Dedicación de la basílica
de san Juan de Letrán - Fiesta
Décimo
aniversario de mi ordenación sacerdotal
Jn
2, 13 – 22
Mt
11, 25 – 30
«¡Yo te bendigo Padre!»
Queridos hermanos y
hermanas:
En este día, la Liturgia de la Iglesia nos invita a
celebrar la fiesta de la dedicación de la basílica romana de san Juan de
Letrán, “madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y del orbe
cristiano”. La basílica papal de san Juan de Letrán es la Iglesia catedral del
Obispo de Roma, del Papa. Por esta razón celebramos esta fiesta litúrgica, y
así renovamos nuestra comunión con el Papa y la Iglesia de Roma, y nuestra
oración por él.
Además, al celebrar hoy Eucaristía aquí en Tupãrenda, con
ustedes quiero dar gracias a Dios por el décimo aniversario de mi ordenación
sacerdotal. Diez años de sacerdocio ministerial; diez años de misericordia.
Como aquél día de gracias -en el cual me postré en esta misma Iglesia al rezar
la letanía de los santos-, quiero
volver a decir con los labios y el corazón: «¡Yo
te bendigo Padre!» (Mt 11, 25).
La fuerza del sacramento
Sinceramente no es fácil para mí pronunciar hoy una
homilía. ¿Qué decir? ¿Cómo tratar de sintetizar y testimoniar diez años de
ministerio sacerdotal? ¿Cómo testimoniar tanta misericordia del Padre? ¿Cómo compartir
algo sin ser auto-referente?
Respecto de su propia ordenación sacerdotal y primera
Misa, decía el entonces Cardenal Ratzinger:
“Estábamos invitados a llevar a todas las casas la
bendición de la primera misa y fuimos acogidos en todas partes –también entre
personas completamente desconocidas- con una cordialidad que hasta aquel
momento no me podría haber imaginado. Experimenté así muy directamente cuán
grandes esperanzas ponían los hombres en sus relaciones con el sacerdote,
cuánto esperaban su bendición, que viene de la fuerza del sacramento. –Continúa
Ratzinger- No se trataba de mi persona ni de la de mi hermano: ¿qué podrían
significar, por sí mismos, dos hermanos, como nosotros, para tanta gente que
encontrábamos? Veían en nosotros unas personas a las que Cristo había confiado
una tarea para llevar su presencia entre los hombres.”[1]
¿Qué puede significar por sí mismo un hombre para tantas personas, para tantos que llegan hasta este Santuario? ¡Cuántos buscan la bendición del sacerdote! Una palabra, un consejo, una orientación. No se trata de mi persona, sino de la fuerza del sacramento, de la fuerza del sacramento del orden: de la presencia y acción eficaz del “único sacerdocio de Cristo que se perpetúa en la Iglesia.”[2]
A lo largo de estos años de ministerio sacerdotal he
comprendido a qué se refiere la teología sacramental cuando habla de un “cambio
ontológico” en el varón bautizado que recibe el ministerio sacerdotal en el
grado del presbiterado. El ente en cuanto tal, la persona misma, no experimenta
un cambio; pero sí cambia el sentido de la misma para la Iglesia, para el
pueblo que vive con él la fe. Para su pueblo es de ahora en más sacerdote,
presencia sacramental de Cristo cuando actúa in Persona Christi et in
nomine Christi.
Incluso cuando en el cansancio he intentado esconder el
sacerdocio de Cristo presente en mí; aquellos que me rodean siempre lo han
buscado, encontrado y sacado a relucir. Recuerdo especialmente una situación, en la cual estaba ya cansado y algo saturado por las tareas pastorales y otros
temas. En ese momento, recibo el mensaje de un amigo que me decía que vendría a
visitarme. Tal fue mi alegría por la visita que recibiría que pensaba en qué
conversaría con este amigo cuando llegase.
Finalmente el encuentro y compartir se dio. Pero casi al
final del mismo, esta persona me dice: “¿puedo confesarme?”. Y ahí volví a
comprender que ya no soy solamente yo, sino el sacerdocio de Cristo en mí. Como
bien lo expresa el Papa Francisco: “gracias a Dios, la gente nos roba la
unción”; esa unción recibida en la ordenación sacerdotal.
«¡Yo te bendigo Padre!»
Sí, se trata de la fuerza del sacramento, pero también de
la fuerza del sentido de fe de los fieles –sensus
fidelium-. No hay Eucaristía sin sacerdote; pero tampoco hay –vital y
existencialmente- sacerdote sin pueblo fiel de Dios. Jesús “nos toma de en
medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se
entiende sin esta pertenencia”[3],
sin esta pertenencia al Pueblo de Dios, a la Iglesia de Jesucristo.
Sí, el sacramento del orden constituye verdaderamente a
los varones bautizados como sacerdotes: ministros de la Palabra, de la
Eucaristía y del santo pueblo fiel de Dios. Y al mismo tiempo, el contacto vivo
con el pueblo de Dios en cada sacramento, en cada Eucaristía, en cada
confesión, en cada diálogo, en cada alegría, sufrimiento y apostolado,
constituye a los sacerdotes como hermanos, padres y amigos. Caminamos juntos
–ministros y fieles-, el Señor Jesús, como en una peregrinación, camina con nosotros,
en medio de su Iglesia.
Por eso hoy, al repetir las palabras del Evangelio según san Mateo: «¡Yo te bendigo Padre!»; bendigamos a
Dios, en primer lugar por habernos otorgado el gran don del Bautismo en Cristo; y con ello, habernos
constituido como pueblo santo, pueblo de su propiedad: Nación de Dios.
Bendigamos al
Padre, por el gran don de su hijo, Jesucristo; bendigamos al Padre porque es el
encuentro con Él lo que nos ha hecho cristianos; bendigamos al Padre, por el
sacerdocio de Cristo, presente en su Iglesia, y por el ministerio sacerdotal de
tantos hombres que con sus capacidades y límites hacen presente a Cristo para
su Iglesia.
Finalmente bendigamos al Padre por estos diez años de
misericordia, en los cuales, en Alianza
de Amor con María, me ha permitido ser “un sacerdote-padre con alma de niño.
Ungido para ungir, perdonado para perdonar, amado para amar, salvado para
salvar.” Un sacerdote-padre que intenta reflejar y reglar “el abrazo de ese
Padre de misericordia” que un día lo abrazó en Tupãrenda.
María de la Trinidad
A María de la Trinidad, a María de Tupãrenda, le pido la
misma gracia que el P. Juan Pablo Catoggio pidió para mí en primera Misa
(10/11/2013): “Que María, como desde el comienzo, vele por el encuentro del
hijo con el Padre, que Ella vele desde el Santuario por cada uno de los que
Dios te confía y te confiará.”[4]
¡Yo te bendigo
Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños! Amén.
P. Oscar Iván
Saldívar, P.Sch.
9 de noviembre de
2023
[1] J. RATZINGER, Mi vida. Autobiografía, 114 – 115.
[2]
Cf. MISAL ROMANO, Prefacio de
Ordenaciones I
[3] FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 268.
[4] P. JUAN PABLO CATOGGIO, Primera Misa del P. Oscar Iván Saldívar. Homilía, 10 de noviembre de 2013.
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