La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

miércoles, 10 de octubre de 2012

Autoridad, participación y poder en la Iglesia


Autoridad, participación y poder en la Iglesia

Encuentro de estudiantes de Teología
Pontificia Universidad Católica de Chile

Una cuestión eclesiológica

            Autoridad, participación y poder en la Iglesia… Confieso que me llama la atención el tema que nos convocan hoy. A 50 años de la apertura del concilio Vaticano II, como estudiantes de Teología hemos elegido reflexionar en torno a una cuestión eclesiológica. Queremos poner al centro de nuestra reflexión y de nuestro debate a la Iglesia. Queremos preguntarnos por la Iglesia… O más en concreto, pareciera, que quisiéramos preguntarnos por “la manera de ser Iglesia”.

            ¿Cómo somos Iglesia hoy? Ésta pareciera ser la pregunta de fondo cuando miramos a las temáticas de la autoridad,  la participación y el poder en la Iglesia. Me parece importante que tomemos conciencia de que queremos abordar una cuestión eclesiológica. La Iglesia no es el centro del mensaje cristiano, y, sin embargo, la concepción que tengamos de ella, delata –en parte- nuestra propia interpretación del mensaje cristiano.

            Una cuestión eclesiológica, ¿cómo tratar esta cuestión? ¿Desde dónde partir? La pregunta por la autoridad, la participación y el poder remite sin duda a la temática del gobierno de la Iglesia; y, actualmente, a esta temática le acompaña la pregunta por la democracia. De repente parece que nos encontramos de lleno en el campo social y político. Entonces, la cuestión eclesiológica ¿debe formularse desde la Sociología y la Ciencia Política o desde la Teología?

Sin duda, que la Sociología y la Ciencia Política nos brindarán herramientas de observación y consideración, pero no pueden tener una palabra exclusiva sobre la Iglesia, como tampoco, la Teología puede cerrarse al aporte de las ciencias sociales y humanas actuales.

Sin embargo, sin dejar de lado estas consideraciones, me parece que la pregunta por la autoridad, la participación y el poder en la Iglesia, es en el fondo, una pregunta teológica. La pregunta central –que no podemos olvidar- es ¿qué es la Iglesia? En mi opinión, aquí radica –en parte- la crisis eclesiológica.  De acuerdo a la respuesta que demos a esta interrogante, abordaremos las temáticas de autoridad, participación y poder.

Y me parece que todavía hay que dar un paso previo. Necesitamos clarificar ¿qué entendemos por autoridad, participación y poder? Al mirar estas temáticas ¿tenemos una perspectiva teológica, que implique el Evangelio, la Tradición viva de la Iglesia, el Magisterio y la vida espiritual, o partimos exclusivamente desde una perspectiva política y estructural?

Una propuesta desde el pensamiento kentenijiano

            No tenga ya tiempo para extenderme sobre las cuestiones previamente mencionadas. Pero insisto, no las podemos olvidar en nuestra reflexión.


            Quisiera ahora proponerles, desde la espiritualidad y el pensamiento de J. Kentenich, un principio, que yo llamaría eclesiológico, desde el cual se pueden desprender propuestas para responder a las preguntas por la autoridad, la participación y el poder en la Iglesia.

            El mencionado principio se formula de la siguiente manera:

            “Vínculos (tan sólo, pero también tantos) cuantos sean necesarios; libertad cuanto sea posible; pero, cultivo del espíritu, siempre, en forma perfecta y asegurada.”[1]

            Por vínculos, en este caso, J. Kentenich entiende vínculos jurídicos o institucionales[2]. Estos vínculos deben ser al interior de la Iglesia, por un lado, sólo los necesarios, y por otro lado, tantos cuantos sean necesarios. Frente a los vínculos institucionales, se ubica, en tensión creadora de vida, la libertad, y ésta, cuanto sea posible. Se intuye así, que la vida en comunidad, la vida eclesial, siempre va a tener este juego, esta tensión entre vínculos y libertad, entre autoridad y libertad, entre autoridad y participación.

