La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 5 de junio de 2014

Ascensión del Señor - Permanente e íntima cercanía de Jesús

Ascensión del Señor

Permanente e íntima cercanía de Jesús


Queridos hermanos y hermanas:

Finalizando el tiempo pascual la Iglesia nos invita a contemplar la “ascensión” del Señor, del Resucitado, al Cielo.

¿Qué significa la Ascensión del Señor? ¿Qué celebramos?

Domingo a domingo rezamos en el Credo: “Creo en Jesucristo… …que subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.” Y hoy en esta Eucaristía celebramos esta “ascensión”, este “subir a los cielos” de Jesús Resucitado. Pero, ¿comprendemos lo que celebramos? ¿Dejamos que nuestro corazón sea tocado por este misterio de la vida de Jesús?

Queridos amigos, como dice Pablo en la Carta a los Efesios, se trata de valorar la esperanza a la que hemos sido llamados (cf. Ef 1,18).

Y para valorar esta esperanza –esto que esperamos- vale la pena que nos preguntemos: ¿a dónde asciende Jesús Resucitado? Alguno podrá decirme: “la respuesta es obvia: ¡al cielo!”… ¿Realmente es obvia la respuesta? ¿Qué decimos cuando decimos Cielo? ¿Se trata de un lugar alejado en lo más alto del espacio celeste? ¿Se trata de un “lugar”, de un “espacio”? ¿Qué quiere expresar nuestra Fe cuando dice: subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios?

Queridos amigos, el Cielo no se trata de un lugar –un espacio más dentro de nuestro mundo humano- sino de la plena comunión con Dios, con el Padre. El Resucitado, aquél que pasó su vida haciendo el bien a los demás y se entregó por cada uno de nosotros, entra en la plena comunión con el Padre. Ya lo había anunciado en el Evangelio según san Juan: “Yo voy al Padre” (Jn 14,12), es más “Yo estoy en el Padre” (Jn 14,11). 

¿Qué significa la Ascensión del Señor para nosotros?

Precisamente, porque Jesús está en el Padre, Él puede estar cercano a cada uno de nosotros, en todo tiempo y lugar. Al entrar en la comunión plena con Dios participa de su omnipresencia.

Así, la Ascensión del Señor significa para nosotros no la lejanía de Jesús, sino su permanente e íntima cercanía.[1] Por eso Él nos dice: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). El P. José Kentenich ha expresado esta íntima cercanía de Jesús a nosotros en la Eucaristía dirigiéndole una hermosa oración en la comunión: “Estás enteramente con tu ser en el santuario de mi corazón, así como reinas en el cielo y habitas glorioso junto al Padre” (Hacia el Padre 143).

La Ascensión nos señala también la meta de nuestro peregrinar: el Cielo, el corazón de Dios Padre. Todos estamos llamados a llegar allí donde Jesús ha llegado.[2] Así, nuestra vida no es un errar vagabundo, sino un peregrinar hacia el Padre, hacia su corazón, donde todo lo nuestro, todo lo humano, tiene un lugar.

Sí, hoy nos alegramos y le damos gracias a Dios, porque en la Ascensión de su Hijo nuestra humanidad es elevada junto a Él.[3] Y eso nos señala que todas las dimensiones de nuestra vida –personal, familiar, laboral y comunitaria- y todas las dimensiones de nuestra personalidad –intelecto, voluntad, sentimientos, afectos, cuerpo y sexualidad- tienen un lugar junto a Dios. Sí, Jesús Resucitado lleva consigo nuestra humanidad a la plena comunión con Dios, con el Padre. Nada hay de nuestra humanidad que no podamos compartir con Dios nuestro Padre.

Queridos amigos, el Cielo es el corazón del Padre, el hogar definitivo. Jesús habita ya allí y por eso puede habitar en nuestros corazones. Y su constante cercanía anima nuestro peregrinar hacia el Padre.

Peregrinemos hoy, peregrinemos en la oración cada día al corazón del Padre y pongamos toda nuestra vida humana en su corazón. Que así sea. Amén.  


[1] Cf. J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jesrusalén hasta la Resurrección (Ediciones Encuentro, Madrid 2011), 326s.
[2] “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones… …Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14,2.3).
[3] Cf. Oración colecta de la Solemnidad de la Ascensión de Señor.

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