La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

lunes, 22 de octubre de 2018

«Cuando estés en tu gloria»


Domingo 29° durante el año – Ciclo B

Mc 10, 35 – 45

«Cuando estés en tu gloria»

Queridos hermanos y hermanas:

            El evangelio de hoy (Mc 10, 35-45) inicia con un interesante diálogo entre Jesús, por un lado, y los discípulos Santiago y Juan, por el otro lado.

            En este breve pero intenso diálogo inicial vemos cómo se contraponen las expectativas humanas y el ideal de vida que nos propone Jesús. Meditemos el texto evangélico para recibir su mensaje y así aplicarlo a nuestra propia vida.

«Cuando estés en tu gloria»

            Con mucha transparencia y espontaneidad, Santiago y Juan se acercan a Jesús y le dicen: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir» (Mc 10, 35). ¿Y qué es lo que piden? «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria» (Mc 10, 37).

            Si tratamos de imaginar la escena, seguramente nos sorprenderemos ante las palabras de los discípulos. ¿A qué aspiran Santiago y Juan? ¿Qué es lo que están pidiendo a su Maestro?

            Santiago y Juan aspiran al poder y al prestigio. Se trata de las expectativas tan humanas –y al mismo tiempo tan mundanas- que anidan en el corazón de los discípulos y en los corazones de tantos hombres y mujeres. ¿De dónde nacen estas expectativas tan humanas?

            Por un lado, como ya lo señalé, nacen del mismo corazón humano. Si somos sinceros y miramos en  nuestro interior, sin duda descubriremos también en nosotros expectativas similares. Muchas veces, de nuestra vida de fe y de nuestro seguimiento a Jesucristo, esperamos recibir alguna ventaja: una bendición que imploramos; la ayuda en una situación personal, familiar o económica; o simplemente esperamos que el Señor nos haga mejores personas perfeccionando tal o cual cualidad de nuestra personalidad.

            Por otro lado, las expectativas de los discípulos nacen también de una imagen o idea de un “mesianismo triunfalista”. Sabemos que en la Palestina del siglo I abundaban las ideas y expectativas mesiánicas de distinto tipo. Muchos esperaban un Mesías con poder político y militar que estableciera finalmente el Reinado de Dios en la tierra, restableciendo un reino de Israel independiente del poder imperial romano.

            Por todas estas razones los discípulos se atreven a decirle a su Maestro: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria» (Mc 10, 37).

            Incluso, si los discípulos imaginaban una gloria escatológica – es decir, una gloria que se manifiesta al final del curso del tiempo-, su pedido seguía estando motivado por un deseo de participar del poder y del prestigio del Mesías. 

«¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?»

            Una primera pregunta que surge del pedido de los discípulos a Jesús es: ¿en qué consiste la “gloria” de Jesús?

            Tanto por los evangelios sinópticos como por el Evangelio según San Juan, sabemos que la gloria de Jesús no consiste en la gloria de los reyes o gobernantes de este mundo. Ante Pilato, el mismo Jesús dirá: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí» (Jn 18, 36).

            Por lo tanto, la verdadera gloria de Jesús, y su auténtica glorificación, se manifiestan en la Cruz (Cf. Jn 17, 1-5). Muy lejos de los conceptos y expectativas mundanos de gloria triunfalista. Por esta razón Jesús responde al pedido de sus discípulos con las siguientes palabras: «No saben lo que piden» (Mc 10, 38).

            Sin embargo, Jesús sabe descubrir lo positivo que hay en las expectativas e ideas muy humanas de sus discípulos. Jesús tomará estas expectativas e invitará a los suyos a purificar sus motivaciones para seguirlo.

            Ese es el sentido del siguiente diálogo: «¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré? Podemos, le respondieron.» (Mc 10, 38-39).

            El «podemos» de los discípulos es todavía un “sí” muy impulsivo y emocional. Probablemente todavía requiere de maduración y crecimiento. Pero el anhelo de seguimiento de Jesús está presente. Y eso es lo importante para el Señor.

«El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes»

            Y por lo tanto, para purificar las motivaciones de sus discípulos –y nuestras propias motivaciones- Jesús presenta un ideal de vida al cual aspirar: «El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;  y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.» (Mc 10, 43-44).

            Sí, frente a la expectativa de poder y prestigio, Jesús presenta el ideal del servicio y la entrega. Y lo hace no solamente con palabras, sino con su propia vida: «Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,45).

           
Ecce Ancilla Domini.
Dante Gabriel Rossetti, 1850.
Óleo sobre tela. Tate Britain, Londres, Reino Unido.
Wikimedia Commons. 
Por lo tanto, también nosotros estamos invitados a sincerarnos con nosotros mismos y ante Jesús, necesitamos ser conscientes de nuestras expectativas. Las expectativas con las cuales nos acercamos al Señor y lo seguimos. Una vez que somos conscientes de esas expectativas –nuestros anhelos y frustraciones-, debemos asumirlas. Reconocerlas y asumirlas como propias. Para luego confrontar esas expectativas con los ideales que nos propone Jesús.

            Hacer conscientes nuestras expectativas; asumirlas; confrontarlas con los ideales que nos propone Jesús, y luego, decidirnos libre y generosamente por los ideales y valores que Jesús nos propone.

            Porque cristiano no es aquél que sabe mucho sobre la vida de Jesús y habla mucho sobre Él; sino que, cristiano es aquél que día a día se decide por los ideales y valores de Jesús; aquél que día a día trata de actuar como Jesús lo haría en las distintas situaciones de su vida.

            Por eso, a María, Ancilla Domini – Servidora del Señor, le pedimos que nos ayude a conocernos a nosotros mismos, para con Ella, poder educarnos a nosotros mismos como auténticos discípulos de su hijo Jesucristo, de modo que lleguemos a la verdadera grandeza, la verdadera gloria: ser auténticos y alegres servidores de todos (cf. Mc 10, 43-44). Amén.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario