La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 27 de septiembre de 2015

¿Quiénes pertenecen a Cristo?

¿Quiénes pertenecen a Cristo?

Domingo 26° del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio de este domingo (Mc 9, 38-43. 45. 47-48) nos muestra nuevamente a Jesús corrigiendo a sus discípulos, y en ellos a nosotros. Jesús nos invita a ampliar nuestra mirada y ensanchar nuestro corazón.

No es de los nuestros

            Ante la actitud elitista y desconfiada de sus discípulos: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros» (Mc 9,38), Jesús responde con apertura y confianza: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,39-40).

            También nosotros corremos el riesgo de caer en la tentación de hacer de la Iglesia “una posesión de pocos”[1] y de adueñarnos del Evangelio de Jesús.

            Esta tentación brota, por un lado, de nuestro afán de posesión y diferenciación. Muchas veces pretendemos encontrar nuestra identidad distinguiéndonos y alejándonos de los demás. Entramos así en una dinámica de “nosotros y los otros”. Los que piensan distinto, obran distinto y hablan distinto no son de los nuestros, no pertenecen al “nosotros”. Así, al alejarnos de los otros pretendemos afirmarnos a nosotros mismos negando o relegando a los demás.

            Por otro lado, la tentación de “privatizar” el Evangelio y supervisar la acción del Espíritu Santo,[2] también tiene su origen en la desconfianza ante los demás y en una falta de sana humildad. No en vano reza el salmista: «Presérvame (…) del orgullo, para que no me domine: Entonces seré irreprochable y me veré libre de ese gran pecado» (Salmo 18,14).

            Afán de posesión, elitismo, desconfianza y orgullo, son actitudes mundanas y no evangélicas. Actitudes que empequeñecen nuestro corazón, nos encierran en nosotros  mismos y no nos permiten reconocer la acción del Espíritu de Jesús, el cual, como «el viento sopla donde quiere» (Jn 3,8a) y actúa superando nuestras estructuras y esquemas.

El que no está contra nosotros, está con nosotros

            A lo largo de su Evangelio, Jesús nos invita a superar desconfianzas, prejuicios y cerrazones para hacernos prójimos los unos de los otros (cf. Lc 10 29-37), y así descubrir que «el que no está contra nosotros, está con nosotros» (Mc 9,40).

            En el fondo, se trata de aprender de Jesús la “mística del vivir juntos”[3], aprender a vivir “una fraternidad mística, contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano”.[4]

            Al mirar al otro con ojos de hermano nos descubrimos semejantes y prójimos; descubrimos que llevamos en el corazón los mismos anhelos y necesidades de amor, comprensión y perdón, la misma sed de justicia y paz. Y como Iglesia esto nos permite descubrir que muchas de las luchas cívicas y sociales actuales están en profunda consonancia con la dignidad humana que el Evangelio de Jesús reconoce a todo hombre y mujer.

            “La presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada.”[5]

            Es el gran desafío que nos propone hoy Jesús: mirar a los demás con una mirada contemplativa capaz de descubrir al otro como hermano y así aprender a percibir la presencia y acción del Espíritu en los anhelos de los demás y en las luchas por una sociedad más justa y honesta.

            Cuando vivimos esta “fraternidad mística” entonces descubrimos lo que significa pertenecer a Cristo: “cristiano no es el adepto a un partido confesional, sino el que, mediante su ser cristiano, se hace realmente hombre”[6]; y nos hacemos realmente hombres, realmente humanos, reconociéndonos como hermanos, como semejantes, como prójimos.

            Que María, Madre de la Iglesia en salida, nos ayude a reconocer a todos los hombres y mujeres como hermanos nuestros, para que el agua del Espíritu (cf. Mc 9,41), presente en sus vidas y anhelos, nos sostenga en nuestro peregrinar común hacia el Reino de Dios. Amén.  
             



[1] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 95.
[2] Cf. PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 112.
[3] Ídem, 87.
[4] Ídem, 92.
[5] Ídem, 71.
[6] J. RATZINGER, Introducción al Cristianismo (Ediciones Sígueme, Salamanca 1971), 234.

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