La vida es camino

Creo que una buena imagen para comprender la vida es la del camino. Sí, la vida es un camino. Y vivir se trata de aprender a andar ese camino único y original que es la vida de cada uno.
Y si la vida es un camino -un camino lleno de paradojas- nuestra tarea de vida es simplemente aprender a caminar, aprender a vivir. Y como todo aprender, el vivir es también un proceso de vida.
Se trata entonces de aprender a caminar, aprender a dar nuestros propios pasos, a veces pequeños, otras veces más grandes. Se trata de aprender a caminar con otros, a veces aprender a esperarlos en el camino y otras veces dejarnos ayudar en el camino. Se trata de volver a levantarnos una y otra vez cuando nos caemos. Se trata de descubrir que este camino es una peregrinación con Jesucristo hacia el hogar, hacia el Padre.
Y la buena noticia es que si podemos aprender a caminar, entonces también podemos aprender a vivir, podemos aprender a amar... Podemos aprender a caminar con otros...
De eso se trata este espacio, de las paradojas del camino de la vida, del anhelo de aprender a caminar, aprender a vivir, aprender a amar. Caminemos juntos!

domingo, 26 de mayo de 2019

«El que me ama será fiel a mi palabra»


Domingo 6° de Pascua – Ciclo C

Jn 14, 23 – 29

«El que me ama será fiel a mi palabra»

Queridos hermanos y hermanas:

            Una vez más Jesús nos habla del amor; nos habla de lo que implica amarlo a Él y de lo que este amor realiza en nosotros.

            Pareciera ser que Jesús es consciente del desafío de hablar del amor. Entendemos cosas y realidades tan diversas al escuchar o pronunciar la palabra amor. “El término «amor» se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.”[1]

            Sin embargo, para el cristiano, para el discípulo de Jesús, lo que es el amor y cómo vivirlo está siempre determinado por la palabra y la vida de Jesucristo, aquél «que habiendo amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13, 1); aquél que dijo a sus amigos: «Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15, 12 – 13).

«El que me ama será fiel a mi palabra»
            Por lo tanto, cuando Jesús dice: «el que me ama será fiel a mi palabra», le está dando un objeto y una orientación muy concretos al amor del discípulo, al amor del cristiano.

           
Prólogo del Evangelio según san Juan.
Lengua latina.
Novum Testamentum Graece et Latine,
D. Eberhard Nestle. 15° Edición.
Stuttgart, 1951.
El objeto de este amor es la palabra de Jesús y por lo tanto el Evangelio se vuelve la orientación decisiva del amor cristiano. De allí que el amor a Jesús se manifieste como fidelidad a su palabra.

            Es decir, amar a Jesús significa amar su palabra. Y como nadie ama lo que no conoce, para amar auténticamente la palabra de Jesús debemos conocerla, acogerla y vivirla.

            ¿Cuánto conocemos, acogemos y vivimos el Evangelio? ¿Cuánto tiempo dedicamos a la lectura orante de la Palabra? ¿Cuánto permitimos que esa Palabra habite en nuestro interior y nos oriente?

            Amar es conocer; amar es acoger en nuestro interior; amar es vivir lo conocido; amar es ser fiel como «Jesucristo, el Testigo fiel» (Apoc 1,5) de Dios.

«El Espíritu Santo les enseñará y les recordará»

            El Señor, que nos conoce y nos ama personalmente, sabe que amar como  Él no amó es una experiencia que no podremos realizar sólo con nuestras propias fuerzas y capacidades. Por eso Él nos promete un Paráclito, «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre –dice el Señor-, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho» (Jn 14, 26).

            Sí, junto con el don de sus palabras, Jesús nos promete el don del Espíritu Santo. Es este Espíritu el que, a medida vayamos leyendo y acogiendo el Evangelio de Jesús, nos enseñará todo lo necesario y nos recordará la palabra justa en el momento oportuno.

            Hay una relación entre Evangelio y Espíritu. Por eso la lectura orante de los evangelios nunca es mero ejercicio intelectual o actividad informativa; se trata, sobre todo, de una feliz experiencia del Espíritu. Porque si aprendemos a buscar en medio de las palabras del Evangelio al que es la Palabra hecha carne (Jn 1, 14), entonces experimentaremos la acción del Espíritu que es Maestro de amor y Memoria de amor.

            Maestro de amor porque nos enseñará, en el contacto con los evangelios, a amar a Jesús y como Jesús. Memoria de amor porque en las distintas situaciones de nuestra vida nos hará presente la vida y la palabra de Jesús.

«Iremos a él y habitaremos en él»

            Así, conociendo vitalmente la palabra de Jesús, y acogiéndola para vivirla por la acción del Espíritu Santo en nosotros, experimentaremos lo que obra el amor de Cristo en nosotros: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él» (Jn 14, 23).

            El auténtico amor a Cristo –expresado en el conocimiento amoroso y la vivencia del Evangelio- obra en nosotros el don de la inhabitación de Dios en nuestra alma. “Quien ama al Señor Jesús y observa su palabra experimenta ya en este mundo la misteriosa presencia de Dios uno y trino.”[2]

            Y no puede ser de otra manera ya que irradiamos lo que amamos, irradiamos lo que llevamos en el corazón. Y si llevamos el Evangelio en el corazón, el mismo Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 16) pondrá su morada en nuestro interior y nos concederá la auténtica paz, aquella que no procede del mundo (cf. Jn 14, 27) sino de ese amor más grande que es capaz de dar la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13).

            A María, Mater Verbi – Madre del Verbo, que supo acoger en sus entrañas a la Palabra del Padre y permanecer fiel al sí que pronunció, le pedimos que nos eduque para conocer y vivir el Evangelio de su hijo y que implore para nosotros “la prometida irrupción del Espíritu Santo”[3] que nos enseñará y recordará las palabras de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.




