¿Quiénes
pertenecen a Cristo?
Domingo 26° del Tiempo Ordinario –
Ciclo B
Queridos
hermanos y hermanas:
El evangelio de este domingo (Mc 9, 38-43. 45. 47-48) nos muestra
nuevamente a Jesús corrigiendo a sus discípulos, y en ellos a nosotros. Jesús
nos invita a ampliar nuestra mirada y ensanchar nuestro corazón.
No
es de los nuestros
Ante la actitud elitista y desconfiada
de sus discípulos: «Maestro, hemos visto
a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no
es de los nuestros» (Mc 9,38),
Jesús responde con apertura y confianza: «No
se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar
mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,39-40).
También nosotros corremos el riesgo
de caer en la tentación de hacer de la Iglesia “una posesión de pocos”[1]
y de adueñarnos del Evangelio de Jesús.
Esta tentación brota, por un lado,
de nuestro afán de posesión y diferenciación. Muchas veces pretendemos
encontrar nuestra identidad distinguiéndonos y alejándonos de los demás.
Entramos así en una dinámica de “nosotros y los otros”. Los que piensan distinto,
obran distinto y hablan distinto no son de los nuestros, no pertenecen al “nosotros”.
Así, al alejarnos de los otros pretendemos afirmarnos a nosotros mismos negando
o relegando a los demás.
Por otro lado, la tentación de “privatizar”
el Evangelio y supervisar la acción del Espíritu Santo,[2]
también tiene su origen en la desconfianza ante los demás y en una falta de
sana humildad. No en vano reza el salmista: «Presérvame
(…) del orgullo, para que no me domine: Entonces seré irreprochable y me veré
libre de ese gran pecado» (Salmo
18,14).
Afán de posesión, elitismo,
desconfianza y orgullo, son actitudes mundanas y no evangélicas. Actitudes que
empequeñecen nuestro corazón, nos encierran en nosotros mismos y no nos permiten reconocer la acción
del Espíritu de Jesús, el cual, como «el
viento sopla donde quiere» (Jn
3,8a) y actúa superando nuestras estructuras y esquemas.
El
que no está contra nosotros, está con nosotros
A lo largo de su Evangelio, Jesús
nos invita a superar desconfianzas, prejuicios y cerrazones para hacernos
prójimos los unos de los otros (cf. Lc 10
29-37), y así descubrir que «el que no
está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,40).
En el fondo, se trata de aprender de
Jesús la “mística del vivir juntos”[3],
aprender a vivir “una fraternidad mística,
contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe
descubrir a Dios en cada ser humano”.[4]
Al mirar al otro con ojos de hermano
nos descubrimos semejantes y prójimos; descubrimos que llevamos en el corazón
los mismos anhelos y necesidades de amor, comprensión y perdón, la misma sed de
justicia y paz. Y como Iglesia esto nos permite descubrir que muchas de las
luchas cívicas y sociales actuales están en profunda consonancia con la
dignidad humana que el Evangelio de Jesús reconoce a todo hombre y mujer.
“La presencia de Dios acompaña las
búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y
sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad,
la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe
ser fabricada sino descubierta, develada.”[5]
Es el gran desafío que nos propone
hoy Jesús: mirar a los demás con una mirada contemplativa capaz de descubrir al
otro como hermano y así aprender a percibir la presencia y acción del Espíritu
en los anhelos de los demás y en las luchas por una sociedad más justa y
honesta.
Cuando vivimos esta “fraternidad
mística” entonces descubrimos lo que significa pertenecer a Cristo: “cristiano
no es el adepto a un partido confesional, sino el que, mediante su ser
cristiano, se hace realmente hombre”[6];
y nos hacemos realmente hombres, realmente humanos, reconociéndonos como
hermanos, como semejantes, como prójimos.
Que María, Madre de la Iglesia en
salida, nos ayude a reconocer a todos los hombres y mujeres como hermanos
nuestros, para que el agua del Espíritu (cf. Mc 9,41), presente en sus vidas y anhelos, nos
sostenga en nuestro peregrinar común hacia el Reino de Dios. Amén.