La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

jueves, 19 de marzo de 2015

San José, sacramental del Padre

San José, sacramental del Padre

“Seré un padre para él, y él será para mí un hijo” (2 S 7,14)


El texto que la Liturgia de la Palabra propone como primera lectura de hoy (2 S 7, 4-5a. 12-14a. 16) refiere a una profecía que en un primer momento se aplica a David y a un descendiente directo suyo, Salomón. Sin embargo, desde los primeros siglos los cristianos han aplicado esta profecía, y otras, a Jesús mismo, aquél en quien se cumplen todas las promesas y profecías del Antiguo Testamento.

            Y si nos fijamos atentamente en el texto bíblico tomaremos conciencia de lo que nos dice también a nosotros hoy. Dios será Padre para el Mesías –descendiente de David-. Y lo será realmente. Pero esta promesa de paternidad, Dios la llevará a cabo a través de san José.

            ¡Cuánta importancia otorga Dios a sus criaturas, a la creación! ¡Cuánta importancia a las causas segundas! La causa primera de toda la realidad es Dios mismo, pero Él hace participar sus atributos, sus capacidades y su misión a sus criaturas, que devienen así en causas segundas.

            Dios transfiere a san José parte de su paternidad, lo hace participar de su paternidad, y en este caso concreto paternidad para su Hijo. ¡Cuánta responsabilidad! ¡Cuánta confianza!

            Sí, “Dios nos hace sentir su belleza, su bondad, su misericordia a través de las criaturas.”[1] Y lo mismo ha hecho con su propio Hijo, con Jesús. Le ha hecho sentir su paternidad, su belleza, su bondad y su misericordia a través de san José.

            El Hijo de Dios, aquél cuya misión es mostrar el rostro del Padre, en su infancia y adolescencia aprende a decir “papá”, “abbá” (cf. Mc 14,36) mirando a José, viviendo con él, experimentando de él toda la riqueza de la paternidad. Aprende sensiblemente –no sólo intelectualmente- lo que es ser hijo para un padre en su relación con José.

            Al contemplar la figura de san José debemos volver a tomar conciencia del rol de un padre para sus hijos, para su familia. Se trata de la presencia firme y al mismo tiempo serena, es aquél que asegura el sustento tanto material como espiritual; aquél que es fundamento de la personalidad de sus hijos; aquél que es autoridad certera y misericordiosa.

“Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)

            El evangelio de hoy (Lc 2, 41-51a), aunque con palabras muy parcas, nos muestra a José como verdadero padre de Jesús en la tierra: es aquél que con su ejemplo instruye a su hijo en la fe de Israel, en la fe de su pueblo. Si Jesús entiende que debe “ocuparse de los asuntos de su Padre” (cf. Lc 2,49) es porque en primer lugar ha visto durante años a sus padres –María y José- ocuparse de los asuntos del Padre: “los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua” (Lc 2,41).

            José es aquél que con prontitud sale a buscar a su hijo. Sí, cada vez que un hijo se pierde un padre lo busca (cf. Lc 2, 43-45), lo espera anhelante y lo recibe con alegría (cf. Lc 15, 20b. 22-24).


            Y José es capaz de traspasar el amor filial de su hijo al Padre. Recibe ese amor con sinceridad en su corazón y lo conduce hacia Dios, hacia el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra (cf. Ef 3,14-15). Realmente san José es un sacramental del Padre Dios.

San José y nosotros

            En este día en que contemplamos la figura de san José vale la pena entonces que cada uno de nosotros vuelva a tomar conciencia de que Dios nos ha regalado algo de su paternidad, bondad y misericordia para irradiar. Cada uno de nosotros puede conducir hacia el Padre. Vale la pena que tomemos conciencia especialmente hoy de la gran misión, responsabilidad y confianza que Dios ha puesto en cada padre y madre de familia, en cada persona que de alguna manera ejerce paternidad para otros.

            En este día podemos también implorar de san José la gracia de su paternidad, y así, asumir su misión como aliados de María, cada uno de nosotros es como san José: cuidemos que las personas que custodiamos se acerquen a María, para que en cada uno Ella dé a luz a Cristo, el hombre nuevo. Amén.  



[1] H. ALESSANDRI, El Padre Kentenich. Principales etapas de su vida desde el punto de vista de su paternidad (1976), 13.

No hay comentarios:

Publicar un comentario