Autoridad,
participación y poder en la Iglesia
Encuentro
de estudiantes de Teología
Pontificia
Universidad Católica de Chile
Una
cuestión eclesiológica
Autoridad,
participación y poder en la Iglesia… Confieso que me llama la atención el
tema que nos convocan hoy. A 50 años de la apertura del concilio Vaticano II,
como estudiantes de Teología hemos elegido reflexionar en torno a una cuestión
eclesiológica. Queremos poner al centro de nuestra reflexión y de nuestro
debate a la Iglesia. Queremos preguntarnos por la Iglesia… O más en concreto,
pareciera, que quisiéramos preguntarnos por “la manera de ser Iglesia”.
¿Cómo
somos Iglesia hoy? Ésta pareciera ser la pregunta de fondo cuando miramos a
las temáticas de la autoridad, la participación
y el poder en la Iglesia. Me parece
importante que tomemos conciencia de que queremos abordar una cuestión
eclesiológica. La Iglesia no es el centro del mensaje cristiano, y, sin
embargo, la concepción que tengamos de ella, delata –en parte- nuestra propia
interpretación del mensaje cristiano.
Una cuestión eclesiológica, ¿cómo tratar esta cuestión?
¿Desde dónde partir? La pregunta por la autoridad,
la participación y el poder remite sin duda a la temática del gobierno de la Iglesia; y, actualmente,
a esta temática le acompaña la pregunta por la democracia. De repente parece que nos encontramos de lleno en el campo
social y político. Entonces, la cuestión eclesiológica ¿debe formularse desde
la Sociología y la Ciencia Política o desde la Teología?
Sin
duda, que la Sociología y la Ciencia Política nos brindarán herramientas de
observación y consideración, pero no pueden tener una palabra exclusiva sobre
la Iglesia, como tampoco, la Teología puede cerrarse al aporte de las ciencias
sociales y humanas actuales.
Sin
embargo, sin dejar de lado estas consideraciones, me parece que la pregunta por
la autoridad, la participación y el poder en
la Iglesia, es en el fondo, una pregunta teológica. La pregunta central –que no
podemos olvidar- es ¿qué es la Iglesia?
En mi opinión, aquí radica –en parte- la crisis eclesiológica. De acuerdo a la respuesta que demos a esta
interrogante, abordaremos las temáticas de autoridad,
participación y poder.
Y
me parece que todavía hay que dar un paso previo. Necesitamos clarificar ¿qué
entendemos por autoridad, participación y poder? Al mirar estas temáticas ¿tenemos una perspectiva teológica,
que implique el Evangelio, la Tradición viva de la Iglesia, el Magisterio y la
vida espiritual, o partimos exclusivamente desde una perspectiva política y
estructural?
Una propuesta desde el
pensamiento kentenijiano
No tenga ya tiempo para extenderme sobre las cuestiones
previamente mencionadas. Pero insisto, no las podemos olvidar en nuestra
reflexión.
Quisiera ahora proponerles, desde la espiritualidad y el
pensamiento de J. Kentenich, un principio, que yo llamaría eclesiológico, desde el cual se pueden desprender propuestas para
responder a las preguntas por la autoridad,
la participación y el poder en la Iglesia.
El mencionado principio se formula de la siguiente
manera:
“Vínculos (tan
sólo, pero también tantos) cuantos sean necesarios; libertad cuanto sea
posible; pero, cultivo del espíritu, siempre, en forma perfecta y asegurada.”[1]
Por vínculos,
en este caso, J. Kentenich entiende vínculos
jurídicos o institucionales[2].
Estos vínculos deben ser al interior de la Iglesia, por un lado, sólo los necesarios, y por otro lado, tantos cuantos sean necesarios. Frente a
los vínculos institucionales, se ubica, en tensión creadora de vida, la libertad, y ésta, cuanto sea posible. Se intuye así, que la vida en comunidad, la
vida eclesial, siempre va a tener este juego, esta tensión entre vínculos y libertad, entre autoridad y
libertad, entre autoridad y participación.
