La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 6 de agosto de 2025

«Que nuestro corazón alcance la sabiduría»

Domingo 18° del tiempo durante el año – Ciclo C

Lc 12, 13 – 21

Sal 89, 3-6. 12-14. 17

«Que nuestro corazón alcance la sabiduría»

 

Queridos hermanos y hermanas:

            La Liturgia de la Palabra de este domingo inicia con un texto tomado de la literatura sapiencial bíblica: el Libro del Eclesiastés o Cohélet. Así, la Palabra hoy nos invita a adentrarnos en la sabiduría bíblica, en la concepción de sabiduría según la Biblia.

            ¿Quién es el hombre sabio de acuerdo con la Biblia? Si recorremos sus páginas con atención nos daremos cuenta de que para la Biblia el sabio no es el erudito, el hombre que posee mucho conocimiento intelectual o maneja mucha información. En realidad, según el criterio bíblico, el hombre sabio es aquel que vive su vida a la luz de la Palabra de Dios; el que vive su vida en una relación viva con Dios y así va adquiriendo –en la experiencia de esa relación viva- la sabiduría, el auténtico sabor de la vida.

«¡Vanidad, pura vanidad!»

            Dice el sabio Cohélet:

«¡Vanidad, pura vanidad! (…) Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una gran desgracia.» (Ecl 1, 2).

            Aparentemente el sabio se queja por los esfuerzos que demanda la vida; aparentemente experimenta la frustración de no ver el fruto de sus esfuerzos, o experimenta la desazón de no ver cumplidas sus expectativas o realizados sus proyectos. Ante tal perspectiva surge la reflexión resignada: «¡Vanidad, pura vanidad!».

         También nosotros, a veces, en determinados momentos de nuestra vida, experimentamos la vanidad de nuestros esfuerzos; la vanidad de nuestras propias ideas y proyectos, la vanidad –es decir, la vaciedad- de nuestro estilo de vida y de todo aquello en los cual pusimos nuestros esfuerzos y nuestro corazón esperando encontrar la felicidad.

            A veces, en momentos de frustración y desazón nos decimos a nosotros mismo: “me esfuerzo y no lo consigo”; “trato y no puedo”; “trabajo y nadie lo nota ni me reconoce”; “busco atención y no la encuentro”. «¡Vanidad, pura vanidad!». ¿De qué sirve todo lo que hemos hecho? ¿Toda la energía, tiempo atención que le hemos dedicado a algo o a alguien? «¡Vanidad, pura vanidad!».

            Cuando nuestro corazón se frustra de esta manera, es necesario, parar un momento, y preguntarnos, cuestionarnos: ¿por qué la vida se nos ha vuelto vana, vacía, sin sentido? ¿Cuál es la fuente de esa angustia, de esa tristeza, de ese sin sentido? 

«Insensato»

            La respuesta a estos interrogantes la encontramos en el Evangelio, en las palabras de Jesús. Dice el Señor:

«Insensato (…) Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y nos es rico a los ojos de Dios.» (Lc 12, 20. 21).

            La vida se nos vuelve un sin sentido cuando acumulamos sólo para nosotros mismos; cuando nos buscamos sólo a nosotros mismos y olvidamos a Dios y a los demás. Cuando nos dedicamos solamente a acumular bienes, tiempo, comodidades y placeres; la vida pierde su sentido, pierde su sabor, pierde su alegría y belleza.

            “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida.”[1]

            «Cuídense de la avaricia»; es decir, de ese constante querer para uno, de ese constante consumir que nunca se sacia; que nunca sacia el corazón.

« Que nuestro corazón alcance la sabiduría »

            Nosotros no queremos ser insensatos, no queremos llevar una vida vana, sin sentido. Al contrario, tal y como lo dice el salmista, anhelamos un «corazón [que] alcance la sabiduría» (Sal 89, 12), un corazón que sepa vivir la vida con sentido y con propósito.

            Y por ello volvemos a acudir a Jesús, tal y como lo hacen los discípulos:

            «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna» (Jn 6, 68).

            “Jesús que dijo de sí mismo que había venido para que nosotros tengamos la vida y la tengamos en plenitud, en abundancia (cf. Jn 10,10), nos explicó también qué significa «vida»: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[2]

           

Ofertorio de la Misa
Iglesia Santa María de la Trinidad
Cuando vivimos en relación con Dios y con los demás; cuando vivimos en alianza con Dios y con los demás; entonces vivimos. Entonces nuestra vida adquiere sentido, incluso en medio de la dificultad y del sufrimiento. Porque descubrimos que viviendo nuestra vida con amor –con propósito, en servicio a los demás, y en comunión con los demás-, nuestra vida se hace plena y nuestro corazón se sacia de aquello que tanto busca: sentido y amor.

            Con María, Madre de la Sabiduría, le pedimos al Señor:

            «Enséñanos a calcular nuestros años,

para que nuestro corazón alcance la sabiduría»;

esa sabiduría que da sentido a nuestras alegrías y penas;

esa sabiduría que nos llena de esperanza y

nos permite seguir peregrinando día a día,

con la certeza de que llegaremos a la Casa del Padre,

donde Él saciará el anhelo de nuestro corazón. Amén.

 

P. Óscar Iván Saldívar, I.Sch.

Rector del Santuario de Tupãrenda - Schoenstatt



[1] PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 2

[2] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 27

1 comentario:

  1. Gracias padre. Una homilía que nos invita a entrar en nosotros y preguntarnos, cómo estoy viviendo mi vida? Con sentido o sin sentido.?

    ResponderEliminar