La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 9 de octubre de 2011

La pregunta por la racionalidad teológica

La racionalidad

Quisiera compartir con ustedes unas breves reflexiones sobre el pensar teológico, en concreto sobre la racionalidad teológica.

Pero ¿qué digo cuando digo racionalidad? Por racionalidad entiendo la forma mentis con la cual se piensa, se percibe y se comprende la realidad. Es decir se trata de las categorías que subyacen a nuestra manera de percibir la realidad, por así decir, se trata de las estructuras con las cuales pensamos la realidad.

Todos poseemos una manera determinada de percibir la realidad que nos rodea, todos, a veces sin ser conscientes de ello, asimilamos la realidad de una determinada manera y la vamos ordenando en nuestro interior. No es lo mismo percibir la realidad cotidiana desde un prisma filosófico que desde un prisma informativo o periodístico, por ejemplo. Percibir la realidad de una manera determinada es también comprenderla de una manera determinada, es decir, la manera cómo percibimos la realidad y las capacidades que en esta percepción utilizamos o enfatizamos, condiciona la manera en que comprendemos la realidad.

Así, cada ciencia posee su propia racionalidad. Por ejemplo las ciencias económicas poseen una racionalidad económica, las ciencias naturales, una racionalidad científica y así sucesivamente cada ciencia, cada saber, ha ido estructurando una manera de comprender la realidad y al hombre.

La pregunta por la racionalidad de la vida no es mera pregunta retórica, pues a todo acción subyace una manera determinada de pensar. Actuar y pensar no se encuentran tan separados como a veces creemos. Lo que sucede es que cuando actuamos lo hacemos de tal modo, que creemos que el pensar no es parte de la acción. Más bien se trata de que el pensar está tan imbuido en nosotros que ya no lo cuestionamos, y así el actuar pareciera brotar “espontáneamente”.

Normalmente es en tiempos de crisis cuando se cuestiona la manera de actuar de los hombres y con ello se pone en cuestión el pensar, la razón, la racionalidad.

La crisis de la razón humana

Creo que en las múltiples crisis económicas, sociales y de sentido que hoy se extienden por diversas partes del mundo podemos leer una “crisis de la razón humana”. Es decir ha entrado en crisis una determinada manera de comprender la realidad, de comprender al hombre y la sociedad. Es evidente que la racionalidad económica como racionalidad directiva de la sociedad está hoy en crisis[1]; pero con ella entra sobre todo en crisis algo que subyace a la misma racionalidad económica. Entra en crisis esa comprensión  de la realidad y del hombre que sólo acepta como real aquello que se puede palpar –materialismo-, aquello que se puede medir, cuantificar y utilizar. Se trata de la autolimitación de la razón humana[2], la autolimitación de la razón moderna a lo empírico y cuantificable.

Esta razón moderna, basada en la síntesis entre cartesianismo y empirismo, ratifica su éxito por medio de la técnica[3]. De alguna manera de este “éxito” participa también la racionalidad económica, y muchas veces también nosotros participamos de sus categorías de pensamiento, por ejemplo cuando buscamos sólo la utilidad, la practicidad y el éxito en las relaciones humanas. Así, la racionalidad económica se preocupa fundamentalmente de medir la realidad humana, de hacerla mensurable presentando la realidad como unidades a ser cuantificadas y organizadas a través de modelos matemáticos. ¿Pero puede la sola racionalidad económica dar cuenta de toda la realidad? ¿Se explica toda la realidad humana por medio de modelos matemáticos?

Allí donde la razón sólo se ocupa de mensurar y cuantificar la realidad ya no queda espacio para los interrogantes propiamente humanos: la pregunta por el sentido de la vida, por el amor y por la fe. Es la reducción de lo humano lo que hay que cuestionar.

Una propuesta, la racionalidad teológica

¿Cuál sería entonces la racionalidad adecuada para comprender, pensar y vivir la realidad? Creo que la Teología puede hacer un aporte aquí.

