La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 12 de noviembre de 2023

«¡Yo te bendigo Padre!» - 10° Aniversario sacerdotal

Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán - Fiesta

Décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal

Jn 2, 13 – 22

Mt 11, 25 – 30

«¡Yo te bendigo Padre!»

Queridos hermanos y hermanas:

            En este día, la Liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de la dedicación de la basílica romana de san Juan de Letrán, “madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y del orbe cristiano”. La basílica papal de san Juan de Letrán es la Iglesia catedral del Obispo de Roma, del Papa. Por esta razón celebramos esta fiesta litúrgica, y así renovamos nuestra comunión con el Papa y la Iglesia de Roma, y nuestra oración por él.

            Además, al celebrar hoy Eucaristía aquí en Tupãrenda, con ustedes quiero dar gracias a Dios por el décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Diez años de sacerdocio ministerial; diez años de misericordia. Como aquél día de gracias -en el cual me postré en esta misma Iglesia al rezar la letanía de los santos-, quiero volver a decir con los labios y el corazón: «¡Yo te bendigo Padre!» (Mt 11, 25).

La fuerza del sacramento

            Sinceramente no es fácil para mí pronunciar hoy una homilía. ¿Qué decir? ¿Cómo tratar de sintetizar y testimoniar diez años de ministerio sacerdotal? ¿Cómo testimoniar tanta misericordia del Padre? ¿Cómo compartir algo sin ser auto-referente?

            Respecto de su propia ordenación sacerdotal y primera Misa, decía el entonces Cardenal Ratzinger:

            “Estábamos invitados a llevar a todas las casas la bendición de la primera misa y fuimos acogidos en todas partes –también entre personas completamente desconocidas- con una cordialidad que hasta aquel momento no me podría haber imaginado. Experimenté así muy directamente cuán grandes esperanzas ponían los hombres en sus relaciones con el sacerdote, cuánto esperaban su bendición, que viene de la fuerza del sacramento. –Continúa Ratzinger- No se trataba de mi persona ni de la de mi hermano: ¿qué podrían significar, por sí mismos, dos hermanos, como nosotros, para tanta gente que encontrábamos? Veían en nosotros unas personas a las que Cristo había confiado una tarea para llevar su presencia entre los hombres.”[1]

           


¿Qué puede significar por sí mismo un hombre para tantas personas, para tantos que llegan hasta este Santuario? ¡Cuántos buscan la bendición del sacerdote! Una palabra, un consejo, una orientación. No se trata de mi persona, sino de la fuerza del sacramento, de la fuerza del sacramento del orden: de la presencia y acción eficaz del “único sacerdocio de Cristo que se perpetúa en la Iglesia.”[2]

            A lo largo de estos años de ministerio sacerdotal he comprendido a qué se refiere la teología sacramental cuando habla de un “cambio ontológico” en el varón bautizado que recibe el ministerio sacerdotal en el grado del presbiterado. El ente en cuanto tal, la persona misma, no experimenta un cambio; pero sí cambia el sentido de la misma para la Iglesia, para el pueblo que vive con él la fe. Para su pueblo es de ahora en más sacerdote, presencia sacramental de Cristo cuando actúa in Persona Christi et in nomine Christi.

            Incluso cuando en el cansancio he intentado esconder el sacerdocio de Cristo presente en mí; aquellos que me rodean siempre lo han buscado, encontrado y sacado a relucir. Recuerdo especialmente una situación, en la cual estaba ya cansado y algo saturado por las tareas pastorales y otros temas. En ese momento, recibo el mensaje de un amigo que me decía que vendría a visitarme. Tal fue mi alegría por la visita que recibiría que pensaba en qué conversaría con este amigo cuando llegase.

            Finalmente el encuentro y compartir se dio. Pero casi al final del mismo, esta persona me dice: “¿puedo confesarme?”. Y ahí volví a comprender que ya no soy solamente yo, sino el sacerdocio de Cristo en mí. Como bien lo expresa el Papa Francisco: “gracias a Dios, la gente nos roba la unción”; esa unción recibida en la ordenación sacerdotal.

«¡Yo te bendigo Padre!»

            Sí, se trata de la fuerza del sacramento, pero también de la fuerza del sentido de fe de los fieles –sensus fidelium-. No hay Eucaristía sin sacerdote; pero tampoco hay –vital y existencialmente- sacerdote sin pueblo fiel de Dios. Jesús “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”[3], sin esta pertenencia al Pueblo de Dios, a la Iglesia de Jesucristo.

            Sí, el sacramento del orden constituye verdaderamente a los varones bautizados como sacerdotes: ministros de la Palabra, de la Eucaristía y del santo pueblo fiel de Dios. Y al mismo tiempo, el contacto vivo con el pueblo de Dios en cada sacramento, en cada Eucaristía, en cada confesión, en cada diálogo, en cada alegría, sufrimiento y apostolado, constituye a los sacerdotes como hermanos, padres y amigos. Caminamos juntos –ministros y fieles-, el Señor Jesús, como en una peregrinación, camina con nosotros, en medio de su Iglesia.

            Por eso hoy, al repetir las palabras del Evangelio según san Mateo: «¡Yo te bendigo Padre!»; bendigamos a Dios, en primer lugar por habernos otorgado el gran don del Bautismo en Cristo; y con ello, habernos constituido como pueblo santo, pueblo de su propiedad: Nación de Dios.

            Bendigamos al Padre, por el gran don de su hijo, Jesucristo; bendigamos al Padre porque es el encuentro con Él lo que nos ha hecho cristianos; bendigamos al Padre, por el sacerdocio de Cristo, presente en su Iglesia, y por el ministerio sacerdotal de tantos hombres que con sus capacidades y límites hacen presente a Cristo para su Iglesia.

            Finalmente bendigamos al Padre por estos diez años de misericordia, en los cuales, en Alianza de Amor con María, me ha permitido ser “un sacerdote-padre con alma de niño. Ungido para ungir, perdonado para perdonar, amado para amar, salvado para salvar.” Un sacerdote-padre que intenta reflejar y reglar “el abrazo de ese Padre de misericordia” que un día lo abrazó en Tupãrenda.

María de la Trinidad

            A María de la Trinidad, a María de Tupãrenda, le pido la misma gracia que el P. Juan Pablo Catoggio pidió para mí en primera Misa (10/11/2013): “Que María, como desde el comienzo, vele por el encuentro del hijo con el Padre, que Ella vele desde el Santuario por cada uno de los que Dios te confía y te confiará.”[4]

            ¡Yo te bendigo Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños! Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.

9 de noviembre de 2023



[1] J. RATZINGER, Mi vida. Autobiografía, 114 – 115.

[2] Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de Ordenaciones I

[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 268.

[4] P. JUAN PABLO CATOGGIO, Primera Misa del P. Oscar Iván Saldívar. Homilía, 10 de noviembre de 2013. 

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