Domingo de Ramos 2015 –
Ciclo B
Jesús y los suyos se aproximan a Jerusalén
“Cuando
Jesús y los suyos se aproximaban a Jerusalén…” (Mc 11,1). Esta sencilla frase al inicio
del evangelio que se ha proclamado para conmemorar la entrada del Señor en
Jerusalén (Mc 11,1-10) señala el
sentido profundo de lo que hoy realizamos y celebramos.
La conversión es camino,
es peregrinación
Jesús y los suyos –sus discípulos- se aproximan a
Jerusalén; es decir, van llegando a Jerusalén luego de haberse puesto en camino. Llegar a un lugar, llegar a
una meta, implica ponerse en camino, implica caminar.
También nosotros hemos hecho un camino para llegar a
estos días santos. Desde aquél Miércoles
de Ceniza en que escuchamos la exhortación: “Conviértete y cree en el Evangelio” (cf. Mc 1,15), nos pusimos en camino con Jesús.
Sí, la conversión hacia el Señor es un camino, y un
camino que exige dar pasos todos los días. A veces son pasos pequeños: como por
ejemplo pequeños propósitos con los cuales buscamos educarnos a nosotros mismos
para asemejarnos a Jesús. Otras veces son grandes pasos de conversión: una
confesión sanadora; un perdón que regalamos y nos libera; o una decisión que
marca nuestra vida y la orienta hacia Cristo.
Es cierto que en nuestro camino de conversión a veces
retrocedemos e incluso caemos y perdemos de vista las huellas de Jesús. Sin
embargo, el amor de Jesús “nos permite levantar la cabeza y volver a empezar”
siempre de nuevo.[1]
A cada uno de nosotros se dirige la consoladora invitación: “¡Ánimo, levántate! Él te llama” (Mc 11,49).
Caminamos con Jesús no solamente durante estos días
santos. Toda nuestra vida cristiana es un caminar con y detrás de Jesús, un
caminar con sus discípulos, un caminar con la “Iglesia en salida”.[2]
“¡Hosanna! ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!” (Mc 11,9)
Y caminar con Jesús y sus discípulos no sólo es un camino
de conversión, sino también de esperanza y de profunda alegría; porque el
caminar por la senda de la conversión aviva en nuestros corazones la esperanza
y hace nacer la alegría. Así lo expresan los que siguen a Jesús en su entrada a
Jerusalén aclamando con alegría y esperanza: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” (Mc 11,9).
Los que se han puesto en camino detrás de Jesús son los
que como Él se “anonadaron”, se despojaron de sí mismos (cf. Flp 2,7), se despojaron de todo aquello
que no les permitía caminar como Él y
con Él y sus discípulos.
Cuando nos despojamos de todo aquello que no nos permite caminar; cuando nos despojamos de nuestras propias seguridades y recelos; de nuestro poder y prestigio; de nuestro egoísmo e indiferencia, y de nuestros pecados; entonces surge también en nosotros desde el corazón el grito: ¡Hosanna! Entonces nos unimos a los creyentes de todos los tiempos y lugares que imploran a Jesús: ¡Hosanna!
En su origen, la expresión “Hosanna”, era una expresión de súplica,
algo así como « ¡ayúdanos!», « ¡danos la
salvación!».[3]
Y como “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”[4],
la petición de ayuda, de salvación, se transforma en grito de esperanza y
alegría, en certeza de que el Señor nos ayudará en nuestro caminar. Al caminar
con Él nos despojamos de nuestros
temores y tristezas, y recibimos de Él su misericordia, su compañía y su
alegría. ¡Hosanna!
Y cuando recibimos esa misericordia somos transformados
en sus discípulos y con ello recibimos “una
lengua de discípulo, para saber
reconfortar al fatigado con una palabra de aliento” (Is 50,4). Ser discípulo es caminar con Jesús y con los demás
confortándonos unos a otros.
La meta de la conversión
es el amor
¿Pero cuál es la meta de este camino de Jesús y sus
discípulos? ¿Cuál es la meta de nuestro peregrinar cristiano? “La última meta de
esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, (…) es la subida
hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn
13,1).”[5]
Todo nuestro caminar cristiano, nuestro ser discípulos y peregrinos, está
orientado hacia esa entrega. Ésta es nuestra meta: entregarnos con Él y como Él por amor.
“Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo”[6], en medio de nuestro día a día.
Que
María, nuestra Madre y Educadora, nos enseñe a caminar con Jesús y como Jesús, y
que en estos días santos nos dejemos conducir por Él hacia la Jerusalén
definitiva –hacia el Santuario definitivo- participando existencialmente de su
muerte y resurrección. Amén.
[1]
PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, 3.
[2]
Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, 20-24.
[3]
Cf. J. RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 17.
[4]
PAPA FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii
Gaudium, 1.
[5] J.
RATZINGER/BENEDICTO XVI, Jesús de
Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección (Ediciones
Encuentro, Madrid 2011), 12.
[6] Ibídem, 21s.