Ser niño[1] es ser cruz y corona,
es ofrecer cruz y corona…
Ser niño es ser cruz para María…
Ella acompaña a su niño en el via crucis.
Ella sufre con la cruz de su niño.
Ella sufre dolores de parto hasta dar a luz al Niño.
Ser niño es ser corona para María…
Ser alegría para Ella,
ser aliado, ser instrumento,
coronarla con la vida.
La Alianza es cruz y corona,
y por eso la vida en Alianza –la filialidad-
se trata de ofrecer cruz y corona,
se trata de ofrecer con confianza toda la vida, todo el corazón…
Ser niño es ser cruz y corona.
[1] Niño en el sentido de la infancia espiritual a la cual Jesús nos invita. Así en el Evangelio según San Mateo (Mt 18,3) nos dice: “Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos”. El P. J. Kentenich al presentarnos la infancia espiritual (cf. Libro Niños ante Dios) nos dice que la misma se funda no primero en un “hacer”, sino en un “ser” filial; en el asumir una nueva forma de ser, la de ser niños. La salvación no se trata de “hacer cosas” sino más bien de recibir un nuevo “ser”: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5).
Este asumir una nueva manera de ser se refiere a una manera de ser relacional, es decir, este nuevo ser se verifica en la relación con Dios. Se trata de ser “hijos adoptivos” del Padre de los Cielos. Así este nuevo ser es el fundamento del actuar del hombre que se experimenta y sabe hijo de Dios. En la infancia espiritual no se trata primeramente de presentar exigencias éticas al hombre, no se trata primero de actuar como “debería” actuar un hijo de Dios, sino que, se trata primeramente de experimentarse hijo de Dios, profundamente amado por el Padre, y, como consecuencia de ese amor, de ese nuevo ser, surgirá un nuevo actuar. Por lo tanto, aquí el ser conducirá al actuar; un actuar fundado en un ser de amor.
Este asumir una nueva manera de ser se refiere a una manera de ser relacional, es decir, este nuevo ser se verifica en la relación con Dios. Se trata de ser “hijos adoptivos” del Padre de los Cielos. Así este nuevo ser es el fundamento del actuar del hombre que se experimenta y sabe hijo de Dios. En la infancia espiritual no se trata primeramente de presentar exigencias éticas al hombre, no se trata primero de actuar como “debería” actuar un hijo de Dios, sino que, se trata primeramente de experimentarse hijo de Dios, profundamente amado por el Padre, y, como consecuencia de ese amor, de ese nuevo ser, surgirá un nuevo actuar. Por lo tanto, aquí el ser conducirá al actuar; un actuar fundado en un ser de amor.
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