Domingo 1° de Cuaresma – Ciclo A- 2023
Mt 4, 1 – 11
«Para ser tentado»
Queridos hermanos y hermanas:
Luego
de la escena del Bautismo de Jesús (cf. Mt
3, 13 – 17), se nos presenta en el Evangelio
según san Mateo la escena de las “tentaciones” (Mt 4, 1 – 11). Llamativamente, luego del bautismo, en el cual el
Espíritu de Dios vino sobre Jesús, el mismo Espíritu lo conduce al desierto
para ser tentado.
«Para ser tentado»
¿No
nos causa cierta sorpresa que el mismo Espíritu conduzca a Jesús al desierto
para ser tentado? ¿No es esto extraño? Acaso, ¿no rezamos en el Padrenuestro “no nos dejes caer en la
tentación?”?
¿Cómo
comprender este pasaje evangélico? ¿Cómo comprender en profundidad este momento
tan singular de la vida de Jesús?
Para
ello deberíamos preguntarnos, ¿por qué es necesario que Jesús sea tentado?
Luego
del Bautismo, y de un tiempo de recogimiento interior en el desierto - «después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta
noches»-, Jesús debe enfrentarse a una
profunda y verdadera lucha. Se trata de “una lucha interior por la misión, una
lucha contra sus desviaciones, que se presentan con la apariencia de ser su
verdadero cumplimiento.”[1]
Comprendemos ahora no solamente por
qué Jesús debe enfrentarse a las tentaciones. Comprendemos además qué son las
tentaciones en su sentido más profundo: desviaciones de la misión encomendada,
desviaciones del camino señalado para la misión y vocación. Desviaciones que se
presentan bajo la apariencia de su cumplimiento. Pero de un cumplimiento cómodo
y alejado del querer de Dios.
En realidad, las tentaciones en
tanto desviación de la auténtica misión de Jesús y el modo auténtico de
realizarla, se presentarán a lo largo de toda su vida, incluso en el momento de
la crucifixión: «¡Sálvate a ti mismo, si
eres hijo de Dios, y baja de la cruz!» (Mt
27, 40).
«Al desierto»
Así
como Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu, también nosotros estamos
llamados a ir al desierto; encaminarnos al desierto. Probablemente no se trate
de un desierto como lugar físico o como realidad ecológico; sino del desierto
como lugar espiritual y realidad interior.
Atrio de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt
Miércoles de Ceniza 2023
Sin
duda en la Cuaresma se nos invita e
incluso se nos urge a realizar la experiencia interior del desierto. Vamos al
desierto cuando nos animamos a buscar la soledad, la desconexión y el silencio.
¡Nada
más alejado de nuestra realidad y de nuestra sociedad! ¡Nada más alejado de la
cultura de la constante conexión, exposición y distracción! ¡Nada más alejado
de la cultura del consumo! Y sin embargo, nada más necesario para el corazón
humano que el silencio y los momentos sanos de soledad; los mementos de estar
con uno mismo.
En la
soledad y el silencio aprendemos a estar con nosotros mismos. Aprendemos a percibirnos
y conocernos a nosotros mismos. Aprendemos a soportarnos a nosotros mismos, a
vivir con nosotros; con nuestra realidad.
En el
silencio propio de la soledad aparecen todos nuestros ruidos interiores: aparecen
nuestras propias tentaciones. Aparecen nuestras fragilidades; nuestros límites;
nuestras obsesiones, miedos y desconfianzas; aparecen también nuestros deseos
egoístas, nuestras malas intenciones y nuestras pretensiones vanas.
Y
muchas veces huimos de ellas. Huimos del silencio y de la soledad, porque no
queremos confrontarnos con nosotros mismos y con nuestras propias tentaciones.
Al
huir de nuestras tentaciones –al no querer confrontarnos con ellas, al no
querer luchar con ellas-, perdemos la oportunidad de conocernos más
profundamente a nosotros mismos; perdemos la oportunidad de aceptarnos a
nosotros mismos, y, sobre todo, de educarnos a nosotros mismos. Cada tentación,
vivida en unión a Jesús, es una oportunidad de autoconocimiento y de
autoeducación.
«El demonio lo dejó»
El
hecho de que Jesús se haya dejado guiar al desierto para confrontarse con las
tentaciones es un gran consuelo y un signo de esperanza para todos nosotros.
En
efecto, esta lucha interior de Jesús a favor de su auténtica misión mesiánica,
es una lucha a favor de todos y cada uno de nosotros. Cuando Jesús lucha contra
el tentador realiza “un descenso a los peligros que amenazan al hombre, porque
sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el
drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión-,
recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada»,
cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.”[2]
Sí;
Jesús se ha confrontado con las tentaciones, en su mismo núcleo, y así se ha
confrontado con el tentador, y al hacerlo ha “descendido a los infiernos” como
rezamos en el Credo, y ha salido
victorioso; por eso «el demonio lo
dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo» (Mt 4, 11).
Esta
victoria de Jesús nos muestra por un lado, que la manera de confrontarnos con
la tentación es con sinceridad y como hijos de Dios; nunca solos, nunca
aislados o tratando de vencer con nuestras propias fuerzas. Y por otro lado,
nos muestra que al final de la lucha, la victoria es de Cristo, es Dios. En
esperanza, en Cristo, hemos ya vencido la tentación. Jesús ha vencido, Él nos
ha redimido. No lo olvidemos y no desesperemos.
Al
iniciar el tiempo cuaresmal, miremos a María, Madre de los redimidos, y confiando en la victoria de Cristo
adentrémonos en el desierto cuaresmal para confrontarnos con nuestras propias
tentaciones, y dejar que Cristo Jesús venza en ellas. Que así sea.
P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario de
Tupãrenda - Schoenstatt