Epifanía del Señor – 2016
Descubrir la estrella
Queridos hermanos y
hermanas:
En el primer domingo de enero celebramos la Solemnidad de la Epifanía del Señor. En
nuestro país esta solemnidad litúrgica se ha arraigado profundamente en
nuestros corazones y en nuestra cultura como “el día de los reyes magos”; ¡cuántos
niños preparan pasto y agua para los camellos de los reyes magos, con la
esperanza de recibir un regalo! Incluso hay comunidades cristianas que veneran a uno de estos
reyes magos como santo: San Baltazar.
Pero ¿qué significa la Epifanía del Señor? Epifanía
significa manifestación; y por lo tanto, la Epifanía del Señor es la
manifestación del Señor. Al contemplar el pesebre y ver allí la representación
de los tres magos de Oriente, tomamos conciencia de que el pequeño Niño nacido
en Belén de Judea es no solo «pastor del
pueblo de Israel» (cf. Mt 2,6),
sino que es también la salvación para todos los pueblos: «luz para iluminar a las naciones paganas y gloria del pueblo de Israel»
(cf. Lc 2,32).
Sí, hoy se manifiesta esa salvación para todos en el Niño
que la estrella señala.
«Unos magos de Oriente»
Hemos escuchado el texto tomado del capítulo segundo del Evangelio según san Mateo (Mt 2, 1-12). Solo aquí se contiene el
relato de la visita de los magos de Oriente al niño Jesús.
Vale la pena que nos preguntemos ¿quiénes eran estos “magos”
de Oriente? El evangelio que hemos escuchado no menciona que estos hombres
hayan sido reyes, sino que el evangelio se refiere a ellos como «magos venidos de Oriente» (Mt 2,1).
Así, los magos de Oriente han llegado a convertirse en
reyes magos, y han entrado también al pesebre los camellos que portan los dones
que estos soberanos de tierras lejanas traen al verdadero Rey.[1]
En el fondo, los “reyes magos” representan también la universalidad de la
salvación en Cristo; por eso en la antigüedad cristiana cada uno de estos reyes
magos representaba a cada uno de los continentes conocidos en ese entonces: África,
Asia y Europa.[2]
Pero probablemente estos magos de Oriente eran “sabios”,
astrónomos, hombres que se dedicaban a observar los cielos para estudiar el
curso de los planetas y de las estrellas. Y en ese sentido estos tres sabios de
Oriente representan también a las distintas religiones del mundo y a la ciencia
humana; las cuales, en último término, encuentran su verdad definitiva en
Cristo Jesús.[3]
Pero sobre todo los magos de Oriente representan al
hombre que está constantemente en búsqueda, al hombre que constantemente está
en camino, en búsqueda de algo, pero sobre todo de “Alguien”. El hombre y la
mujer que están despiertos, que están atentos y vigilantes. Y por eso es que
los magos dicen: «vimos su estrella en
Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mt
2,2).
«Vimos su estrella en
Oriente»
La estrella que los magos han visto en Oriente y que les
ha guiado hasta Belén de Judea es un signo. Pero no basta solamente un signo
para ponerse en camino. Hay muchas estrellas en el firmamento. ¿Por qué estos
tres hombres se pusieron en camino al ver esta estrella en particular?
Porque no solamente han visto la estrella, sino que han
reflexionado y orado sobre el signo que han visto. Han interpretado este signo
y han entendido que debían ponerse en camino.
Y en nuestro tiempo presente hay muchos signos, hay
muchas estrellas por decirlo de alguna manera; por eso no basta con ver estas
estrellas; sino que estos signos, estas estrellas que vemos en nuestra realidad
cotidiana tenemos que llevarlas a la reflexión y la oración personal. Y ahí
descubrir ¿cuál es el signo que Dios nos quiere reglar?
Por eso, para ser hombres y mujeres de fe, hombres y
mujeres que buscan en la realidad la presencia de Dios, lo primero que tenemos
que hacer es observar la realidad.
