Ascensión del Señor
Permanente e íntima
cercanía de Jesús
Queridos hermanos y
hermanas:
Finalizando el tiempo
pascual la Iglesia nos invita a contemplar la “ascensión” del Señor, del
Resucitado, al Cielo.
¿Qué significa la
Ascensión del Señor? ¿Qué celebramos?
Domingo a domingo rezamos
en el Credo: “Creo en Jesucristo… …que
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.” Y
hoy en esta Eucaristía celebramos esta “ascensión”, este “subir a los cielos”
de Jesús Resucitado. Pero, ¿comprendemos lo que celebramos? ¿Dejamos que
nuestro corazón sea tocado por este misterio de la vida de Jesús?
Queridos amigos, como dice
Pablo en la Carta a los Efesios, se
trata de valorar la esperanza a la que hemos sido llamados (cf. Ef 1,18).
Y para valorar esta
esperanza –esto que esperamos- vale la pena que nos preguntemos: ¿a dónde
asciende Jesús Resucitado? Alguno podrá decirme: “la respuesta es obvia: ¡al
cielo!”… ¿Realmente es obvia la respuesta? ¿Qué decimos cuando decimos Cielo? ¿Se trata de un lugar alejado en
lo más alto del espacio celeste? ¿Se trata de un “lugar”, de un “espacio”? ¿Qué
quiere expresar nuestra Fe cuando dice: subió
a los cielos y está sentado a la derecha de Dios?
Queridos amigos, el Cielo no se trata de un lugar –un espacio
más dentro de nuestro mundo humano- sino de la plena comunión con Dios, con el Padre. El Resucitado, aquél que
pasó su vida haciendo el bien a los demás y se entregó por cada uno de nosotros,
entra en la plena comunión con el Padre. Ya lo había anunciado en el Evangelio según san Juan: “Yo voy al Padre” (Jn 14,12), es más “Yo estoy
en el Padre” (Jn 14,11).
¿Qué significa la
Ascensión del Señor para nosotros?
Precisamente, porque Jesús
está en el Padre, Él puede estar cercano a cada uno de nosotros, en todo tiempo
y lugar. Al entrar en la comunión plena con Dios participa de su omnipresencia.
Así, la Ascensión del Señor significa para
nosotros no la lejanía de Jesús, sino su
permanente e íntima cercanía.[1]
Por eso Él nos dice: “Yo estaré con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). El P. José Kentenich ha expresado esta íntima cercanía
de Jesús a nosotros en la Eucaristía dirigiéndole una hermosa oración en la
comunión: “Estás enteramente con tu ser
en el santuario de mi corazón, así como reinas en el cielo y habitas glorioso
junto al Padre” (Hacia el Padre
143).
La Ascensión nos señala también la meta de nuestro peregrinar: el Cielo, el corazón de Dios Padre.
Todos estamos llamados a llegar allí donde Jesús ha llegado.[2]
Así, nuestra vida no es un errar vagabundo, sino un peregrinar hacia el Padre,
hacia su corazón, donde todo lo nuestro, todo lo humano, tiene un lugar.
Sí, hoy nos alegramos y le
damos gracias a Dios, porque en la Ascensión
de su Hijo nuestra humanidad es elevada junto a Él.[3]
Y eso nos señala que todas las dimensiones de nuestra vida –personal, familiar,
laboral y comunitaria- y todas las dimensiones de nuestra personalidad –intelecto,
voluntad, sentimientos, afectos, cuerpo y sexualidad- tienen un lugar junto a
Dios. Sí, Jesús Resucitado lleva consigo nuestra humanidad a la plena comunión
con Dios, con el Padre. Nada hay de nuestra humanidad que no podamos compartir
con Dios nuestro Padre.
Queridos amigos, el Cielo es el corazón del Padre, el hogar
definitivo. Jesús habita ya allí y por eso puede habitar en nuestros corazones.
Y su constante cercanía anima nuestro peregrinar hacia el Padre.
Peregrinemos hoy, peregrinemos en la oración cada día al corazón del Padre y pongamos toda nuestra vida humana en su corazón. Que así sea. Amén.
[1] Cf.
J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jesrusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 326s.
[2] “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones…
…Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14,2.3).
[3]
Cf. Oración colecta de la Solemnidad de la Ascensión de Señor.
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