La Natividad del Señor – Ciclo A – 2022
Misa de la Aurora
Lc 2, 15 – 20
«Vayamos a Belén»
Queridos hermanos y hermanas:
El
evangelio que se proclama en esta Misa de
la Aurora (Lc 2, 15 – 20) es
continuación del texto proclamado en la celebración de la Noche Buena (Lc 2, 1 –
14). Por lo tanto, ambos textos se pertenecen mutuamente al igual que ambas
celebraciones litúrgicas.
La
Liturgia de alguna manera nos hace contemporáneos a los acontecimientos en
Belén y sus alrededores.
En la
Misa de la Noche de Navidad fuimos
rodeados por la luz de la gloria del Señor al escuchar el anuncio del Ángel: «les traigo una buena noticia, una gran
alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un
Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc
2, 10 – 11).
Y en
esta Misa de la Aurora, la Liturgia
nos permite unirnos a los pastores, con ellos ponernos en camino al decir: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha
sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc
2, 15).
«Vayamos a Belén»
«Vayamos a Belén» dicen los pastores. Y
es como si desde el evangelio estas palabras saliesen dirigidas hacia nosotros
y nos involucrasen en su peregrinación: «Vayamos
a Belén, y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha anunciado» (Lc 2, 15).
Para
los pastores de entonces, «vayamos a
Belén» significaba propiamente llegar al espacio físico en el cual
aconteció el nacimiento anunciado por los ángeles. Para nosotros, pastores de
hoy, significa sobre todo una peregrinación espiritual. No se trata de llegar a
un punto geográfico; sino, tal vez, a un punto temporal o a un punto
existencial. ¿A qué me refiero?
«Vayamos a Belén», para nosotros,
significa mirar nuestra vida cotidiana; recorrer lo vivido a lo largo de este
año y descubrir allí a las personas, los momentos y circunstancias que han sido
Belén para nosotros.
Es
decir, volver a esos momentos donde en lo sencillo, auténtico y cotidiano hemos
experimentado que «se manifestó la bondad
de Dios» en nuestra vida (Tit 3,
4). Esos momentos donde «por su
misericordia, él nos salvó» (Tit 3,
5).
Sí,
todos tenemos “momentos de Belén” donde Dios se nos ha manifestado, donde Dios
nos ha regalado a Jesús, donde Dios no ha donado “la nueva luz de su Verbo
hecho carne”[1].
«Vayamos a Belén», volvamos a esos
momentos y personas.
«Encontraron al recién nacido»
Cuando
los pastores del evangelio llegaron a Belén «encontraron
a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre» (Lc 2, 16). Tal vez se habrán asombrado
ante esa escena tan sencilla. Allí, en un pesebre estaba el Salvador, el Mesías
y Señor anunciado por los ángeles (cf. Lc
2, 1- 14). Sí, “en el pobre y pequeño establo de Belén”, María dio a luz
para todos nosotros al Señor del mundo (cf. Hacia
el Padre, 343).Con las Madres de la Sagrada Familia de Urgell
En el pesebre de la Iglesia Santa María de la Trinidad
Navidad del 2022
Jesús,
el recién nacido, no está solo. María y José lo rodean. Está apoyado en un
pesebre, es decir, en el lugar donde habitualmente come el ganado doméstico.
Familia y sencillez; comunidad y austeridad. Los dos signos que marcan la
presencia y la manifestación de «la
bondad de Dios» en Belén.
Esos
son los signos que tenemos que buscar en
nuestra vida para encontrar a Jesús. Esos son los valores que tenemos que
asumir y vivir para dejarnos encontrar, sanar y salvar por Jesús.
Lo contrario a ello son el aislamiento y el
consumismo. No dejemos que estas actitudes nos impidan ir al encuentro de Jesús
en el Belén de nuestras vidas.
«Conservaba y meditaba»
El
texto nos dice que una vez que los pastores llegaron a Belén «contaron lo que habían oído decir sobre
este niño» (Lc 2, 17). Mientras
ellos hablaban «María conservaba estas
cosas y las meditaba en su corazón» (Lc
2, 19).
Como
María, también nosotros estamos llamados a conservar esos momentos de Belén en nuestros corazones, y a partir
de ellos meditar lo que Dios nos ha dicho y nos dice.
Si
volvemos a mirar nuestra vida para descubrir allí los momentos de Belén que hemos vivido, no es para
quedarnos en la nostalgia del pasado. No, se trata de hacer memoria, memoria de
la fe y del amor. Ya que “la fe contiene
precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del
encuentro con Dios.”[2]
Y a partir de esa memoria
actualizada del encuentro con Dios en Belén estamos llamados a meditar; es
decir, a dialogar con el Dios de la vida, el Dios de nuestra vida, y estar
atentos a lo que Dios nos dice en ese Belén,
a lo que nos invita a realizar. Si Dios habla, Él espera una respuesta de
nuestra parte. Esa respuesta puede ser una oración, una decisión a tomar, un
perdón a conceder, o simplemente la gratitud sincera por lo vivido, por
encontrar allí «la bondad de Dios» en
el Belén de hoy.
«Vayamos
a Belén», redescubramos esos momentos de sencillez, autenticidad y
comunidad en los que Dios nos regaló a Jesús en un pesebre. Hagamos memoria de
ello, y a partir allí dialoguemos con el Dios vivo y volvamos a la vida
cotidiana «alabando y glorificando a Dios
por todo lo que hemos visto y oído» (cf. Lc 2, 20).
En este día santo de la Navidad, en que hacemos memoria del
nacimiento del Salvador, le pedimos a María, Madre de Belén:
“Con
alegría sumerge nuevamente
al
Señor en mi alma, y, al igual que tú,
me
asemeje a Él en todo;
hazme
portador de Cristo a nuestro tiempo
para
que se encienda
en el
más luminoso resplandor del sol.”[3] Amén.
¡Feliz
y bendecida Navidad!
P. Óscar Iván Saldivar, P.Sch.
[1] Cf. MISAL ROMANO, Oración Colecta, Misa de la Aurora.
[2] PAPA FRANCISCO, Memoria de Dios, Homilía durante la Misa para la jornada de los Catequistas, Roma, 29
de septiembre de 2013. [en línea]. [fecha de consulta: 29 de diciembre de 2022].
Disponible en: <http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130929_giornata-catechisti.html>
[3] P. JOSÉ KENTENICH, Hacia el Padre, 189.
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