Empezamos
a tocar así el tema de la autoridad y
la participación en la Iglesia. Ya
desde una perspectiva antropológica y comunitaria se hace evidente la necesidad
de la autoridad y el rol de servicio
a la comunidad que ésta está llamada a cumplir. No me parece necesario
demostrar aquí, a partir de los Evangelios y de la Tradición viva, la
institución del ministerio apostólico en la Iglesia por Jesucristo y su
posterior decantación en los tres grados del sacramento del Orden, a cuyos dos
primeros grados, actualmente está unida la potestad
de gobierno en la Iglesia[3].
Tomo esto por conocido.
Sí
quisiera decir una palabra sobre el ejercicio de esta autoridad y el ejercicio de la participación
en la Iglesia a partir del “máximo cultivo del espíritu”.
En
mi opinión, tenemos que ver en la autoridad
ejercida en la Iglesia a través del sacerdocio ministerial un don del mismo Jesucristo. Comparto la
opinión del entonces cardenal Ratzinger cuando al referirse a la jerarquía dice: “yo cuestiono la
traducción, muy extendida, de que jerarquía signifique «poder sagrado». Estoy
convencido de que el vocablo significa «origen sagrado». Quiere decir que la
Iglesia no puede nacer de acuerdos propios, sino únicamente del Señor, del
sacramento. Visto así, obtenemos enseguida otra visión del sacerdocio. (…) El
sacerdocio es la vinculación de la Iglesia al Señor. Es la autosuperación de la
Iglesia, que no surge mediante asambleas, acuerdos, erudición o fuerza
organizativa, sino que se debe siempre a Cristo.”[4]
Ahora,
así entendida la autoridad, como don, es también una tarea, que no está exenta del peligro de degenerar en autoritarismo. Vuelvo al principio
eclesiológico que enuncié al inicio, la autoridad
debe tener los vínculos necesarios para ejercer su servicio, pero sólo los
necesarios, no más.
Y
frente a la autoridad se presenta la libertad de las personas y de las
comunidades. Una libertad, -y
quisiera vincular a esta libertad, es
decir, a la iniciativa, la temática
de la participación- que tampoco
puede degenerar en libertinaje. Pero,
¿cómo sucede esto? ¿Cómo encuentran su equilibrio autoridad y participación?
Ambas
encuentran su equilibrio, no en estructuras u organizaciones eficaces, sino en
el “máximo cultivo del espíritu”; es decir, en la vida cristiana vivida plenamente,
en el encuentro –personal y comunitario- con Jesucristo, en dejarse modelar y
conducir por el Espíritu que nos hace clamar ¡Abbá, Padre! (cf. Rm 8,15)
y que nos introduce en la fraternidad cristiana. Sin un máximo cultivo del
espíritu, sin una renovada vida cristiana, sin estar referidos a Jesucristo,
sin atrevernos a anhelar la santidad, todos nuestros esfuerzos por una Iglesia
comunión, serán vanos. Porque no podemos “crear” la comunión sólo por nosotros
mismos, sino en Cristo.
Si
autoridad y participación en la Iglesia están sostenidas por la generosidad de
los hombres y mujeres a la vida del Espíritu, entonces podremos sin temor
plantearnos la cuestión del poder,
porque entonces descubriremos que no es un fin en sí mismo, sino un servicio,
el de aquel que realmente se hace el último y el servidor de sus hermanos (cf. Mt 20,25-28).
Oscar
Iván Saldivar, Padres de Schoenstatt
[1] J.
KENTENICH, El secreto de la vitalidad de
Schoenstatt, 1º parte. Espíritu y forma (Editorial Nueva Patris S.A.,
Santiago, Chile 32012), 27.
[2] H. KING
(Ed.), José Kentenich: una presentación
de su pensamiento en textos, Tomo I. En libertad, ser plenamente hombres
(Editorial Patris S.A., Santiago, Chile 2003), 131.
[3] Cf. Código de Derecho Canónico, cánones 1008 y 1009 (con la modificación
establecida por el Motu proprio Omnium in
Mentem de Benedicto XVI).
[4] J.
RATZINGER – P. SEEWALD, Dios y el mundo:
creer y vivir en nuestra época (Sudamericana, Buenos Aires 12005),
366.
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