Domingo 3° de Adviento –
Ciclo A – 2019
Mt
11, 2 – 11
«Vayan a contar a Juan lo
que ustedes oyen y ven»
Queridos hermanos y
hermanas:
En esta víspera de la
octava de las festividades de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, celebramos
ya el Domingo 3° de Adviento, el Domingo Gaudete o del Gozo de la espera. Por lo tanto, es una ocasión propicia para meditar
en torno a la alegría y la esperanza cristianas.
Así, como María, Tupãsy
Caacupé, queremos meditar a partir de la Palabra de Dios y renovar nuestro corazón
en la alegría que proviene del Señor. En esta celebración queremos, con Ella, escuchar
en nuestros corazones el saludo del ángel: «¡Alégrate!
El Señor está contigo.» (cf. Lc 1,
28).
«Alégrense siempre en el
Señor»
La antífona de entrada para esta Misa dice: «Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a
insistir, alégrense, pues el Señor está cerca.» Tomada de la Carta a los Filipenses (cf. Flp 4, 4.5), esta exhortación paulina
nos invita a cultivar siempre la alegría en el Señor, y sobre todo en este
tiempo de Adviento en que «el Señor está cerca».
Alegrarse, vivir en alegría es una decisión. Y los cristianos
tenemos una razón muy concreta para decidirnos por la alegría todos los días: «el Señor está cerca». Se trata de
nuestra fe y de nuestra esperanza.
A veces olvidamos la certeza de esta fe y de esta
esperanza. A veces olvidamos la certeza del amor personal e incondicional de
Jesús, y nos dejamos llevar por la preocupación, la angustia y la tristeza. A
veces ponemos nuestra alegría no en las manos de Jesús y su amor, sino en las
manos de los demás: en su opinión, en sus acciones para con nosotros o en sus
estados de ánimo.
A
veces, nuestra alegría la hacemos depender de circunstancias externas a
nosotros que no podemos controlar o dirigir. Esperamos las condiciones ideales
o perfectas para ser felices y así estar alegres. Y como nunca se cumplen del todo
esas condiciones, dejamos que la insatisfacción y el mal humor nos ganen.
Es cierto, como dice el Papa Francisco, que “hay personas
que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir,
pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a
despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores
angustias.”[1]
Pues la alegría cristiana “se adapta y se transforma, y siempre permanece al
menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente
amado, más allá de todo.”[2]
«Fortalezcan los brazos
débiles…»
Por eso, los profetas de Dios, aún en medio de grandes
dificultades, anunciaron llenos de fe el gozo de la esperanza. Así lo hemos
escuchado en la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías:
«¡Regocíjense el
desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca como
el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! (…) Ellos verán la
gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios.» (Is 35, 1).
No se niega la situación de desierto, de tierra reseca,
pero se llama con fuerza y seguridad a la alegría, pues veremos «la gloria del Señor». Y la esperanza de
esa visión hace florecer la realidad, transforma el desierto en jardín.
Lo mismo ocurre con nuestro corazón, con nuestra vida. Las preocupaciones y
dificultades resecan nuestro corazón y la angustia transforma nuestro interior
en un desierto vacío. Sin embargo, por medio de su palabra, el Señor nos llama
a la alegría y nos recuerda la razón de nuestra alegría y esperanza: veremos
–por medio de los ojos de la fe- la gloria del Señor en nuestras vidas.
Junto con este anuncio profético, se nos entrega también
una tarea profética: «Fortalezcan los
brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están
desalentados: “¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! (…) Él mismo viene a
salvarlos”.» (Is 35, 3 – 4).
Sí, escuchar con fe la Palabra de Dios que nos anuncia
esperanza y alegría, significa acogerla en nuestros corazones y en nuestras
vidas, y dejar que ella nos transforme, también a nosotros, en anunciadores de
esperanza y alegría. La palabra profética acogida y meditada auténticamente nos
transforma en profetas de esperanza para nuestros hermanos.
Dar esperanza a nuestros hermanos –y por ello dar razón de
alegría- significa darnos esperanza mutuamente, acompañarnos y acogernos los
unos a los otros, escucharnos mutuamente, aconsejarnos y contenernos. Como dice
san Pablo: «Bendito sea Dios, el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo,
que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos
dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios.» (2 Co 1, 3 – 4).
«Vayan a contar a Juan lo
que ustedes oyen y ven»
Por esta razón, Jesús invita a los enviados de Juan el
Bautista a dar testimonio de lo que oyen y ven:
«“Vayan a contar a Juan
lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos
son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada
a los pobres.”» (Mt 11, 4 – 5).
Para anunciar la esperanza y la alegría cristianas, los discípulos
de Juan deben aprender a discernir las obras que Jesús realiza. También nosotros
debemos hacerlo. Se trata de “ver señales e interpretarlas debidamente. Concebir
las obras que hace Jesús como obras del Mesías. Es el camino de la fe, que arranca
de los resultados visibles y conduce al conocimiento de Jesús.”[3]
Ante la imagen de la Virgen de los Milagros de Caacupé. Basílica Santuario de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé. Caacupé, Cordillera, Paraguay. 2019. |
Entonces la presencia y acción del Señor en nuestras vidas
se transformará en nuestra fuente de esperanza y de alegría; entonces podremos animar
y consolar a los que nos rodean; entonces podremos vivir lo que nos pide la Palabra
de Dios: «Alégrense siempre en el Señor (…),
pues el Señor está cerca».
A la Santísima Virgen María, Tupãsy Caacupé, Madre de la esperanza
y de la alegría, le pedimos que nos enseñe a descubrir la presencia y acción
salvadora de su Hijo en nuestras vidas; y que así, dando testimonio de lo que vemos
y oímos en el Evangelio y en nuestra experiencia,
nos transformemos en profetas de esperanza y alegría para nuestra patria. Que así
sea. Amén.
P. Oscar Iván Saldívar,
I.Sch.P.
Rector del Santuario de Tupãrenda,
Itauguá - Paraguay
[1]
PAPA FRANCISCO, Evangelii Gaudium, 6.
[2]
Ibídem
[3] W.
TRILLING, El Evangelio según San Mateo. Tomo
Primero (Editorial Herder, Barcelona 1980), 245.
No hay comentarios:
Publicar un comentario