La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

martes, 28 de febrero de 2023

«Para ser tentado»

 

Domingo 1° de Cuaresma – Ciclo A- 2023

Mt 4, 1 – 11

«Para ser tentado»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            Luego de la escena del Bautismo de Jesús (cf. Mt 3, 13 – 17), se nos presenta en el Evangelio según san Mateo la escena de las “tentaciones” (Mt 4, 1 – 11). Llamativamente, luego del bautismo, en el cual el Espíritu de Dios vino sobre Jesús, el mismo Espíritu lo conduce al desierto para ser tentado.

«Para ser tentado»

            ¿No nos causa cierta sorpresa que el mismo Espíritu conduzca a Jesús al desierto para ser tentado? ¿No es esto extraño? Acaso, ¿no rezamos en el Padrenuestro “no nos dejes caer en la tentación?”?

            ¿Cómo comprender este pasaje evangélico? ¿Cómo comprender en profundidad este momento tan singular de la vida de Jesús?

            Para ello deberíamos preguntarnos, ¿por qué es necesario que Jesús sea tentado?

            Luego del Bautismo, y de un tiempo de recogimiento interior en el desierto - «después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches»-, Jesús debe enfrentarse a una profunda y verdadera lucha. Se trata de “una lucha interior por la misión, una lucha contra sus desviaciones, que se presentan con la apariencia de ser su verdadero cumplimiento.”[1]

            Comprendemos ahora no solamente por qué Jesús debe enfrentarse a las tentaciones. Comprendemos además qué son las tentaciones en su sentido más profundo: desviaciones de la misión encomendada, desviaciones del camino señalado para la misión y vocación. Desviaciones que se presentan bajo la apariencia de su cumplimiento. Pero de un cumplimiento cómodo y alejado del querer de Dios.

            En realidad, las tentaciones en tanto desviación de la auténtica misión de Jesús y el modo auténtico de realizarla, se presentarán a lo largo de toda su vida, incluso en el momento de la crucifixión: «¡Sálvate a ti mismo, si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!» (Mt 27, 40).

«Al desierto»

            Así como Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu, también nosotros estamos llamados a ir al desierto; encaminarnos al desierto. Probablemente no se trate de un desierto como lugar físico o como realidad ecológico; sino del desierto como lugar espiritual y realidad interior.

           

Atrio de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Santuario de Tup
ãrenda - Schoenstatt
Miércoles de Ceniza 2023

Sin duda en la Cuaresma se nos invita e incluso se nos urge a realizar la experiencia interior del desierto. Vamos al desierto cuando nos animamos a buscar la soledad, la desconexión y el silencio.

            ¡Nada más alejado de nuestra realidad y de nuestra sociedad! ¡Nada más alejado de la cultura de la constante conexión, exposición y distracción! ¡Nada más alejado de la cultura del consumo! Y sin embargo, nada más necesario para el corazón humano que el silencio y los momentos sanos de soledad; los mementos de estar con uno mismo.

            En la soledad y el silencio aprendemos a estar con nosotros mismos. Aprendemos a percibirnos y conocernos a nosotros mismos. Aprendemos a soportarnos a nosotros mismos, a vivir con nosotros; con nuestra realidad.

            En el silencio propio de la soledad aparecen todos nuestros ruidos interiores: aparecen nuestras propias tentaciones. Aparecen nuestras fragilidades; nuestros límites; nuestras obsesiones, miedos y desconfianzas; aparecen también nuestros deseos egoístas, nuestras malas intenciones y nuestras pretensiones vanas.

            Y muchas veces huimos de ellas. Huimos del silencio y de la soledad, porque no queremos confrontarnos con nosotros mismos y con nuestras propias tentaciones.

            Al huir de nuestras tentaciones –al no querer confrontarnos con ellas, al no querer luchar con ellas-, perdemos la oportunidad de conocernos más profundamente a nosotros mismos; perdemos la oportunidad de aceptarnos a nosotros mismos, y, sobre todo, de educarnos a nosotros mismos. Cada tentación, vivida en unión a Jesús, es una oportunidad de autoconocimiento y de autoeducación. 

«El demonio lo dejó»

            El hecho de que Jesús se haya dejado guiar al desierto para confrontarse con las tentaciones es un gran consuelo y un signo de esperanza para todos nosotros.

            En efecto, esta lucha interior de Jesús a favor de su auténtica misión mesiánica, es una lucha a favor de todos y cada uno de nosotros. Cuando Jesús lucha contra el tentador realiza “un descenso a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión-, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.”[2]

            Sí; Jesús se ha confrontado con las tentaciones, en su mismo núcleo, y así se ha confrontado con el tentador, y al hacerlo ha “descendido a los infiernos” como rezamos en el Credo, y ha salido victorioso; por eso «el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo» (Mt 4, 11).

            Esta victoria de Jesús nos muestra por un lado, que la manera de confrontarnos con la tentación es con sinceridad y como hijos de Dios; nunca solos, nunca aislados o tratando de vencer con nuestras propias fuerzas. Y por otro lado, nos muestra que al final de la lucha, la victoria es de Cristo, es Dios. En esperanza, en Cristo, hemos ya vencido la tentación. Jesús ha vencido, Él nos ha redimido. No lo olvidemos y no desesperemos.

            Al iniciar el tiempo cuaresmal, miremos a María, Madre de los redimidos, y confiando en la victoria de Cristo adentrémonos en el desierto cuaresmal para confrontarnos con nuestras propias tentaciones, y dejar que Cristo Jesús venza en ellas. Que así sea.

 

P. Óscar Iván Saldívar, P.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1]J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Chile 20073), 50.

[2] Ibídem

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