[1] BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, 2.
[2] BENEDICTO XVI, Homilía, VI Domingo de Pascua, 13 de mayo de 2007 [en línea]. [fecha de consulta: 26 de mayo de 2019]. Disponible en: <https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070513_conference-brazil.html>
[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 353.
_________________________

Audio de esta homilía disponible en: <https://drive.google.com/open?id=117qq8hhFNpxI2mP9FCHd2k1BK2KG8Abd>

domingo, 12 de mayo de 2019

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»


Domingo 4° de Pascua – Ciclo C

Jn 10, 27 – 30

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»

Queridos hermanos y hermanas:

            Durante el Tiempo Pascual la Liturgia de nuestra fe nos invita a contemplar a Jesús resucitado, y hoy, queremos contemplarlo especialmente  como buen Pastor resucitado.

            El evangelio de este día (Jn 10, 27 – 30) nos dice que Jesús ofrece a sus ovejas la Vida eterna. Así mismo, nos señala lo que significa en profundidad ser pastor y lo que implica en verdad  ser oveja y miembro vivo del pueblo del Señor.

«Yo las conozco»

            ¿Cuáles son las notas características del pastor según las palabras de Jesús?

            En primer lugar el pastor conoce a sus ovejas (cf. Jn 10, 27). Este conocer no es solamente un conocer intelectual o un mero poseer datos e información. Para la Sagrada Escritura el conocer es siempre un conocer en el amor.

            Por lo tanto, Jesús Pastor conoce a los suyos porque los ama. De hecho sólo se conoce plenamente aquello que se ama. Por eso este conocimiento que brota del amor se manifiesta como amor personal. Sólo quien conoce personalmente puede amar personalmente a los que le fueron confiados.

            «Yo las conozco» significa, las conozco personalmente, las amo personalmente, las educo y guío de manera única y personal a cada una. Y sobre todo significa: “creo en el camino e historia de cada una”.

«Yo les doy Vida eterna»

            En segundo lugar el Pastor resucitado otorga a sus ovejas el don de la Vida eterna. Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿en qué consiste la Vida eterna?

            El mismo Jesús, en otro pasaje del Evangelio según san Juan nos responde: “«Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[1]

            Si la Vida eterna es relación con Dios y con su Enviado, comprendemos cómo el conocimiento que brota del amor nos introduce ya ahora –en el tiempo presente- a la Vida eterna, la Vida plena. Entrar en una relación de conocimiento y amor personal con Jesús es entrar en la Vida eterna. Ser conocidos por el Pastor nos abre la posibilidad de recibir el don de la Vida eterna, pues ser conocidos es por Jesús es ser amados, y ser amados es ser redimidos.

           
El Buen Pastor.
Philippe de Champaigne (1602 - 1674).
Óleo sobre tela.
Musée des Ursulines, M
âcon, Francia.
Wikimedia Commons.
Finalmente, Jesús es Pastor –el buen Pastor resucitado- porque ha recibido una misión, un ministerio: «Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre» (Jn 10, 29).

            Nadie se hace pastor a sí mismo, nadie se constituye como pastor para un rebaño por voluntad propia. Se trata siempre de una misión recibida, de una misión que es confiada a una persona por el Pastor Eterno. Y así como el Padre llama a pastorear, de la misma manera, Él garantiza que aquellos que han sido puestos en manos de Jesús permanezcan en su amor.  

«Somos su pueblo y ovejas de su rebaño»

            Y si Jesús es el Pastor resucitado que nos conoce y ama personalmente; que nos concede la Vida eterna y a quien el Padre nos ha confiado; nosotros «somos su pueblo y ovejas de su rebaño» como dice la antífona del Salmo responsorial de hoy (Sal 99, 1b-3. 5).

            Es cierto que la imagen de la oveja o el rebaño es hoy compleja e incluso resistida en ciertos ambientes eclesiales. La imagen pertenece originalmente a la tradición veterotestamentaria y a la vida rural de Israel.

            Sin embargo el texto del evangelio nos muestra con claridad la dignidad y las características auténticas del pueblo del Señor, de la oveja que activamente se deja guiar por el Pastor: «Mis ovejas escuchan mi voz… y ellas me siguen» (Jn 10, 27). Escucha y seguimiento; escucha y obediencia. En eso consiste el ser Pueblo de Dios, oveja del rebaño del Señor, discípulo del Maestro resucitado.

            La fe es escucha y seguimiento; la fe es escucha y obediencia. Y como la escucha y la obediencia tienen su fundamento en el amor, la fe es amor personal. Por eso la fe vive de escuchar y seguir la palabra del Amado. Así, “el conocimiento asociado a la palabra es siempre personal: reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia.”[2]

            Comprendemos entonces el profundo vínculo que une al Pastor y a sus ovejas: el vínculo del amor. Y además vamos intuyendo que si queremos llegar a recibir el encargo de pastores del rebaño del Señor, primero debemos –con humildad y confianza- aprender a ser ovejas del Señor. Si queremos guiar a otros hacia Jesús, tenemos que dejarnos guiar por Jesús.


            En el domingo del Buen Pastor nos encomendamos a María, Virgo oboediens – Virgen obediente, para que nos eduque en la escucha de la Palabra de Dios y nos enseñe a percibir la voz del Cordero-Pastor que nos «conducirá hacia los manantiales de agua viva» (Apoc 7, 17). Amén.




[1] BENEDICTO XVI, Spe Salvi, 27.
[2] PAPA FRANCISCO, Lumen Fidei, 29.