Al cuestionarse por la relación entre fe y razón, la Teología se pregunta por la razón humana. Se pregunta por su fundamento, su alcance y sus límites. En ese sentido, la pregunta por la razón desde la Teología no es una pregunta superflua o retórica. De acuerdo a la respuesta que se dé a esta pregunta la Teología podrá proponer su objeto: la fe. Y la fe, no puede renunciar a la razón, pues “la fe sin la razón no será humana”[4] .

La racionalidad teológica aspira a la comprensión de Dios, del hombre y de la realidad. Se trata por eso de una comprensión global, profunda y trascendente del hombre y de la realidad, pues se trata de una comprensión de lo humano desde el Dios revelado en Jesucristo. Aquí valen las palabras del Concilio Vaticano II: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (…) Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”[5].

Hoy más que nunca experimentamos la necesidad de una racionalidad que sea capaz de comprender en toda su riqueza el misterio del hombre. Una racionalidad –una forma de pensar, amar y vivir[6]- que den cuenta cabal de la “paradoja del hombre”[7].

¿Cómo pensar al hombre desde Dios? ¿Cómo comprender la singular situación humana? La situación de este ser-en-el-mundo, de este espíritu que es el hombre –que somos cada uno de nosotros-, dotado de capacidades para llevar adelante su vida; pero que, al ser dotado de esta “capacidad”, ha sido al mismo tiempo dotado de una “incapacidad”… Aquello que más necesita para su plenitud, para su vida –esto es Dios mismo, el Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, revelado en Jesucristo-, el hombre no puede alcanzarlo por sí mismo; sino recibiéndolo como don.

Paradojalmente la “capacidad de Dios” que tiene el hombre radica en su propia “incapacidad”. Porque somos incapaces de “conseguir” a Dios –incapaces de obligarlo a revelarse, a darse, incapaces de comprarlo, de obtenerlo-, somos capaces de “recibir” a Dios, de recibirlo como don[8].

A mi juicio el pensar esta paradoja –y sobretodo el experimentarla en la propia vida- requiere una nueva racionalidad, una racionalidad teológica. Se trata entonces de “ampliar nuestro concepto de razón y su uso”[9]. Junto a la razón científica y técnica, habría que ubicar a la razón teológica que es “razón relacional y orgánica”.

Racionalidad teológica: relacional y orgánica

Razón relacional. Se trata de una razón –una manera de comprender la realidad- relacionada con el Dios de Jesucristo, y por eso abierta a la dimensión trascendente del hombre, abierta a la pregunta ética y de sentido. Se trata aquí de la confianza fundamental en que el si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27), entonces el logos humano –la razón humana- es capaz de reflejar al Logos divino, Jesucristo.

No se trata de negar la distinción entre Creador y creatura[10]; pero aún con sus propios límites el logos humano es capaz de captar, de recibir la luz del Logos divino. La comunicación, que es amor, supone una semejanza desemejante, una “igualdad y una desigualdad en el sentido de una capacidad y necesidad de complemento”[11].

Bien lo señala Benedicto XVI al decir que la fe de la Iglesia se ha atenido siempre a la convicción de que entre Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía, en la que ciertamente —como dice el IV concilio de Letrán en 1215— las diferencias son infinitamente más grandes que las semejanzas, pero sin llegar por ello a abolir la analogía y su lenguaje.”[12]

Cuando hablamos de razón hablamos siempre de persona. Por eso la razón teológica puede ser relacional en el sentido de abierta a lo social, a lo comunitario y a las relaciones interpersonales. No se puede comprender la realidad en solitario, sino vinculados personalmente unos con otros, vinculados personalmente con Jesucristo.

Se trata también de la confianza en que las realidades creadas son capaces de conducirnos o guiarnos hacia la realidad de Dios. Hay una “analogía proporcional” entre Dios y el hombre.

