La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

sábado, 14 de octubre de 2017

Elegir el amor para ser elegidos por el Amor

Elegir el amor para ser elegidos por el Amor

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más, en la Liturgia de la Palabra de hoy[1] nos encontramos ante una parábola de Jesús. “Las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús. (…) En las parábolas (…) sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, cómo vivía y enseñaba. Pero al mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos: debemos preguntarle una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas (cf. Mc 4,10).”[2]

Sí, también nosotros debemos preguntarle al Señor: “¿Qué nos quieres decir con esta parábola? ¿Qué significa esta palabra tuya para nosotros? ¿Hacia dónde quieres guiarnos?”

Para poder percibir en nuestro corazón la respuesta de Jesús debemos volver a escuchar en nuestro interior la Palabra de Dios, contemplar lo que ella nos propone.

Mi banquete está preparado…Vengan a las bodas

            Al contemplar los textos que hemos escuchado hoy, tomamos conciencia de que la imagen que domina la Liturgia de la Palabra de hoy es la imagen del “banquete”. Tanto la primera lectura –tomada del profeta Isaías- como el Evangelio giran en torno a esta imagen. Incluso el salmo dice: “Tú preparas ante mí una mesa… mi copa rebosa” (Sal 22, 5).

            El profeta Isaías nos ofrece una imagen atrayente de este banquete:

            “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados.” (Is 25,6).

            Les invito a cerrar los ojos, y permitir que nuestra imaginación nos vaya mostrando lo que el profeta nos anuncia. En primer lugar, resuena la generosa oferta de Dios: “El Señor ofrecerá a todos los pueblos un banquete de manjares suculentos”. El mismo Dios prepara ante nosotros una mesa hermosa, la podemos imaginar cubierta con delicados manteles, y sobre ella manjares suculentos, alimentos atractivos a la vista, al olfato y al paladar. ¡Quién no se alegraría ante la vista de tan hermosa mesa!

            “Manjares suculentos, vinos añejados”. Todos estos deliciosos alimentos están regados con finos vinos añejados, cuyo aroma y sabor alegran el corazón.

            Y en el Evangelio se nos vuelve a insistir: “«Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas»” (Mt 22,4).

            La imagen del banquete, presente a lo largo de las Sagradas Escrituras, simboliza la alegría festiva de la comunión con Dios, la alegría de compartir la mesa con Dios y con los hombres. Se trata de una imagen del Reino de los Cielos en su cumplimiento escatológico. Se nos invita a un banquete, a una fiesta gozosa donde todos compartirán los alimentos preparados por el mismo Dios.

            Pero este anuncio profético no sólo anuncia una realidad por venir, sino que anuncia también una realidad presente ya en nuestras vidas. Dios, en Cristo Jesús, nos invita ya ahora a participar de este hermoso banquete. Se trata de la alegría de la vida en comunión con los demás, se trata de la celebración eucarística que vivimos cada domingo. En cada Eucaristía, es Jesús quien prepara ante nosotros su mesa, y el manjar suculento que nos ofrece es su propio Cuerpo, y el vino decantado su propia sangre. ¡Nos alimenta con su propio ser! ¡Qué hermoso lo que nos ofrece el Señor!

Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación

            Sí, el banquete que el Señor ofrece es la vida en comunión con todos los hombres y mujeres, la vida que nos transforma en hermanos. El banquete que el Señor ofrece es su Eucaristía.

            Sí, es un ofrecimiento, un don, un regalo. Pero todo ofrecimiento es un llamado a nuestra libertad y todo llamado espera una respuesta. Es lo que dramáticamente se nos describe en el Evangelio:

            “Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir.” (Mt 22, 3).

            “«Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.” (Mt 22,4-6).

            El amor de Cristo Jesús es siempre un regalo, es siempre un don, y, “por su naturaleza, el don supera el mérito, su norma es sobreabundar”.[3] Sin embargo, es don que se nos hace y exige de nosotros una respuesta. Si se nos ha de regalar algo, debemos aceptarlo, recibirlo.

            ¿Cómo recibir un don tan sobreabundante? No se trata de merecerlo, sino de acogerlo. Y acogerlo significa no solamente decir “sí”, significa elegir libremente y con responsabilidad aceptar la invitación de Jesús.

            Todos los días Jesús nos invita a su banquete, todos los días Jesús nos invita a dejar de lado el egoísmo y el pecado, y alimentar nuestra alma con la generosidad y el amor. Y si todos los días Jesús nos invita a compartir su vida festiva, todos los días debemos responderle. Porque el amor es elegir cada día de nuevo al que amo.

            A veces queremos justificar nuestros egoísmos y pecados, queremos convencernos a nosotros mismos de que nuestros defectos y malos hábitos son más fuertes que nuestra voluntad. Nos entregamos al fatalismo del pecado: “yo soy así, y no puedo cambiar”. Y al hacerlo renunciamos a nuestra libertad.

            Es cierto que experimentamos la fuerza del pecado en nuestras vidas –a veces hasta la padecemos-, pero siempre queda en nosotros la libertad del arrepentimiento y del volver a empezar, siempre queda en nosotros la libertad de luchar por el bien, la verdad, la belleza y el amor. Siempre de nuevo podemos tomarnos de la mano de Jesús y experimentar lo que San Pablo dice: “Yo lo puedo todo en Aquél que me conforta.” (Flp 4,13).  

Muchos son llamados, pero pocos son elegidos

            La libertad humana implica responsabilidad, la responsabilidad sobre nuestras decisiones, sobre lo que hacemos o evitamos. Y esta libertad humana está llamada a convertirse en la libertad de los hijos de Dios (cf. Ga 5,1). No nos excusemos más en las circunstancias que nos rodean, en nuestros estados de ánimo o en los demás. Asumamos nuestra responsabilidad, asumamos nuestra libertad y entonces, con ayuda de la gracia de Cristo, volveremos a ser conscientes de que podemos –y queremos- elegir el bien.

            Sí, “muchos son llamados, pero pocos son elegidos” (Mt 22,14). Todos y cada uno de nosotros ha sido llamado, invitado al banquete del amor de Jesús, y para ser elegidos, lo único que debemos hacer es confiar y volver a elegir el amor, volver a elegir a Jesús. Si elegimos el amor, el Amor nos elegirá a nosotros. Amén.



[1] 12 de octubre de 2014, DOMINGO 28° DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO, CICLO A.
[2] J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración (Editorial Planeta Chilena S.A., Santiago de Chile 2007), 223.
[3] BENEDICTO XVI, Caritas in veritate 34.

No hay comentarios:

Publicar un comentario