La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 11 de noviembre de 2012

Darse con autenticidad

Decía también en su instrucción: «Guardaos de los escribas y fariseos, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa.»

Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir.» 

Mc 12,38-44


“Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía…” Mc 12, 44b

Antes de iniciar la reflexión sobre este Evangelio, me parece importante que tomemos conciencia de que el Evangelio es una “escuela de vida”. Lo que Jesús quiere en el Evangelio es “enseñarnos a vivir”.

“Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía…”. Ha entregado lo que tenía –cuanto soy y cuanto tengo (Hacia el Padre, 16)- , lo que era importante para ella. Ha entregado de lo suyo, y por eso, podríamos decir que ha sido auténtica. Y eso es lo que impacta a Jesús.

Cuando alguien se da auténticamente, de corazón, impacta, deja huella. No se trata tanto de la “cantidad” de lo que doy –sea esto un aporte económico o sea entregar nuestros dones a Dios y a nuestros hermanos-; no se trata tanto de que lo que yo dé o tenga para compartir con otros sea llamativo o ingenioso. Se trata de que sea auténtico, se trata de que mi corazón –y por eso mi riqueza y mi pobreza- vaya en aquello que doy.

En el fondo lo que nos sobra son nuestras “máscaras”, aquellas cosas que se nos pegan a nuestra personalidad, a nuestro yo más verdadero… Y a veces en nuestras relaciones personales –tanto naturales como sobrenaturales- no damos nuestro yo más auténtico, nuestro corazón –nuestra sustancia, el bien más preciado que tenemos- sino más bien damos lo que nos sobra… En vez de mostrarles a Dios y a mis hermanos mi verdadero rostro –mi mirada auténtica-, les muestro una “máscara”, una careta… En vez de entregar mi corazón, doy parte de mi persona, muestro aquellos aspectos en los que me siento más seguro y así me muestro autosuficiente… Y así no soy capaz ni de dar ni de recibir. No soy capaz de amar.

Pero hay un secreto para poder dar,  para poder amar. Si yo quiero dar, si quiero amar con generosidad, en realidad tengo que tomar conciencia de que soy amado.

Una de mis frases favoritas de la Sagrada Escritura expresa esta dinámica: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16). Tanto en los vínculos humanos como en la relación con Dios y con María lo primero es el amor. Cuando experimentamos el amor, el amor de Dios, el amor de una persona; este amor suscita la fe, es decir la confianza. Y cuando confío soy capaz de darme tal y cual soy, de darme auténticamente. Por eso la fe es fe en Dios, fe en las personas que nos rodean y fe en nosotros mismos. Y así el amor y la fe/confianza suscitan la esperanza… Y así lo que yo hago, lo que le entrego a Dios y a los demás se torna importante, por más pequeño que sea –dos moneditas-… Para el que ama y es amado todo lo da desde el corazón y por eso es importante, y por eso hace presente el Reino de Dios en medio nuestro.

Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos, pidámosle a Jesús en la Eucaristía, y a María Santísima en su Santuario, que nos enseñen a amar, que nos enseñen a vivir, que nos enseñen a creer… Que nos enseñen a dar nuestro corazón, a darnos auténticamente. Amén.

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