Domingo 4° de Adviento – Ciclo A - 2022
Mt 1, 18 – 24
«No temas recibir a María»
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos
hoy el Domingo 4° del tiempo de Adviento.
¡Cada vez estamos más cercanos a la Noche
Buena y a la Navidad!
Domingo
a domingo hemos peregrinado durante el Adviento
hacia el Señor que viene a nuestro encuentro. Y lo hemos hecho acompañados
sobre todo por la figura y las palabras de Juan el Bautista.
Él es
quien desde el desierto proclama: «Conviértanse,
porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3, 2). Él es quien lleno de anhelos envía a sus discípulos a
preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de
venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,
3).
De
Juan el Bautista dice el Señor: «Les
aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan, y sin embargo, el
más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él» (Lc 7, 28).
María estaba comprometida con José
Y
precisamente, a medida que avanza el tiempo de Adviento, y nos acercamos a la celebración del nacimiento del
Salvador, también la Liturgia de la
Palabra mueve nuestra mirada, desde la persona de Juan el Bautista, hacia
la persona de María y de José. De alguna manera ellos son esos pequeños que pertenecen
al Reino de Dios, y que por la fe se hacen grandes a los ojos de Dios y de la
humanidad (cf. Lc 7, 28).
María, José y el Niño Jesús. Tallas en madera, Asunción 1934. Foto original del P. Hugo Fernández, Arquidiócesis de Asunción, Paraguay. |
«El más pequeño en el Reino de Dios es grande»; así podemos parafrasear a Jesús. Así podemos comprender el rol de María y de José en el nacimiento del Salvador, en el nacimiento del Hijo de Dios.
El
texto evangélico proclamado hoy (Mt 1,
18 – 24) precisamente pone ante nuestros ojos y nuestro corazón una constante
en el Reino de Dios: sus orígenes son siempre sencillos, pequeños e incluso
inesperados.
¡Cuántas
veces esperamos que Dios se manifieste de forma grandilocuente y espectacular! Es
como si dijéramos en nuestro interior: “si existes, Dios, tienes que mostrarte.
Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde.”[1] Muchas
veces buscamos el espectáculo religioso. Sin embargo, una y otra vez la Sagrada Escritura nos muestra que el estilo
de Dios es otro, que lo pequeño es
finalmente criterio de discernimiento y de autenticidad de que lo que se
manifiesta en un determinado momento y circunstancia, pertenece al Reino de
Dios.
Qué
más sencillo que el origen de Jesucristo en el ámbito doméstico de de una
pareja de jóvenes judíos: «María, su
madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos,
concibió un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18).
Sin
duda que la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo es una
intervención extraordinaria de Dios en la historia de la humanidad; pero no
olvidemos que esta intervención extraordinaria de Dios aconteció en el ámbito
doméstico, en el ámbito familiar. Lo extraordinario de Dios acontece en lo
ordinario de la vida humana.
Y fue
una intervención tan sencilla, tan pequeña –tan silenciosa podríamos decir- que
el mismo José, quien está vinculado a esta intervención y sus consecuencias, no
conoce dicha intervención y hasta duda de la situación que se creó a partir de ella: «José, (…), resolvió abandonarla en secreto»
(cf. Mt 1, 19).
Estos
son los inicios de nuestra salvación… En medio de lo cotidiano de la vida de
una pareja de prometidos, en medio del ambiente doméstico y sencillo de una
aldea judía. “¡Cuántas veces en la historia
del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más
grande!”.[2]
Resolvió
abandonarla en secreto
Pero precisamente lo pequeño y
sencillo, que es a la vez inesperado, requiere de discernimiento sincero y de
valiente decisión.
Es lo que vemos en José. En un
primer momento, y como hombre justo que no desea exponer públicamente a su
prometida, decide abandonarla en secreto, sin llamar la atención ni exponerla.
Toma esta decisión con los criterios
e informaciones de las que disponía en ese momento. Toma una decisión, entre en
juego su reflexión y su voluntad. No esquiva el desafío, la dificultad, lo
inesperado. Sino que lo confronta haciendo uso de sus capacidades humanas.
Y haciendo uso de las mismas,
precisamente se le abra el camino para recibir el mensaje de Dios; para
discernir en lo pequeño, silencioso e inesperado la voluntad de Dios: «El Ángel del Señor se le apareció en sueños
y le dijo: no temas recibir a María, porque lo que ha sido engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo.» (Mt
1, 20).
Es importante notar que el sueño revelador, ocurre
solo luego de que José tomara una decisión; es decir, luego de que se esforzara
por reflexionar y tomar una decisión. Por lo tanto, debemos poner de nuestra
parte, de nuestras capacidades; y en el desarrollo del discernimiento humano,
se irá manifestando el querer divino.
No
temas recibir a María
El texto evangélico nos da todavía una característica
más del obrar divino: «No temas recibir a
María». La invitación a no temer es una constante en la Sagrada Escritura. Dios siempre nos dice
que estará con nosotros, acompañándonos, sosteniéndonos, guiándonos.
Por lo tanto, no hay lugar para el miedo. Sobre todo
para aquel miedo que paraliza. El miedo que paraliza no proviene de Dios. En
cambio, la serena confianza de su compañía es señal de que estamos en el camino
del discernimiento.
Finalmente, como José y como María,
estamos llamados a realizar aquello que hemos descubierto en la fe –gracias a
la reflexión y al discernimiento- como voluntad de Dios: «Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado:
llevó a María a su casa». (Mt 1, 24).
Que estos días de Adviento que nos quedan, nos sirvan para
descubrir a Dios en lo cotidiano y sencillo de nuestras vidas; y que
encontrándolo en lo cotidiano y sencillo, vayamos aprendiendo a discernir su
querer para nosotros. Desarrollar esa habilidad para encontrar a Dios en lo
cotidiano: en las circunstancias de la vida, en los demás y en el propio
corazón; es la mejor preparación para celebrar el misterio del nacimiento del
Salvador en medio de nosotros, el misterio y el gran regalo del “Dios con
nosotros”.
Amén.
P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda – Schoenstatt
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