegría auténtica, ahí se da
la alegría plena.
«Es justo que haya fiesta y alegría»
¿Cuál
es entonces la fuente más auténtica de alegría? Nuestro corazón comienza a saciarse
de alegría cuando hacemos el camino de retorno, cuando hacemos el camino de
retorno hacia los nuestros, hacia nuestra comunidad, hacia nuestros ideales, en
el fondo hacia nuestra propia identidad más auténtica: cuando volvemos a la Casa
del Padre. En segundo lugar, la segunda fuente de alegría es la reconciliación con
los hermanos. El corazón se sacia de alegría también cuando perdonamos a otros y
nos dejamos perdonar por otros. La reconciliación es siempre fuente de auténtica
alegría, mientras que mantener el rencor, mantener la distancia es siempre una
fuente de tristeza. Finalmente la tercera fuente alegría es el compartir de la
fiesta, del re-encuentro.
Esa es la verdadera alegría
cristiana, estas son las fuentes de alegría que están al alcance de cada uno de
nosotros: retornar siempre de nuevo a la Casa del Padre, a nuestros ideales y
anhelos; reconciliarnos los unos con los otros, y compartir con los demás.
El texto nos cuenta también del hermano mayor que no supo
participar de la alegría de su Padre, que no supo ver en el retorno, en la
reconciliación y en el compartir con su hermano menor, una fuente de alegría.
Esta parábola, como dicen los estudiosos de la Sagrada Escritura, tiene un final abierto,
es decir, no sabemos cómo siguió el diálogo entre el padre y sus hijos, entre el
hijo menor y el hijo mayor. Los estudios dicen que la
parábola tiene un final abierto porque está llamada a interpelarnos a cada uno
de nosotros para que nos identifiquemos con alguno de los protagonistas. A veces
nos va a tocar ser como el Padre, esperar el retorno, salir al encuentro,
perdonar y abrazar. Otras veces nos sentiremos como el hijo menor, buscando egoístamente
sólo nuestra felicidad y cortando todo vínculo con los demás. Otras veces vamos
a identificarnos con el hijo mayor: sentimos que cumplimos día a día con todas nuestras obligaciones, pero que no somos
reconocidos por los demás.
La parábola está abierta, nos toca a nosotros decidir cómo
a terminar la misma en nuestras vidas, en nuestra situación espiritual, existencial
y vital. ¿Terminará en la fuente de la auténtica alegría, la de la
reconciliación y del compartir? o ¿va a terminar en la fuente de tristeza que
es el rencor y el aislarse de los demás y él no saber perdonar?
Todos nosotros anhelamos ser felices, anhelamos la auténtica
alegría. Por eso pidámosle con fe a Jesús que Él nos enseña a participar de su alegría,
esa alegría que proviene de la conversión, esa alegría que proviene de la
reconciliación, del perdonar y dejarse perdonar, esa alegría que proviene de
compartir la nueva vida.
A María, nuestra querida Mater, Madre de la
misericordia, Refugio de los
pecadores y Madre de la alegría, le
pedimos que desde el Santuario nos siga acompañando en este camino cuaresmal y
que Ella nos ayude a beber de las fuentes de la auténtica alegría, esa alegría que
sacia nuestro corazón y que se irradia hacia los demás. Que así sea.
P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario
de Tupãrenda – Schoenstatt