La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 10 de enero de 2016

Bautismo del Señor - 2016: Bautismo: don y misericordia

Bautismo del Señor - 2016

Bautismo: don y misericordia


Queridos hermanos y hermanas:

            Con la fiesta del Bautismo del Señor concluye el tiempo litúrgico de la Navidad. En su sabiduría, la Liturgia de nuestra fe nos propone que desde la Noche Buena hasta el domingo del Bautismo del Señor nos dediquemos a contemplar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

            Y realmente, en medio de nuestros quehaceres cotidianos, en medio de nuestras ocupaciones y preocupaciones, necesitamos darnos el espacio y el tiempo para contemplar con atención y detenimiento al Hijo de Dios hecho hombre. Solo así tomaremos conciencia de que «la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado» (Tit 2,11).

Un niño tierno

            ¿Y cómo se manifestado esta «gracia de Dios»? Como un pequeño, frágil y tierno niño. La gracia de Dios, la gracia que nos salva, se ha manifestado como niño; como niño recostado en un pesebre: Jesús, nacido en Belén.

           
       Pienso que nos hace muy bien detenernos ante el pesebre y observar al Niño. Nos hace bien dejar que ese Niño nos mire con ternura. Nos hace bien dejar que ese Niño despierte en nuestros corazones ternura y misericordia.

         El Hijo de Dios ha querido manifestarse como un niño tierno y frágil para que no tengamos miedo de acercarnos a Él. Jesús se nos muestra tierno y frágil para que nos acerquemos a Él confiadamente.

            «¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo!», dice Dios a través del profeta Isaías (Is 40,1). Y es Jesús, tierno y frágil, quien nos consuela. Ante el Niño de mirada tierna y manos abiertas podemos depositar nuestras preocupaciones, nuestras angustias, nuestras dudas, nuestros cansancios e incluso nuestros pecados. ¡Cuánto nos consuela y sana un gesto de ternura!

            Cada vez que miramos el pesebre, cada vez que miramos al Niño Jesús, debemos recordar que creemos en un Dios tierno y misericordioso.

Bautismo del Señor

            Sí, el tiempo de Navidad es tiempo de ternura y de misericordia. Y con razón este tiempo de Navidad concluye con la fiesta del Bautismo del Señor.

            El Niño tierno y frágil, crece «en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Lc 2,52); y con el bautismo de Juan se manifiesta como el “hijo amado del Padre” (cf. Lc 3,22) y el Cristo, el lleno del Espíritu Santo, el “ungido con el óleo de la alegría para evangelizar a los pobres.”[1]

            En el misterio de su bautismo Jesús –aquel niño tierno de Belén- se nos manifiesta como el Cristo misericordioso de Galilea: el enviado de Dios que consuela a su pueblo (cf. Is 40,1), y anuncia la Buena Noticia del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1,15), el pastor que toma en sus brazos a los corderos y cuida de las madres que han dado a luz (cf. Is 40,11).

Nuestro propio bautismo

            También nosotros hemos sido bautizados en Cristo. También sobre nosotros ha pronunciado el Padre estas palabras: «Tú eres mi hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección» (Lc 3,22).

           
        Cada uno de nosotros el día de su bautismo ha recibido la ternura y la misericordia del Padre. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo, el “óleo de la alegría”.

            Y si hemos recibido ternura y misericordia es para regalar ternura y misericordia. A lo largo de este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a vivir nuestro bautismo como don y misión de misericordia.

            Sí, a lo largo de este Año de la Misericordia nos hará bien tomar conciencia de la gran misericordia que Dios nos ha hecho con el bautismo: ¡nos ha hecho sus hijos amados! ¡Si he recibido el bautismo, significa que soy amado! ¡Somos amados! ¡Somos hijos!

            Pero para vivir el don del bautismo debemos vivir también la misión del bautismo: ser misericordiosos, «misericordiosos como el Padre» (cf. Lc 6,36).

            En este Año Santo se nos propone vivir nuestra misión de misericordia muy concretamente a través de las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos y enterrar a los muertos.[2]

            También vivimos la misericordia cuando: damos consejo al que lo necesita, enseñamos al que no sabe, corregimos con sinceridad al que se equivoca, consolamos al triste, perdonamos las ofensas, soportamos con paciencia a las personas que nos son molestas y cuando en oración rogamos a Dios por los vivos y los difuntos.[3]

            El don de la misericordia que hemos recibido, se hace posesión permanente en nuestros corazones en la medida en que la entregamos a los demás. En el evangelio según san Mateo se nos dice: «Felices los misericordiosos, porque obtendrá misericordia» (Mt 5,7); parafraseando esta bienaventuranza, nosotros podríamos decir: “Felices los que recibieron misericordia porque podrán ser misericordiosos”.

            Y en la medida en que somos misericordiosos encontraremos el sentido de nuestra vida y nos iremos asemejando al pequeño niño de Belén, al hombre misericordioso de Galilea: Jesús nuestro salvador.

            A María, Madre de la ternura y de la misericordia, le pedimos que nos asemeje interiormente a aquel que al encarnarse en su seno se hizo semejante a nosotros en nuestra humanidad. Amén.



[1] Misal Romano, El Bautismo del Señor, Prefacio.
[2] Obras de misericordia corporales.
[3] Obras de misericordia espirituales.

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