Empezamos a tocar así el tema de la autoridad y la participación en la Iglesia. Ya desde una perspectiva antropológica y comunitaria se hace evidente la necesidad de la autoridad y el rol de servicio a la comunidad que ésta está llamada a cumplir. No me parece necesario demostrar aquí, a partir de los Evangelios y de la Tradición viva, la institución del ministerio apostólico en la Iglesia por Jesucristo y su posterior decantación en los tres grados del sacramento del Orden, a cuyos dos primeros grados, actualmente está unida la potestad de gobierno en la Iglesia[3]. Tomo esto por conocido.

Sí quisiera decir una palabra sobre el ejercicio de esta autoridad y el ejercicio de la participación en la Iglesia a partir del “máximo cultivo del espíritu”.

En mi opinión, tenemos que ver en la autoridad ejercida en la Iglesia a través del sacerdocio ministerial un don del mismo Jesucristo. Comparto la opinión del entonces cardenal Ratzinger cuando al referirse a la jerarquía dice: “yo cuestiono la traducción, muy extendida, de que jerarquía signifique «poder sagrado». Estoy convencido de que el vocablo significa «origen sagrado». Quiere decir que la Iglesia no puede nacer de acuerdos propios, sino únicamente del Señor, del sacramento. Visto así, obtenemos enseguida otra visión del sacerdocio. (…) El sacerdocio es la vinculación de la Iglesia al Señor. Es la autosuperación de la Iglesia, que no surge mediante asambleas, acuerdos, erudición o fuerza organizativa, sino que se debe siempre a Cristo.”[4]

Ahora, así entendida la autoridad, como don, es también una tarea, que no está exenta del peligro de degenerar en autoritarismo. Vuelvo al principio eclesiológico que enuncié al inicio, la autoridad debe tener los vínculos necesarios para ejercer su servicio, pero sólo los necesarios, no más.

Y frente a la autoridad se presenta la libertad de las personas y de las comunidades. Una libertad, -y quisiera vincular a esta libertad, es decir, a la iniciativa, la temática de la participación- que tampoco puede degenerar en libertinaje. Pero, ¿cómo sucede esto? ¿Cómo encuentran su equilibrio autoridad y participación?

Ambas encuentran su equilibrio, no en estructuras u organizaciones eficaces, sino en el “máximo cultivo del espíritu”; es decir, en la vida cristiana vivida plenamente, en el encuentro –personal y comunitario- con Jesucristo, en dejarse modelar y conducir por el Espíritu que nos hace clamar ¡Abbá, Padre! (cf. Rm 8,15) y que nos introduce en la fraternidad cristiana. Sin un máximo cultivo del espíritu, sin una renovada vida cristiana, sin estar referidos a Jesucristo, sin atrevernos a anhelar la santidad, todos nuestros esfuerzos por una Iglesia comunión, serán vanos. Porque no podemos “crear” la comunión sólo por nosotros mismos, sino en Cristo.

Si autoridad y participación en la Iglesia están sostenidas por la generosidad de los hombres y mujeres a la vida del Espíritu, entonces podremos sin temor plantearnos la cuestión del poder, porque entonces descubriremos que no es un fin en sí mismo, sino un servicio, el de aquel que realmente se hace el último y el servidor de sus hermanos (cf. Mt 20,25-28).

Oscar Iván Saldivar, Padres de Schoenstatt            


[1] J. KENTENICH, El secreto de la vitalidad de Schoenstatt, 1º parte. Espíritu y forma (Editorial Nueva Patris S.A., Santiago, Chile 32012), 27.
[2] H. KING (Ed.), José Kentenich: una presentación de su pensamiento en textos, Tomo I. En libertad, ser plenamente hombres (Editorial Patris S.A., Santiago, Chile 2003), 131.
[3] Cf. Código de Derecho Canónico, cánones 1008 y 1009 (con la modificación establecida por el Motu proprio Omnium in Mentem de Benedicto XVI).
[4] J. RATZINGER – P. SEEWALD, Dios y el mundo: creer y vivir en nuestra época (Sudamericana, Buenos Aires 12005), 366.

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