Muchas veces vivimos anestesiados, vivimos distraídos y adormecidos. Las cosas
suceden en medio de nosotros y no nos damos cuenta. Las cosas suceden en medio
de nuestras familias, en medio de nuestra comunidad, en medio de nuestro país,
y a veces, nosotros nos mostramos
distraídos, indolentes e indiferentes.
Por eso, el primer paso para descubrir el signo de Dios
es observar la realidad. Y observar
la realidad, observar nuestra vida tal cual es, y no como nos imaginamos que
tendría que ser. Sino nuestra vida así como es. El segundo paso, siguiendo el
camino que han hecho los magos de Oriente, es meditar esta realidad, meditar en el corazón esos signos que hay en
mi vida cotidiana. Llevar esa realidad concreta y cotidiana a mi oración.
Preguntarme ¿qué es lo que me está diciendo Dios? ¿Qué es lo que Él me quiere
decir a través de estos signos, a través de esta estrella que se aparece en mi
horizonte?
En tercer lugar, el hombre y la mujer de fe se ponen en camino hacia lo que Dios le propone.
No basta solamente con descubrir qué es lo que Dios quiere para cada uno de
nosotros y para nuestra comunidad, sino que tenemos que ponernos en camino,
tomar decisiones concretas y encaminarnos, así como los magos se encaminaron
primero a Jerusalén y luego a Belén.
Finalmente entregar
con generosidad y alegría el corazón allí donde Dios lo pide. Así
encontramos a Cristo. Cuando el Señor nos marca algo en nuestro camino de vida
y nosotros nos animamos a seguir ese camino de vida y entregamos todo nuestro
corazón en aquello que hacemos, entonces allí también encontramos a Cristo
Jesús. Entonces también allí estamos adorando al Señor. En último término
adorar a Dios significa cumplir la voluntad de Dios; adorar significa tratar de
vivir en nuestras vidas aquello que creemos Dios nos pide.
Descubrir la estrella
Dios siempre pone una estrella delante de nosotros, una
estrella que quiere señalarnos el camino. Y para eso tenemos que observar nuestra realidad. Por ejemplo, observar la realidad de nuestro
país. En las inundaciones que sufren varios de nuestros compatriotas y
hermanos, en esas personas, hay también una estrella que Dios nos pone para
encaminarnos hacia Él.
Orar con la Sagrada
Escritura es también una manera de descubrir dónde está esa estrella que
Dios pone en nuestro camino para guiarnos. Y finalmente escuchar la voz de Dios en nuestro corazón. Tres caminos para poder
descubrir esa estrella que Dios pone en nuestra vida.
Para todo ello, necesitamos también del silencio y de la
soledad que es fecunda. Esa soledad que nos permite tomar conciencia de nuestra
vida y así escuchar a ese Dios que nos habla al corazón y quiere mostrarnos una
estrella para guiar nuestra vida.
Por eso esta hermosa solemnidad
de la manifestación del Señor debe ser un motivo de alegría para nosotros.
Porque así como Él se manifestó a estos magos de Oriente, el Señor sigue
manifestándose hoy a nosotros, sigue mostrándonos estrellas en el camino de
nuestra vida para guiarnos hacia Él y hacia la felicidad y plenitud de vida.
Por eso nosotros queremos ser hombres y mujeres que
buscan, como los magos de Oriente. No queremos ser distraídos ni indiferentes o
conformistas. Aquel que vive constantemente distraído no va a poder encontrar
la estrella del Señor que marca su vida. Aquel que es indiferente a las
necesidades de los demás no va a encontrar la estrella que nos lleva al
encuentro con Cristo Jesús. Y aquel que se ha resignado y ya no lucha por
mejorar, ya no lucha por la santidad, tampoco va a ser capaz de ver la estrella
de Cristo Jesús.
A María, nuestra madre, que es la estrella que guía nuestro caminar, le pedimos que nos lleve hacia «el sol que nace de los alto» (Lc 1,78), Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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