Misa vespertina de la Cena del Señor – Ciclo A – 2023
Jn 13, 1 – 15
«¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?»
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando
iniciamos la Semana Santa con la
celebración del Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor, quisimos acompañar a Jesús. Acompañarlo en su entrada a
Jerusalén, pero sobre todo, acompañarlo en los días santos de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Con
María, Nuestra Señora de los Dolores,
y san Juan, el discípulo amado,
fuimos parte de esa gran muchedumbre que desde Jericó acompañó al Señor en su
peregrinación a Jerusalén, una peregrinación cuya meta última era “la entrega
de sí mismo en la cruz” manifestando así su amor por nosotros, su amor hasta el
fin (cf. Jn 13, 1).
Acompañar a Jesús
En
este Jueves Santo, seguimos
acompañando a Jesús y a sus discípulos. También nosotros, al igual que los
discípulos, en estos días le hemos preguntado al Señor: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?» (cf. Mt 26, 14 – 25); y escuchando su voz en
nuestros corazones y en nuestros anhelos, hemos preparado la Pascua; hemos
preparado nuestros corazones, hemos preparado el lugar y los ritos para
celebrar el Triduo Pascual.
Sí,
queremos acompañar a Jesús en estos días santos, en estos días de su “gran
semana”, la gran semana de nuestra fe. Sin embargo sabemos, por propia
experiencia, que no es fácil velar en oración y acompañar al Señor. Aún en
medio de los preparativos; aún medio de los momentos de oración y de reflexión,
nos distraemos, nuestro corazón se duerme y dejamos de acompañar a Jesús.
Volvemos
a preguntarnos entonces: ¿qué significa acompañar a Jesús? ¿Qué debemos hacer
para acompañarlo sincera y auténticamente?
¿Qué debemos hacer para acompañarlo?
Y
precisamente con la celebración de esta Misa
vespertina de la Cena del Señor, nos damos cuenta de que para que nosotros
podamos acompañar a Jesús durante estos días santos –y durante todos los días
de nuestra vida-, en realidad, en primer lugar debemos dejarnos acompañar por
Él.
Como
lo expresa tan bellamente un pasaje de la Primera
Carta de san Juan: «el amor no
consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero» (1 Jn 4,
10). Sí, el amor de Dios siempre es primero; el amor de Dios en Cristo, siempre
es primero. Llega a nosotros, nos asombra, nos sana y nos capacita para
responder con nuestro pequeño amor, al amor más grande, el amor hasta el fin.
Es lo que experimentaron los
discípulos, y se llenan de asombro. También ellos han querido acompañar a
Jesús, pensando que lo harían con sus propias fuerzas. Sin embargo, el Maestro
debe lavarlo sus pies –lavar sus corazones, sus vidas, sus heridas- y sólo
después podrán los discípulos lavarse los unos a los otros, y juntos a los
demás.
Primero es Jesús quien nos acompaña,
y como respuesta a esa experiencia, nosotros nos animamos a acompañar a Jesús
en su caminar.
Somos un poco como Pedro, quien
asombrado –y casi escandalizado- dice: «¿Tú,
Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Y ante la serena, pero firme
respuesta de Jesús, Pedro –y también nosotros- acepta que el Señor debe lavar
sus pies, el Señor debe acompañarlo para que luego él pueda seguirlo: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi
suerte».
«¿Comprenden lo
que acabo de hacer con ustedes?»
Sí,
necesitamos dejarnos acompañar por Jesús, para que nosotros podamos acompañarlo
a Él, para que nosotros podamos seguirlo a Él. Necesitamos dejarnos lavar por
su misericordia.Rito del lavatorio de pies.
Iglesia Santa María de la Trinidad.
Hoy,
es el mismo Señor que vuelve a lavar nuestros pies y nuestros corazones; hoy es
el mismo Señor que vuelve a darse en su Cuerpo
y en su Sangre como alimento e
íntima presencia en nuestro corazón. Hoy es el mismo Señor, quien con el gesto
del lavado de los pies y de la cena, anticipa su entrega redentora en la Cruz
por nosotros y por toda la humanidad.
También
a nosotros nos dirige la pregunta: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?». ¿Comprenden que es mi amor misericordioso el que los
capacita para seguirme y para amar conmigo a los demás?
En esta noche santa, dejemos que el
Señor lave nuestros pies y nuestros corazones; recordemos en oración, todos los
momentos y situaciones en los que el Señor nos ha lavado con su misericordia,
nos ha amado con su misericordia, nos ha acompañado con su misericordia.
Y la memoria agradecida y viva de
ese amor, nos dará fuerza para responder a su amor hasta el fin, con nuestro
amor día a día.
Que María Santísima y el discípulo
amado intercedan por nosotros para que abramos nuestros corazones a ese amor
que Jesús nos tiene, ese amor hasta el fin que nos permite también a nosotros
amar día a día y hasta el fin. Que así sea.
P. Oscar Iván Saldívar, P.Sch.
Rector del Santuario de Tupãrenda- Schoenstatt
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