Domingo 4° de Pascua –
Ciclo C
Jn
10, 27 – 30
«Somos su pueblo y ovejas
de su rebaño»
Queridos hermanos y
hermanas:
Durante el Tiempo
Pascual la Liturgia de nuestra fe
nos invita a contemplar a Jesús resucitado, y hoy, queremos contemplarlo especialmente
como buen Pastor resucitado.
El evangelio de este día (Jn 10, 27 – 30) nos dice que Jesús ofrece a sus ovejas la Vida
eterna. Así mismo, nos señala lo que significa en profundidad ser pastor y lo
que implica en verdad ser oveja y miembro
vivo del pueblo del Señor.
«Yo las conozco»
¿Cuáles son las notas características del pastor según
las palabras de Jesús?
En primer lugar el pastor conoce a sus ovejas (cf. Jn 10, 27). Este conocer no es solamente
un conocer intelectual o un mero poseer datos e información. Para la Sagrada Escritura el conocer es siempre
un conocer en el amor.
Por lo tanto, Jesús Pastor conoce a los suyos porque los
ama. De hecho sólo se conoce plenamente aquello que se ama. Por eso este
conocimiento que brota del amor se manifiesta como amor personal. Sólo quien
conoce personalmente puede amar personalmente a los que le fueron confiados.
«Yo las conozco»
significa, las conozco personalmente, las amo personalmente, las educo y guío
de manera única y personal a cada una. Y sobre todo significa: “creo en el
camino e historia de cada una”.
«Yo les doy Vida eterna»
En segundo lugar el Pastor resucitado otorga a sus ovejas
el don de la Vida eterna. Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿en qué
consiste la Vida eterna?
El mismo Jesús, en otro pasaje del Evangelio según san Juan nos responde: “«Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y
a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,
3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni
tampoco sólo por sí mismo: es una relación.”[1]
Si la Vida eterna es relación con Dios y con su Enviado,
comprendemos cómo el conocimiento que brota del amor nos introduce ya ahora –en
el tiempo presente- a la Vida eterna, la Vida plena. Entrar en una relación de
conocimiento y amor personal con Jesús es entrar en la Vida eterna. Ser
conocidos por el Pastor nos abre la posibilidad de recibir el don de la Vida
eterna, pues ser conocidos es por Jesús es ser amados, y ser amados es ser
redimidos.
El Buen Pastor. Philippe de Champaigne (1602 - 1674). Óleo sobre tela. Musée des Ursulines, Mâcon, Francia. Wikimedia Commons. |
Nadie se hace pastor a sí mismo, nadie se constituye como
pastor para un rebaño por voluntad propia. Se trata siempre de una misión
recibida, de una misión que es confiada a una persona por el Pastor Eterno. Y
así como el Padre llama a pastorear, de la misma manera, Él garantiza que
aquellos que han sido puestos en manos de Jesús permanezcan en su amor.
«Somos su pueblo y ovejas
de su rebaño»
Y si Jesús es el Pastor resucitado que nos conoce y ama
personalmente; que nos concede la Vida eterna y a quien el Padre nos ha
confiado; nosotros «somos su pueblo y
ovejas de su rebaño» como dice la antífona del Salmo responsorial de hoy (Sal
99, 1b-3. 5).
Es cierto que la imagen de la oveja o el rebaño es hoy
compleja e incluso resistida en ciertos ambientes eclesiales. La imagen
pertenece originalmente a la tradición veterotestamentaria y a la vida rural de
Israel.
Sin embargo el texto del evangelio nos muestra con
claridad la dignidad y las características auténticas del pueblo del Señor, de
la oveja que activamente se deja guiar por el Pastor: «Mis ovejas escuchan mi voz… y ellas me siguen» (Jn 10, 27). Escucha y seguimiento;
escucha y obediencia. En eso consiste el ser Pueblo de Dios, oveja del rebaño
del Señor, discípulo del Maestro resucitado.
La fe es escucha y seguimiento; la fe es escucha y
obediencia. Y como la escucha y la obediencia tienen su fundamento en el amor,
la fe es amor personal. Por eso la fe vive de escuchar y seguir la palabra del
Amado. Así, “el conocimiento asociado a la palabra es siempre personal:
reconoce la voz, la acoge en libertad y la sigue en obediencia.”[2]
Comprendemos entonces el profundo vínculo que une al
Pastor y a sus ovejas: el vínculo del amor. Y además vamos intuyendo que si
queremos llegar a recibir el encargo de pastores del rebaño del Señor, primero
debemos –con humildad y confianza- aprender a ser ovejas del Señor. Si queremos
guiar a otros hacia Jesús, tenemos que dejarnos guiar por Jesús.
En el domingo del
Buen Pastor nos encomendamos a María, Virgo
oboediens – Virgen obediente, para que nos eduque en la escucha de la
Palabra de Dios y nos enseñe a percibir la voz del Cordero-Pastor que nos «conducirá hacia los manantiales de agua
viva» (Apoc 7, 17). Amén.
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