La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 20 de abril de 2014

La Alegría de la Resurrección - Meditación Pascual 2014

Vigilia Pascual 2014

La Alegría de la Resurrección

“Alégrese en el cielo el coro de los ángeles… Alégrese la tierra inundada de tanta luz… Alégrese la Iglesia…”.[1] Es la invitación llena de gozo con la cual hemos iniciado esta Vigilia Pascual, y es el saludo con el cual el Resucitado sale al encuentro de las mujeres que fueron a buscarlo al sepulcro: “Alégrense” (Mt 28,9).


Triduo Pascual: acción de Cristo y de su Iglesia

            En este Sagrado Triduo Pascual que hemos celebrado y vivido con intensidad de corazón, hemos comprendido de qué se trata el Misterio Pascual: lo que Jesús hizo y sigue haciendo por cada uno  de nosotros, amarnos hasta el fin (cf. Jn 13,1). Y en estos días santos nos hemos implicado en el actuar de Jesús: con Él nos arrodillamos para lavar con humildad y cuidado los pies de nuestros hermanos; con Él compartimos su Cuerpo y su Sangre; con Él nos postramos en tierra acompañándolo en su muerte, en su entrega de amor. ¡Cuánto nos dolió verlo crucificado! ¡Cuánto nos duele la cruz de nuestro pecado! ¡Cuán frágil lo vimos en el descendimiento de la cruz!

Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro (Mt 28,1)

            Y como las mujeres del evangelio, “pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana” hemos venido a visitar el sepulcro (cf. Mt 28,1). Sí, luego de la cruz del pecado y de la oscuridad del aislamiento y la soledad que es la muerte buscamos a Jesús… En estos días creo que muchos pudimos experimentar cuán pesada y dolorosa es la cruz del pecado; cuán pesada y dolorosa es la cruz de la “tristeza individualista”[2]; y así, pudimos tomar conciencia de la soledad y la oscuridad de la muerte a la que nos conduce el pecado.

            Sí, buscamos a Jesús, ¡pero Él no está en el sepulcro! ¡Él no está en la oscuridad de la muerte y en el temor! Él, que ha “resucitado de entre los muertos brilla sereno para el género humano”[3], como el Cirio Pascual que hemos consagrado hoy.

De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense» (Mt 28,9)

            Queridos hermanos, hemos iniciado esta Vigilia Pascual en medio de la oscuridad de la muerte, pero Jesús Resucitado sale a nuestro encuentro como Luz que disipa las tinieblas del pecado y del dolor. Su presencia ilumina nuestra vida y nos trae así la alegría de su resurrección. A cada uno y a todos, en esta noche santa Él nos dice: “¡Alégrense!”.

           
     Sí, su presencia trae una alegría luminosa y serena a nuestra vida. Se trata de la Alegría del Evangelio que “llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.”[4]

            ¡Alégrense! Ésa es la luz que recibimos en esta noche santa. La resurrección de Jesús es ya el inicio, la primicia, de nuestra propia resurrección. El poder de amor y alegría que es su resurrección significa que la oscuridad del pecado y el dolor no tienen la última palabra. Su resurrección “nos permite levantar la cabeza y volver a empezar” siempre de nuevo.[5] No importa lo oscuro de nuestro pecado y nuestra tristeza, Jesús ha resucitado y nos regala su luz y su alegría. “No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase.”[6]

            Queridos hermanos, la luz de la alegría que recibimos hoy debemos compartirla sin  temor para que así se acreciente en nuestros corazones. Cuanto más compartimos la alegría de la resurrección, más luminoso se vuelve nuestro corazón, más luminoso se vuelve nuestro rostro y más luminosa se vuelve nuestra vida toda.

            A María, nuestra Madre, que recibió “el alegre consuelo de la resurrección”, le pedimos que la alegría de la resurrección ilumine todas las dimensiones de nuestra vida y llegue allí donde más necesitamos de misericordia. Unidos a toda la Iglesia le decimos:

            “Madre del Evangelio viviente,
            manantial de alegría para los pequeños,
            ruega por nosotros. Amén. Aleluya.”[7]

¡Alégrense! ¡Feliz Pascua de Resurrección!
P. Oscar Iván Saldivar F., I.Sch.



[1] Pregón Pascual
[2] PAPA FRANSICO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2.
[3] Pregón Pascual
[4] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1.
[5] Ídem, 3.
[6] Ibídem
[7] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 288.

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