Razón orgánica. La razón teológica está llamada a ser orgánica en el sentido de que no es sólo ratio, conocimiento y saber científico, sino también amor. Amor entendido como el constante salir del propio yo hacia el encuentro del y la formación del nosotros[13]. Si la razón es también amor, entonces es humana, entonces da cuenta de la totalidad de lo humano. “Cristo es el Logos encarnado y es “el amor hasta el extremo””[14].

Ahora, si el logos humano es reflejo del Logos divino no podemos seguir concibiendo el logos humano como mera ratio, como mera razón analítica y ordenadora de  la realidad empírica. Se trata de una nueva concepción de la razón humana –y de la realidad que no se agota en la materialidad-, se trata de recuperar su totalidad orgánica, se trata de una razón relacional y orgánica, se trata de la fundamental unidad entre verdad[15] y amor[16]; unidad que puede dar cuenta cabalmente de la realidad del hombre y de su apertura a la trascendencia. Si Cristo es verdad y amor, también el hombre es verdad y amor.


Así, la racionalidad teológica nos señala que la razón humana es una razón en la cual se puede confiar, siempre y cuando reconozcamos sus límites. Precisamente por reconocerse limitada y creada, la racionalidad teológica es confiable, porque no pretende fundamentarse a sí misma, y ahí radica su relacionalidad. Una razón relacional es así una razón orgánica, un logos que es también amor; y porque es amor y procede del Logos-Amor, está abierta a la libertad y al don, a la vida y al amor, está abierta verdaderamente a la pregunta por el misterio y la paradoja del hombre.



[1] Más sobre este tema ver en este mismo blog la entrada: Crisis en la educación. Una mirada desde la Teología.
[2] Cf. Benedicto XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones [en línea]. [fecha de consulta: 23 de agosto de 2010]. Disponible en: <http://humanitas.cl/html/destacados/ratisbona/Ratisbona.html>
[3] Cf. Ibídem
[4] Ratzinger, J., «Situación actual de la fe y la teología», en Humanitas, Número Especial (2005), 30-43.
[5] Concilio Vaticano II Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual, Nº 22.
[6] El P. José Kentenich constantemente hace referencia al “pensar, amar y vivir orgánicos” como respuesta a la situación espiritual del hombre actual. Esta manera de pensar está a la base de su espiritualidad y de la comprensión que el mismo tiene del hombre y del mundo. Para una elaboración científica sobre el “pensar orgánico” ver: King, H., Importancia perenne del pensar mítico. Tesis doctoral (La Plata-Argentina 1976).
[7] Cf. Meis, A., Antropología Teológica. Acercamientos a la paradoja del hombre (Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile 22001) 19-39.
[8] Cf. Benedicto XVI, Spe Salvi 23: “Pero tampoco cabe duda de que Dios entra realmente en las cosas humanas a condición de que no sólo lo pensemos nosotros, sino que Él mismo salga a nuestro encuentro y nos hable.”
[9] Benedicto XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones [en línea]. [fecha de consulta: 23 de agosto de 2010]. Disponible en: <http://humanitas.cl/html/destacados/ratisbona/Ratisbona.html>
[10] Cf. DS 806
[11] Cf. Kentenich J., Las Fuentes de la Alegría (Editorial Nueva Patris, Santiago de Chile 2006) 353s.
[12] Benedicto XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones [en línea]. [fecha de consulta: 23 de agosto de 2010]. Disponible en: <http://humanitas.cl/html/destacados/ratisbona/Ratisbona.html>
[13] Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est 6.
[14] Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 1 [en línea]. [fecha de consulta: 23 de agosto de 2010]. Disponible en: <http://www.celam.org/conferencias/Documento_Conclusivo_Aparecida.pdf >
[15] Cf. Benedicto XVI, Caritas in veritate 1: “Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y de la verdad (…). En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6)”.   
[16] Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est 6: “Ciertamente el amor es «éxtasis», pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación y la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario