La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 31 de marzo de 2022

«Belén de Judea, la ciudad de David» - Natividad del Señor 2021

 

La Natividad del Señor – 2021

Misa de la Noche

Lc 2, 1 – 14

«Belén de Judea, la ciudad de David»

Hermanos y hermanas:

            “«En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero» (2, 1). Lucas introduce con estas palabras su relato sobre el nacimiento de Jesús, y explica por qué ha tenido lugar en Belén. Un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual José, con María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén. (…) Y así, aparentemente por casualidad, el Niño Jesús nacerá en el lugar de la promesa.”[1]

«Belén de Judea, la ciudad de David»

            Belén de Judea era una pequeña ciudad, aparentemente sin importancia ni relevancia política o religiosa. Es cierto que era «la ciudad de David» (Lc 2, 4); pero para el tiempo del nacimiento de Jesús ya no había un descendiente de David en el trono de Israel, sino un rey idumeo, es decir, extranjero, sostenido por el poder romano: Herodes.

            Y en ese lugar signado por la pequeñez, brota «una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» (Lc 2, 10 – 11). Una gran alegría brota en un lugar pequeño, «una gran luz» (Is 9, 1) que serenamente se irá difundiendo por todos los lugares y tiempos de la humanidad.

            No debemos dejar de notar esta paradoja: cómo lo grande brota de lo pequeño. Pareciera ser que se trata de una constante del Reino de Dios; por lo tanto, esta paradoja debe convertirse para nosotros en un criterio de orientación y de discernimiento. En lo pequeño se ha manifestado la gracia de Dios (cf. Tit 2, 11).

            Desde el inicio de su vida en medio de nosotros, Jesús nos muestra que lo pequeño puede ser el inicio de lo auténticamente grande. ¿Logramos comprender este mensaje? ¿Nos animamos a creer en ello y vivir según este criterio?

«Acampaban unos pastores»

            El nacimiento de Jesús no solamente ocurre en un lugar pequeño, sino que es anunciado en primer lugar a los pequeños: «En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. El ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor”.» (Lc 2, 8 – 11).

            Los pastores “formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a las que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios (cf. Lc 10, 21s). Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios.”[2]

            Esta pequeñez, esta pobreza de los pastores, nos recuerda además que “cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios (…). Por eso Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad.”[3]

            La pequeñez que está abierta al anuncio de la salvación se manifiesta también como mansedumbre ya que esta “es otra expresión de la pobreza interior, de quien deposita su confianza en Dios”[4] y por ello “no necesita maltratar a otros para sentirse importante”[5], al contrario, mira a los demás –y sus defectos- con ternura y sin sentirse más que ellos, dispuesto a dar una mano, pues sabe, que también él necesita de ayuda, de paciencia y ternura.[6]

            No olvidemos que la palabra ternura –en las enseñanzas del Papa Francisco- hace referencia al “modo para tocar lo que es frágil en nosotros”[7] y en los demás.

            Sí, la pequeñez que es pobreza espiritual, austeridad material y tierna mansedumbre ante la fragilidad humana, es la pequeñez abierta a recibir el anuncio de la gran alegría, el anuncio del nacimiento del Salvador.

Nuestra pequeñez

            Por lo tanto, Jesús puede y quiere nacer también en nuestra propia pequeñez: en nuestros límites y miserias; en nuestras debilidades y defectos; en nuestras inseguridades y soledades; en nuestro desvalimiento. La única condición que hace posible este nacimiento, esta gran alegría, es el reconocimiento y aceptación de nuestra pequeñez.

            Cuando le damos un sí sincero a nuestra pequeñez, brota allí una gran alegría para cada uno de nosotros y para todos los que nos rodean. Brota allí la paz que proviene de la certeza de ser amados en nuestra pequeñez, en nuestra verdad. Se cumplen entonces la alabanza del ejército celestial: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2, 14).

            Darle un sí sincero a la propia pequeñez nos capacita también para reconocer todos los pequeños inicios del Reino de Dios en medio de nosotros; ¡cuántas veces el Reino de Dios se ha manifestado en pequeños inicios! En un gesto de ternura, en una mirada de misericordia, en un perdón otorgado o recibido, en un diálogo esperanzador, en una oración sincera, en un encuentro, en un abrazo, en un momento compartido, en un sencillo gozo interior. Sí, en lo pequeño nace el Salvador, en lo pequeño inicia el Reino de Dios, inicia la alegría y la paz como en Belén.

            Aún en medio de los desafíos y exigencias del tiempo actual no dejemos de creer en la grandeza de la pequeñez entregada a Dios. No dejemos de creer en los pequeños inicios del Reino de Dios en nuestra vida. No olvidemos que “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”[8]  

            Que María, Madre de los pequeños a quienes el Padre ha querido revelar los misterios del Reino, nos conceda un corazón pobre y manso para contemplar con los pastores al «al niño recién nacido envuelto en pañales» (Lc 2, 12) alegría para toda la humanidad. Amén.

 

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt

24/12/2021     



[1] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, La Infancia de Jesús, 65.

[2] Ídem, 79.

[3] PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 68.

[4] Ídem, 74.

[5] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 288.

[6] Cf. PAPA FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 72.

[7] PAPA FRANCISCO, Patris Corde, 2.

[8] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 1.

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